Roi Ferreiro
Crítica a Lucha de clase y nación

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"Pero, ¿ciertas reivindicaciones nacionales no tienen igualmente la mayor importancia para los obreros, y no deberían éstos luchar por ellas de acuerdo con la burguesía? Las escuelas nacionales, por ejemplo, en las que los hijos del proletariado tienen la posibilidad de instruirse en su propia lengua, ¿no tienen un valor cierto? Para nosotros constituyen reivindicaciones proletarias y no reivindicaciones nacionales". Entonces "es siempre el interés proletario el que prevalece. Si la burguesía, por razones nacionales, formula una reivindicación idéntica, en la práctica persigue algo totalmente distinto puesto que tampoco sus objetivos son los mismos."

"Los obreros reivindican la pluralidad más grande de lenguas empleadas en la administración, los nacionalistas quieren suprimir la lengua extranjera. Sólo en apariencia, pues, concuerdan las reivindicaciones lingüísticas y culturales de los obreros y las reivindicaciones nacionales. Son reivindicaciones proletarias las planteadas en común por el conjunto del proletariado de todas las naciones."

Ciertamente, entre el proletariado y la burguesía no existen intereses comunes, todo lo más coincidencias en las formas externas. Bajo el manto de las reivindicaciones comunes a ambas clases se levanta el frentismo nacional, que elude por completo la radical diferencia de contenido concreto entre los objetivos proletarios y los burgueses, y que en la práctica justifica la lucha obrera por objetivos capitalistas planteándolos como si fuesen objetivos del proletariado.

Por otra parte, el tema de la lengua es una cuestión ejemplar a la hora de definir la orientación de clase. Pero, si bien el nacionalismo burgués adopta una posición excluyente al respecto, tendiendo al monolinguismo formal -una sola lengua oficial-, el proletariado no tiene el menor interés en marginar un idioma frente a otro. En cualquier caso, las lenguas oprimidas tienen que ser puestas en condiciones de igualdad social para el desarrollo libre de los individuos. Esto no significa monolinguismo formal, pero tampoco polilinguismo o bilinguismo formales, que son fórmulas frecuentemente irreales -lo habitual es tener una lengua de uso habitual (monolingüismo social) y luego utilizar otras secundariamente- y que sirven para mistificar las situaciones de opresión otorgando un reconocimiento marginal a la lengua oprimida. El criterio general del proletariado es la defensa de la riqueza cultural existente suprimiendo sus rasgos de alienación. En este sentido, defiende el multilinguismo y la multiculturalidad y el desarrollo de la nación en un sentido inclusivo, no excluyente. Pero para el proletariado esta posición no es una frase, es un criterio práctico.

Pero, cuando Pannekoek trata de pasada lo que él llama las "reivindicaciones comunes", comete un error de bulto. Evidentemente, en teoria las reivindicaciones comunes de la clase son las que decide el conjunto de la misma; pero, en la práctica, las reivindicaciones comunes son objeto de desarrollo y no existe ningún programa general común más allá de ciertas orientaciones generales. Aquí también Pannekoek subestima las dificultades prácticas para llegar a una formulación en común partiendo de situaciones nacionales muy diferentes. Sólo reconociendo y tomando como punto de partida esta multiplicidad concreta puede llegarse, por abstracción, a una serie de lineas generales más o menos precisas, y, a partir de ello, volver a afrontar la lucha de clases en cada país o area desde estas líneas comunes.

La concordancia mundial acerca de lo cuales son los planteamientos comunes de la clase no es una cuestión sencilla ni facil de resolver, y las dificultades para lograr la asunción comun de las necesidades del proletariado de cada nación y de sus formulaciones concretas es y seguirá siendo un problema dificil, incluso contando con una voluntad abierta para la mutua comprensión. Y sólo con el ascenso revolucionario se puede superar este obstáculo en el movimiento de masas. Pues, mientras tanto, el proletariado sigue atado al capitalismo -y, por lo tanto, a la conciencia dominante, que es "nacional" en el sentido burgués-.

Lo que hay que hacer es desarrollar formulaciones nacionales a partir de los principios revolucionarios generales, aplicar los principios generales a los casos nacionales; en esto se probará, al mismo tiempo, si en realidad estos principios se entienden concreta y prácticamente del mismo modo, o si, al contrario, el "internacionalismo" comun resulta ser una fasedad, una forma de "expansionismo" en el que cada parte se esfuerza por amoldar a las demás a su punto de vista. Desde estas formulaciones nacionales de los intereses de clase a partir de los principios revolucionarios, es posible poner en común estas formulaciones e intentar abstraer verdaderas lineas generales de actuación a escala mundial.

