Roi Ferreiro
Crítica a Lucha de clase y nación

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Parece que, además, Pannekoek quiere ver la lucha contra el Estado como la fuente experiencial que constituye al proletariado en comunidad de destino. Esto es completamente cierto, pero de ello excluye la posibilidad de que esta lucha contra el Estado se libre de dos formas a la vez: una, como una lucha separada de las diferentes fracciones nacionales del proletariado dentro de este Estado, otra como una lucha unitaria de todas las fracciones nacionales. Esta dualidad tiende a mantenerse mientras las condiciones de la lucha de clases combinan la opresión de clase en general con la opresión de clase nacional, esto es, mientras la lucha política revolucionaria no haya comenzado y la destrucción del Estado se convierta en una prioridad práctica general. Mientras tanto, la lucha por el reconocimiento de las diferencias nacionales y por reformas políticas nacionales persistirá, incluso a pesar de su creciente inviabilidad en el capitalismo decadente. Y, no obstante, la destrucción del Estado irá acompañada, con la elevación del proletariado a clase dominante y el comienzo de la supresión de la división en clases de la sociedad, por la autoconstitución completa del proletariado en nación en cada una de las ahora naciones burguesas que componen el Estado. Es decir, y generalizando, en la revolución proletaria se combinarán activamente dos movimientos: uno centralizante, que edificará los instrumentos organizativos para la comunidad humana mundial, y otro descentralizante, que se volcará en la reapropiación y revolucionamiento de la vida nacional.

Ciertamente, la revolución que supere el capitalismo habrá de ser mundial, y por ello el aspecto internacional es el básico y el nacional el derivado en lo que respecta a los contenidos; pero sólo en la medida en que el desarrollo del "carácter internacional del proletariado" revierte en la liberación de l@s proletari@s como nación, como comunidad nacional, como singularidad nacional -poco importa como se le llame a esta comunidad de vida radicalmente distinta de la nación actual-, sólo en esta medida se trata de un verdadero internacionalismo. Desde este punto de vista, lo que hasta ahora se ha llamado internacionalismo es claramente cuestionable en muchos aspectos. Evidentemente, su fundamento es que: "Los obreros de los diferentes países intercambian teoría y práctica, métodos de lucha y concepciones y los consideran como un asunto común." Pero esto no excluye que se superen instantaneamente todos los conflictos nacionales, anclados en las diferentes condiciones de la lucha de clases y diferente experiencia histórica del proletariado de cada nación.

"Las luchas, las victorias y las derrotas en un país tienen profundas consecuencias en la lucha de clase de los demás países. Las luchas que libran nuestros camaradas de clase en el extranjero contra su burguesía no es nuestro propio asunto sólo en el terreno de las ideas, sino también en el plano material; forman parte de nuestro propio combate y las sentimos como tales. (...) El proletariado de todos los países se percibe como un ejército único, como una gran unión a la que sólo razones prácticas obligan a escindirse en numerosos batallones que deben combatir al enemigo separadamente, puesto que la burguesía está organizada en Estados y, por consiguiente, son numerosas las fortalezas a tomar."

Aquí Pannekoek recae en el enfoque marxiano anterior a la Comuna de París de 1871 sobre la toma del poder estatal. Precisamente, al tener que desarrollar sus propias formas autónomas de poder político, el proletariado no tiene que someterse al marco estatal creado por la burguesía nada más que para destruirlo. Puede crear sus propias formas de poder de tal modo que le permitan la unidad contra el Estado y la autonomia más plena para desarrollar su actividad nacional por su cuenta, sin sujetarse a ninguna nueva autoridad estatal, que en el sentido actual ya no debe existir. En lugar de crearse un nuevo organismo político unitário a nivel estatal, puede surgir una forma federal, confederal, etc., basada en la libre unión, lo que será a su vez el principio general de la unión de los diferentes países para formar una comunidad mundial orgánica.

Además, Pannekoek sobreestima los efectos internacionales de las luchas de clases en cada país. Para la mayoria del proletariado la lucha de clase de cada país sólo le repercute inconscientemente. Sólamente acontecimientos excepcionales, como una revolución consciente, pueden tener una repercusión igualmente consciente a nivel de masas y en una amplitud claramente internacional. Para que la "lucha de clase internacional" se convierta "en la experiencia común de los obreros de todos los países" es necesario que exista un determinado nivel de conciencia y organización que hoy, por ejemplo, no existen en general. Pannekoek confunde la conciencia de la vanguardia con la conciencia media de la masa. Son las relaciones internacionales concretas las que, junto con el desarrollo de la lucha de clases en cada país, establecen la medida y el modo en que la experiencia en un país influye en la de otros. Aquí tampoco la unidad de intereses excluye la multiplicidad de subjetividades.