Todo esto es hoy más difícil en la práctica porque estamos bajo los efectos de una tradición política y una sitúación global no revolucionarias, aunque se aprecien ya claros vislumbres de una tendencia ascendente del proletariado mundial. A este nivel, podemos bien llamar "izquierdismo" a considerar la lucha por el objetivo revolucionario como si estuviesemos sitúados en una tendencia revolucionaria ascendente, cuando esta es irreal o solamente -como es el caso hoy- existe todavia como una tendencia solapada y atenuada consideradas las cosas a escala mundial. El afán radical en el internacionalismo ideológico, saltando por encima de la complejidad de la lucha de clases a nivel nacional y de sus singularidades en cada país, solamente puede llevar en estas condiciones a una desviación idealista y a una práctica sectaria.

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"Los que consideran las ideas como potencias autónomas en la cabeza de los hombres, que aparecerían por sí mismas o gracias a una influencia espiritual extraña, tienen dos posibilidades para poder ganar a los hombres a sus nuevos objetivos: o bien combatir las antiguas ideologías directamente, demostrando su inexactitud con consideraciones teóricas abstractas e intentar así arrebatar su poder sobre los hombres; o bien intentar poner la ideología a su servicio presentando sus nuevos objetivos como la consecuencia y la realización de las ideas antiguas."

Lo que Marx decia es, en realidad, que las ideas no tienen un desarrollo propio independiente de la base material, que la conciencia es siempre la conciencia de la práctica existente. Mientras esta práctica exista, las ideas tienen una base material y no estan muertas en realidad, por mucho que su necesidad histórica pueda estar caduca (y, en este sentido, sí es cierto que la necesidad de la forma nacional en el sentido burgués está caduca).

Pannekoek se deja ilusionar por los avances políticos de la socialdemocracia en la organización del movimiento obrero. Por eso subestima la importancia de la lucha contra las ideologías. Ora bien, a este nivel lo fundamental no es, desde luego, poner el acento en la "superioridad" de las nuevas concepciones, ni en utilizar los viejos términos en un nuevo sentido práctico: es clarificar la diferencia radical y universal de contenido práctico que está presente en las concepciones proletarias, que incluyen, superando, el contenido de las precedentes.

El problema de la autonomización de la ideología -que Pannekoek sólo reconoce como "tradicion"- tendrá que ser abordado en las décadas subsiguientes con mucha intensidad, precisamente en el enfrentamiento obligado y la crítica de conjunto del bolchevismo. Y es que, además, no hay diferencia entre defender el "marxismo" contra el "leninismo" y defender el "marxismo", la teoria revolucionaria internacionalista, contra el nacionalismo existente: sólo en esta lucha teórica se puede llegar a la clarificación de la conciencia revolucionaria. O sea, en estos posicionamientos sobre el tema nacional puede verse claramente una incoherencia con los planteamientos consejistas posteriores de Pannekoek.

Pero, por encima de todo, hay que decir que es posible otra actitud táctica que la de Pannekoek, sin caer por ello en sus ejemplos de desviación. Esta táctica, que para nosotros es la correcta, y que establece criterios prácticos realmente claros, es: por un lado, demostrar el carácter de clase y antagonismo con los intereses del proletariado de todas las consignas y reivindicaciones burguesas; por el otro, concretar los objetivos revolucionarios del proletariado en su forma nacional específica y oponerlos frontalmente a los objetivos de las otras clases o fracciones de clase, siguiendo la linea "clase contra clase". Pero esto no excluye que, sobre esta base, y especialmente en los países más colonizados económicamente, el proletariado: 1º) demuestre la inviabilidad de las reformas del capitalismo, pues la independencia política nacional y todos sus correlatos no son, desde el punto de vista proletario, nada más que reformas del capitalismo (revolucionan la forma externa para dejar intacta la forma de la producción); 2º) demuestre que sólo él es el representante de los intereses generales de la sociedad y, en este sentido, el único representante de las aspiraciones nacionales en general, dejando siempre claro que su realización sólo puede ser un aspecto y momento de la revolución proletaria mundial que establezca el comunismo. En éste último sentido, allí donde existe una tradición nacionalista fuerte dentro del movimiento obrero, los grupos revolucionarios no pueden ir de frente contra ella, ya que al oponerse de este modo se oponen también a todos los elementos proletarios que la comparten. Lo que tienen que hacer es desarrollar un lenguaje próprio y criticar teórica y prácticamente esa tradición nacionalista sin oponerse frontalmente ni a la lucha por reformas en general ni al nacionalismo en general. Al contrario, tienen que plantear su propio programa de forma inteligible para el nivel de la conciencia de clase y luchar por poner en claro las contradicciones de esa tradición política con la emancipación de la clase.

Pero Pannekoek confunde, a este respecto, la tradición ideológico-política con la tradición religiosa. La primera tiene un fundamento social en la lucha de clases y su nivel de desarrollo y maduración. La segunda tiene su fundamento, más bien, en la ausencia de esta lucha de clases y de cualquier desarrollo y maduración. La primera es la conciencia alienada que el proletariado tiene de su potencia de clase -una conciencia alienada bajo una forma que la subsume en la nación-. La segunda es la conciencia de la impotencia, y hunde sus raices en que el desarrollo material de la sociedad no se realiza de modo consciente y democrático. Se trata, por consiguiente, de problemas de naturaleza concreta diferente y cualquier comparación es un ejecicio de pura abstracción.

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Hablando de los intentos políticos de afrontar el problema de la religión, Pannekoek dice que "los ataques teóricos contra la religión no han podido hacerle mella y han reforzado los prejuicios contra el socialismo; de igual modo, no se ha podido convencer a nadie cubriéndose ridículamente con atributos cristianos (...). Era evidente que ambos estaban destinados al fracaso. Pues las discusiones y consideraciones teóricas que acompañaban a estos intentos orientan el espíritu hacia las cuestiones religiosas abstractas, lo desvían de la realidad de la vida y refuerzan el pensamiento ideológico." Mientras que: "Sólo por el contacto con la realidad el espíritu se libera del poder de las ideas heredadas."

"Por esto la socialdemocracia marxista no sueña en absoluto con combatir la religión con argumentos teóricos, o ponerla a su servicio. Esto serviría para mantener artificialmente las ideas abstractas recibidas, en lugar de dejar que se disipen poco a poco. Nuestra táctica consiste en esclarecer cada vez más a los obreros acerca de sus verdaderos intereses de clase, en mostrarles la realidad de la sociedad y de su vida a fin de que su espíritu se oriente cada vez más hacia el mundo real de hoy.
Entonces las antiguas ideas, que no encuentran ya de qué alimentarse en la realidad de la vida proletaria, se doblegan ellas solas.
"

Pannekoek tiene razón en el sentido de que el camino no es discutir la veracidad de las ideas abstractas cuando estas no tienen fundamentación real. Pero su actitud sigue siendo la de la "clarificación teórica", mientras que la base de la misma no puede ser otra cosa que la transformación de la práctica. En el caso de la religión, él opone la lucha de clases a la actividad religiosa. Pero si queremos extender este simil a la nación, entonces se vuelve inaplicable a no ser que lo que se contraponga es la lucha de clases revolucionaria a una lucha de clases reformista, que es el terreno en el que se extiende el nacionalismo burgués entre el proletariado. Naturalmente, la lucha de clases puede ser velada y controlada por el nacionalismo burgués directamente, o puede ser que el proletariado haga propio este nacionalismo y lo mezcle con sus reivindicaciones de clase más o menos inmediatas; en cualquier caso, estamos aquí ante una lucha de clases reformista.

Al final, detrás de toda la argumentación de Pannekoek subyace una subestimación de las dificultades del proceso de clarificación de la conciencia proletaria. Su base metodológica es considerar lo nacional como mera ideología y no como formación social y expresión en la conciencia de la vida práctica en el marco de esta formación. Como toda acción y pensamiento del proletariado asumen una forma nacional, sea consciente o sea inconscientemente (y más allá de que el proletariado pueda llegar a formulaciones comunes supranacionales, que es otro tema), el problema del desarrollo de la autonomia proletaria no se resuelve entonces con "dejar que las viejas ideas se disipen", pues la concrección de cómo realizar los intereses de clase queda pendiente. La cuestión de qué es la nación, de la importancia del marco nacional, de la forma específica de la lucha de clase nacional, etc., quedan irresueltas y se niega la necesidad de abordarlas.

Pannekoek puede repetir una y otra vez que su concepción de la táctica no dará resultados "de un solo golpe", sino que: "Lo que permanece petrificado en el espíritu no puede ser reblandecido y disuelto más que progresivamente bajo el efecto de fuerzas nuevas." La historia del internacionalismo proletario hasta ahora ha sido una historia de profunda subestimación de las raices nacionales del movimiento proletario, a causa de pretender reducir todo a la lucha de clases y al objetivo político revolucionario, en lugar de aspirar a una transformación integral de la vida. Esta última aspiración sólo se ha abierto paso con muchas dificultades y en el contexto de las grandes derrotas del siglo XX.