A pesar de sus contradicciones, Pannekoek ve en la superación del Estado propiamente dicho un aspecto necesario de la resolución de la opresión nacional: "el Estado desaparece como potencia de coerción y terreno de dominación que se delimita netamente con relación al exterior." "Para regular conscientemente la producción se necesita organización, órganos ejecutivos y una actividad administrativa; pero para ello no es necesaria ni posible la centralización más estricta tal como la practica el Estado actual. Esta cederá el lugar a una amplia descentralización y a la auto-administración." "Habrá unidades de producción de las más diversas dimensiones, desde el taller y la comuna hasta el Estado e, incluso, para ciertas ramas, hasta toda la humanidad", lo que hará imperativa una nueva concepción de la organización política de la sociedad.

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"Los grupos humanos aparecidos naturalmente, las naciones, ¿no ocuparán entonces el lugar de los Estados desaparecidos en tanto que unidades organizativas? Sin duda será ese el caso, por la simple razón práctica, pero sólo por esta razón, de que son comunidades de la misma lengua y todas las relaciones entre los hombres pasan por la lengua."

Para contraponerse a Bauer, Pannekoek lleva aquí al extremo de las consecuencias prácticas su definición reduccionista de la nación como comunidad de lengua. No es capaz de reconocer, pues, el sentido de identidad nacional que el proletariado también posee, no por su adhesión a la burguesía, sino en virtud de su comunidad de carácter y cultura formada históricamente, y adquiere conciencia de ella por contraste con las otras formas de esta comunidad que existen en el proletariado mundial.

Bauer, que no es capaz de concebir una verdadera comunidad internacional orgánica, quiere ver en el socialismo solamente el desarrollo extremo del principio de la nacionalidad: "El hecho de que el socialismo haga autónoma a la nación y de que su sino sea producto de su voluntad consciente, determina una diferenciación creciente entre las naciones en la sociedad socialista y conlleva una afirmación más pronunciada de su peculiaridad y una separación más tajante de sus caracteres". Como dice Pannekoek, para Bauer la interrelación internacional es mucho menos importante que la autonomia nacional, con lo que el socialismo producirá "una diferenciación cada vez mayor de la cultura espiritual de las naciones." Al hacer esto, Bauer: "Confiere a las naciones bajo el socialismo el papel que hoy recae en los Estados, a saber, aislarse cada vez más con relación al exterior y nivelar en el interior todas las diferencias; entre los muchos niveles de unidades económicas y administrativas, da a las naciones un rango privilegiado, semejante al que hoy recae en el Estado". Además, "mientras que en los escritos socialistas se habla siempre de talleres y de medios de producción de la 'comunidad' por oposición a la propiedad privada, sin precisar las dimensiones de la comunidad, aquí se considera a la nación como la única comunidad de los hombres, autónoma respecto del exterior, indiferenciada en el interior."

"El modo de producción socialista no desarrolla oposiciones de intereses entre las naciones, como ocurre con el modo de producción burgués. La unidad económica no es ni el Estado ni la nación, sino el mundo. Este modo de producción es mucho más que una red de unidades productivas nacionales ligadas entre sí por una política inteligente de comunicaciones y por convenciones internacionales, tal como lo describe Bauer (...); es una organización de la producción mundial en una unidad y asunto común de toda la humanidad. En esta comunidad mundial, de la que es un comienzo desde ahora el internacionalismo del proletariado, no puede tratarse de una autonomía de la nación alemana, por poner un ejemplo, más que de una autonomía de Baviera, de la ciudad de Praga o de la fundición de Poldi. Todas arreglan parcialmente sus propios asuntos y todas dependen del todo en cuanto partes de este todo. Toda la noción de autonomía proviene de la era capitalista en la que las condiciones de la dominación conllevan su contrario, a saber, la libertad respecto a una dominación determinada."

Pero Pannekoek quiere ver en estos razonamientos un argumento más para dejar en un plano secundario el ámbito nacional. Por eso no responde a Bauer en su propio terreno, afirmando que en la comunidad comunista internacional la multiplicidad nacional y la unidad mundial tienen su interrelación harmónica y plenamente productiva, estimulando recíprocamente su desarrollo y superando asi todo elemento antagónico. Las diferencias de carácter y cultura no se pueden suprimir en términos absolutos, ya que son parte del proceso histórico natural y la variación misma es un principio de la naturaleza y de la realidad; la cuestión, en todo caso, es el carácter social de esas diferencias, que debe ser considerado crítico-prácticamente. La unidad es una forma de relación humana, la uniformidad es unidad ficticia y alienada.