Ciertamente, no se puede caer en intentar "acelerar" el desarrollo del proletariado "por medio de concesiones a sus prejuicios", en dejarse llevar "por la impaciencia ante la escasez de éxitos", ni caer en la "propaganda anti-". Pero "la fe en la victoria de la realidad sobre la tradición" que reclama Pannekoek, aunque necesaria para no acabar en el oportunismo, es en sí misma un principio pasivo y contemplativo. Y tampoco nos vale simplemente oponer "la lucha de clase a la ideología". Los frutos maduros de la táctica socialdemócrata se concretaron, pese a las apariencias en los años anteriores, en la colaboración de clases que dió pie a la I Guerra Mundial y en la escisión de una minoría revolucionaria que, salvo durante un breve período, no tuvo influencia significativa en el movimiento obrero subsiguiente hasta el reascenso de la lucha de clases en la década de los 70.

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"Lo mismo ocurre frente al nacionalismo, con la única diferencia de que aquí, al ser una ideología más reciente y menos petrificada, hay que estar menos prevenido contra el error del combatir en el plano teórico abstracto y sí contra el error de transigir. En este caso también nos basta poner el acento en la lucha de clase y despertar el sentimiento de clase a fin de desviar la atención de los problemas nacionales. En este caso también toda nuestra propaganda puede parecer inútil contra el poder de la ideología nacional; muy en primer lugar, podría parecer que el nacionalismo progresa más en los obreros de las jóvenes naciones. Así en Renania los sindicatos cristianos se fortalecieron también al mismo tiempo que la socialdemocracia; esto se puede comparar con el separatismo nacional, que es una parte del movimiento obrero que concede más importancia a una ideología burguesa que al principio de la lucha de clases.
Pero en la medida en que tales movimientos no pueden, en la práctica, sino ir a remolque de la burguesía y suscitar así contra ellos el sentimiento de clase de los obreros, perderán progresivamente su poder."

Los últimos 100 años desmienten a Pannekoek. Y cada vez que existe un ascenso de la lucha de clases se pone de relieve la importancia del "nacionalismo" y hasta que punto está "petrificado" en las conciencias. Pannekoek no tiene aquí una comprensión correcta de lo que es la conciencia dominante. La conciencia dominante de la burguesía se fundamenta en la dominación económica directamente, a diferencia de la conciencia dominante de la clase feudal que se fundamentaba en la religión porque bajo el feudalismo todas las relaciones económicas se presentaban como relaciones político-estamentarias. Todo este recubrimiento ideológico no existe en el capitalismo salvo como accidente. Existe, entonces, en el capitalismo una diferencia entre la conciencia dominante en general y los casos en los que prevalece, con mayor o menor intensidad y densidad, una sola forma ideológica burguesa. La conciencia dominante nacional de la burguesía no domina recubriendo con su manto toda la actividad social; es ella misma la expresión lógica espontánea de esa actividad social tal y como se desenvuelve dentro de la alienación. El proletario alienado es nacionalista por instinto, espontaneamente, en el sentido de la burguesía. Y esto no se contrarresta simplemente por la existencia del antagonismo de clases. En todo caso, esto puede hacer que el proletariado desarrolle su nacionalismo burgués separadamente a la burguesía y actue por su cuenta, pero sin salir de su alienación.

Este error de Pannekoek pone en claro la insostenibilidad de su actitud práctica. Y también la de las derivaciones de su razonamiento. Por ejemplo, el problema del separatismo. La historia demuestra que el separatismo y el anexionismo sólo son contramovimientos que nada tienen que ver con el internacionalismo y que sirven para adherir al proletariado a la perpetuación del capitalismo. El "problema del separatismo" es sólo una forma, un extremo, de las posiciones burguesas ante la opresión nacional. Tan nociva es esta como la defensa de la unidad opresiva de unas naciones con otras. Por eso, Marx y Engels prestaron tanta importancia a la táctica ante la "cuestión nacional" y adoptaron una gran flexibilidad al respecto, lo que en parte tuvo continuidad en Lenin pero no en el comunismo de izquierda y en especial en el luxemburguismo. Pero Lenin convirtió las apreciaciones de Marx y Engels en nociones rígidas y ahistóricas que llevaron, con la Revolución rusa de 1917, a los resultados catastróficos de la "autodeterminación nacional" de la burguesía en las naciones oprimidas por el Imperio ruso.

Por otra parte, Pannekoek no tiene en cuenta que la existencia misma de los problemas nacionales implican diferencias de desarrollo del capitalismo nacional y, por tanto, una falta de desarrollo, atraso, etc., del proletariado mismo. Esta debilidad implica una dificultad aumentada en la lucha de clases: un movimiento obrero menos maduro, un proletariado más disperso y menos separado de las otras clases, etc.. Pannekoek -esto lo deja claro él mismo- no trata el problema nacional teniendo en cuenta las diferencias de desarrollo del capitalismo, y al hacer esto prescinde de la gran dificultad y se limita a enfocar la lucha contra el nacionalismo burgués según las condiciones de la lucha de clases en los países más avanzados e imperialistas, en los que prevalece ampliamente un nacionalismo único; Pannekoek no toma en consideración otras sitúaciones más complejas o sólo lo hace de pasada.

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"Como resulta de lo expuesto más arriba, sería un error total querer combatir los sentimientos y las consignas nacionales. En los casos en que están arraigados en las cabezas, no pueden ser eliminados por argumentos teóricos sino únicamente por una realidad más fuerte, a la que se deja actuar sobre los espíritus. Si se comienza a hablar de ello, el espíritu del que escucha se orienta inmediatamente hacia el terreno de lo nacional y no piensa sino en términos de nacionalismo. Por consiguiente es mejor no hablar de ello en absoluto, no inmiscuirse en ello. Tanto a todos los eslóganes como a todos los argumentos nacionalistas, se responderá: explotación, plusvalía, burguesía, dominación de clase, lucha de clases. Si ellos hablan de las reivindicaciones de una escuela nacional, nosotros llamaremos la atención sobre la insuficiencia de la enseñanza dispensada a los niños de obreros, que no aprenden más de lo que necesitan para poder deslomarse más tarde al servicio del capital. Si hablan de letreros callejeros y de cargas administrativas, nosotros hablaremos de la miseria que obliga a los proletarios a emigrar. Si hablan de la unidad de la nación, nosotros hablaremos de la explotación y de la opresión de clase. Si ellos hablan de la grandeza de la nación, nosotros hablaremos de la solidaridad del proletariado en todo el mundo. Sólo cuando la gran realidad del mundo actual –el desarrollo capitalista, la explotación, la lucha de clase y su meta final, el socialismo– haya impregnado el espíritu entero de los obreros, se desvanecerán y desaparecerán los pequeños ideales burgueses del nacionalismo. La propaganda por el socialismo y la lucha de clase constituyen el único medio, pero un medio que da resultados seguros, para quebrantar la potencia del nacionalismo."

"Estamos seguros de que frente a la enorme densidad de los intereses de clase y de las necesidades reales y actuales, por poco que se tenga conciencia de ello, ninguna ideología arraigada en el pasado, por poderosa que sea, puede resistir a la larga. Esta concepción de base determina también la manera como luchamos contra su fuerza."

La aparente consistencia de la posición táctica de Pannekoek se diluye por completo cuando a lo que nos enfrentamos no es al nacionalismo burgués clásico, sino a la mezcla del nacionalismo burgués con el bolchevismo, que se ha propiciado precisamente por las concesiones de éste último a los "movimientos de liberación nacional" en el sentido habitual del término. Cuando el nacionalismo burgués asimila aparentemente el comunismo, cuando se apropia de las ideas proletarias para utilizarlas para sus propios fines, entonces la posición de Pannekoek se vuelve insostenible de inmediato, porque su punto de partida es netamente ideológico. Este punto de partida implícito en sus tesis es la oposición nacionalismo-internacionalismo. Pero lo que aquí se sitúa en el centro del debate práctico y del curso de la lucha de clases es la relación entre lo nacional y lo internacional, entre la liberación nacional y la liberación de clase. La posición que se sitúa en el plano de la negación de la primera en beneficio de la segunda se autoexcluye del proceso de clarificación. Naturalmente, puede ser lícito negar absolutamente los términos que utiliza el nacionalismo burgués, como nacionalismo, liberación nacional, y todas sus expresiones ideológicas, pero de cualquier modo esto es una mera cuestión de forma exterior. Lo que importa -y aquí es donde se sitúa la verdadera discusión, también sobre lo que es y no es el internacionalismo proletario- es ser capaces de exponer los intereses de la clase obrera como clase nacional y oponerlos a las formulaciones de ese nacionalismo "rojo". Sólo de este modo, a través de la lucha práctica, se puede "quebrantar la potencia del nacionalismo" existente y desarrollar el internacionalismo proletario. Todo el discurso sobre que el nacionalismo es algo del pasado se desmiente ante un sólo hecho: la nación como unidad económica sigue existiendo, y mientras esto sea así la separación entre las clases no podrá sobreponerse más que en breves periodos a esta unidad, de la que dependen las necesidades vitales de los individuos.

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