Con todo, Pannekoek hace una precisión muy lúcida sobre la cuestión de la modalidad de las relaciones políticas internacionales. Cualquier forma de autonomia que exista encuentra límites absolutos en la unidad mundial, y por otra parte, no hay razón para que la autonomia de las naciones, las regiones, las localidades o los individuos sea de diferente magnitud. Evidentemente, la nación implica una comunidad de cultura, una mayor extensión de asuntos, pero esto no requiere de mayor grado de autonomia política, sino simplemente de una extensión de su aplicación. La cuestión, no obstante, que Pannekoek no aclara, es la de cual es la medida de esa autonomia y su importancia desde el punto de vista de la libertad social. Pero, teniendo en cuenta su trayectoria posterior, es evidente que una interpretación coherente pasa por entender que, como ya decia Marx a respecto de la Comuna de París, la autonomia más plena debe combinarse con la necesaria unidad. La "independencia nacional", tal y como existe y/o se concibe hoy, no tiene sentido en el comunismo y mismamente es incompatible con él. Sin embargo, sólo en el comunismo es posible la verdadera independencia nacional para las naciones oprimidas, ya que es el único sistema en el que no existe subordinación y explotación económicas de unas naciones sobre otras, de tal modo que la autonomia política es completamente efectiva en todos los ámbitos de la vida social. De este modo, desaparece cualquier injerencia arbitraria exterior y cada unidad nacional estaría dotada de la capacidad para defenderse si ello ocurriese. Y, con la supresión del Estado burgués, se suprimirá también el régimen coercitivo que pesa contra la liberación de las naciones, de tal modo que la autodeterminación nacional no será ya un "derecho", sino una capacidad permanente sólo limitada por las necesidades sociales propias de cada comunidad.

"Esta base material de la colectividad, la producción mundial organizada, transforma la humanidad futura en una sola y única comunidad de destino."

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"La comunidad de destino unirá a toda la humanidad en una comunidad intelectual y cultural. La diversidad lingüística no será obstáculo, pues toda comunidad humana que mantenga con otra una comunicación verdadera creará un lenguaje común."

Pannekoek no quiere entrar en discusiones inútiles sobre si las cosas irán en el sentido de formar una lengua universal, o si las diferencias linguísticas actuales serán permanentes. Señala simplemente que hoy en día es fácil conocer varias lenguas.

En lo que insiste es que "aunque dentro de la humanidad socialista subsistan comunidades de carácter restringidas, no podrá haber comunidades de cultura independientes pues toda comunidad local (y nacional), sin excepción, se encontrará, bajo la influencia de la cultura del conjunto de la humanidad, en comunicación cultural, en un intercambio de ideas, con la humanidad entera."

O dicho de mejor modo: la independencia nacional en el sentido burgués deja de existir, pues la separación entre las naciones desaparece con el fin del capitalismo. Lo que habrá de surgir en su lugar es un nuevo concepto de la autonomia que permita integrar el aspecto de la unidad y el de la multiplicidad en la organización de los asuntos de la humanidad.

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Pannekoek resume su argumentación en que "bajo la dominación del capitalismo avanzado, al que acompaña la lucha de clases, el proletariado no puede encontrar ninguna fuerza constitutiva de la nación. No forma comunidad de destino con las clases burguesas, ni una comunidad de intereses materiales, ni una comunidad que pudiese ser la de la cultura intelectual. Los rudimentos de semejante comunidad, que se esbozan justo al comenzar el capitalismo, desaparecen necesariamente con el desarrollo de la lucha de clases. Mientras que en las clases burguesas poderosas fuerzas económicas generan el aislamiento nacional, un antagonismo nacional y toda la ideología nacional, en el proletariado están ausentes. En su lugar,la lucha de clase, que da a su vida lo esencial de su contenido, crea una comunidad internacional de destino y de carácter en la que no tienen significación práctica las naciones en tanto que grupos de la misma lengua. Y como el proletariado es la humanidad en devenir, esta comunidad constituye la aurora de la comunidad económica y cultural de la humanidad entera bajo el socialismo.
Por tanto, hay que responder afirmativamente a la pregunta que habíamos planteado al principio: Lo nacional no tiene para el proletariado más significado que el de una tradición. Sus raíces materiales se hunden en el pasado y no pueden alimentarse en las vivencias del proletariado. Por tanto, la nación juega para el proletariado un papel parecido al de la religión."

Es apreciable aquí que todas las apreciaciones positivas sobre la nacionalidad acaban por significar formas de reducir la importancia de lo nacional a la pura nadedad. En el fondo, lo que Pannekoek justifica aquí no es el internacionalismo, sino el antinacionalismo visceral en el sentido más vulgar del término. Su única conclusión teórica es: la nación es irrelevante y su única importancia reside en que no se convierta en un obstáculo al socialismo. Esta misma posición intelectual es completamente adialéctica y desde luego no aborda en absoluto el problema de la opresión nacional sobre el proletariado. Todo lo que Pannekoek aporta en este sentido son vaguedades igualitaristas, fórmulas organizativas, etc., que ayudan muy poco a sitúarse en la complejidad de las divisiones nacionales y sus causas, así como a entender el modo en que el proletariado puede reapropiarse de su vida real, para el caso, en el marco de la nación.

El proletariado constituye una comunidad universal de intereses materiales, pero multitud de comunidades particulares de cultura histórica. La reducción de la comunidad material del proletariado a la lucha mundial contra el capitalismo excluye de la consideración la vida diaria con sus asuntos individuales, locales, regionales y nacionales, así como la reducción de la cultura a la ideología excluye considerar la cultura y la psicologia como formaciones históricas acumulativas y singulares, no reductibles a ningún fundamento común como, para el caso, la conciencia de clase comunista internacional. Todas estas singularidades de la vida material y espiritual de cada nación no desaparecen con el capitalismo, sino que en cualquier caso se desarrollarán e integrarán en la comunidad humana mundial. La cuestión de si llegarán a desaparecer hasta hacer a las naciones indiferenciables, es una cuestión puramente escolástica y que sólo puede resolverse prácticamente por la humanidad liberada.

La afirmación de que en la comunidad internacional proletaria no tienen significación práctica las naciones es una concepción vulgarmente uniformizadora del internacionalismo, que sigue aquí los pasos de Rosa Luxemburg hasta el extremo. Decir que las vivencias del proletariado no tienen características nacionales es despreciar completamente la diversidad de cursos históricos que están detrás de las culturas nacionales. Pues estas no son solamente la cultura de la burguesía, contienen en si, implícita o explícitamente, todas las experiencias y conocimientos anteriores desarrollados por la comunidad social -y, portanto, elementos de las diferentes clases históricamente existentes también-; el proletariado no existe ni se desarrolla en el vacio espiritual, es el heredero de todo el proceso de formación de conciencia anterior que ha transformado, mediante el trabajo social, la naturaleza humana.

El proletariado de cada nación lleva consigo el pasado, no sólo el presente, de toda la vida nacional, al menos de las clases trabajadoras. Sin su autoafirmación en la diferencia no puede reconocerse a sí mismo como tal y tiene que confudirse con los demás. Esto imposibilita su propia evolución espiritual como comunidad humana consciente y el desarrollo mismo de su lucha de clase en una dirección revolucionaria concreta. Hasta las lenguas son formas de expresión del espíritu en su constitución interna y modos de expresión, y ejercen así una influencia sobre el pensamiento. El desarrollo futuro del proletariado está condicionado por este punto de partida; su singularidad nacional no desaparece, sino que se desarrolla por primera vez libremente y en interrelación con los demás trabajadores del mundo. Sin la consideración de todos estos elementos, la futura comunidad mundial no será más que una vaguedad y una abstracción, del mismo modo que el humanismo burguês es una abstracción del humanismo práctico, del socialismo. No hay comunidad mundial sin puesta en común de todas las particularidades, también de las que son irreductibles y pertenecen en exclusiva a determinados pueblos -las cuales habrán de adquirir reconocimiento y respeto internacionales, lo que sólo puede provenir de su exposición consciente-.

La conciencia de clase adopta formas nacionales acordes con las diferencias históricas de desarrollo de la producción y división del trabajo, de forma de vida y de cultura popular. Pannekoek es incapaz de ver el aspecto positivo, constructivo, dinamizador, que tiene la multiplicidad nacional en el desarrollo de la unidad internacional, de apreciar la "riqueza de la diversidad" no contemplativamente sino como potencial del desarrollo humano universal y, más en concreto, del internacionalismo revolucionario.

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Cuando compara la tradición religiosa con la tradición nacional, Pannekoek concluye que, como la primera pierde sus orígenes en el pasado lejano, los antagonismos religiosos "están totalmente desligados de todos los intereses materiales y aparecen como querellas puramente abstractas acerca de cuestiones sobrenaturales. Por el contrario, las raíces materiales de los antagonismos nacionales se encuentran justo detrás de nosotros, en el mundo burgués moderno con el que estamos en contacto constante, por eso conservan toda la frescura y vigor de la juventud y conmueven tanto más cuanto que somos capaces de sentir directamente los intereses que expresan; pero, al tener raíces menos profundas, les falta la resistencia tan difícilmente quebrantable de una ideología petrificada por los siglos."

Aquí se hacen evidentes los errores de Pannekoek. Hoy en día el nacionalismo burgués está tan "petrificado por los siglos" que pertenece al "sentido común" de las masas de la sociedad burguesa. Por un lado, subestimó la duración del capitalismo; por el otro, subestimó la profundidad de las raices de la nacionalidad, precisamente porque no la consideró como una entidad histórica acumulativa y asentada en la comunidad social. Por eso en todo su análisis, y especialmente en la parte final, se puede apreciar una elevada subestimación de la complejidad y trascendencia política de la "cuestión nacional".

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