2. El reenfoque de la cuestión según la relación entre teoría y práctica

La cuestión no es qué hacer, sino CÓMO HACER -lo que más propiamente sería: CÓMO ACTUAR PARA EL FIN REVOLUCIONARIO-. Pero con este reenfoque se elimina también el "hacer". La revolución se "hace" cuando está previamente preparada. En cambio, lo que tenemos que "hacer" es, también, todo el proceso previo a la revolución, que no es elaborar un programa y demás -éste es sólo el lado más teórico y abstracto de las tareas-, sino que fundamentalmente consiste en un proceso de autotransformación total de la clase revolucionaria a través de la lucha. Este proceso pasa por distintas fases: 1º se autoorganiza para la lucha inmediata, 2º se autoconstituye en clase independiente y construye su propio movimiento autónomo, y 3º, finalmente va desarrollando una praxis revolucionaria radical e integral.

La dimensión teórica no puede, además, desarrollarse previa e independientemente de este proceso, sin el cual no vale más que como una hipótesis de trabajo -no como una verdad efectiva-. Si la teoría y la "organización de la teoría" se construyen separadamente del movimiento real acabarán desviando su curso de las necesidades reales de la clase, haciéndose cada vez más abstractas, hasta confundir su propia abstracción con la realidad. Este ha sido el caso de los teóricos postmodernistas de todas las escuelas. Si no podemos progresar en la teoría, porque carecemos de la base práctica, lo más sensato es dedicarse a clarificar esa misma teoría y a actualizarla estrictamente a la luz del curso histórico, exprimiendo al máximo la experiencia acumulada hasta la fecha. De hecho, lo determinante para el desarrollo de la teoría no es la cantidad de experiencia, sino por un lado la calidad de esa experiencia -el nivel de desarrollo que contiene- y la calidad de la capacidad analítica y sintetizadora de quienes la procesan para traducirla en concepciones generales y determinar la aplicabilidad de las mismas.

En la medida en que la lucha de clases no va adquiriendo un carácter revolucionario, tampoco podemos someter las distintas interpretaciones teóricas a la verificación de la práctica más que de un modo limitado. Entonces, debe asumirse que la única autoridad inmediata sobre la veracidad de esas teorías es la clase obrera misma en su devenir histórico, y que el valor político de las mismas es sólo el de propuestas de acción y de reflexión para el hoy y para el mañana. Intentar formular programas, construir organizaciones, etc., en el sentido formalista de, al menos, "embriones" definitivos de los verdaderos programas y organizaciones futuros, etc., es hoy una empresa destinada al fracaso o, peor, a la desviación.

El carácter grupuscular y aislado de los grupos revolucionarios no permite profundizar en ese sentido salvo intentando "guardarnos las espaldas" previamente frente a todos esos errores, y manteniendo un sentido crítico muy agudo y sin contemplaciones para con las propias teorizaciones y análisis, sometiéndolos a una revisión constante y no considerándolos más que como aproximaciones limitadas. Limitadas porque son el punto de vista de grupos muy reducidos de la clase obrera y porque su alcance histórico es también limitado -al menos hacia el futuro-. En el caso de los grupos oportunistas o sectarios, este problema está ya mezclado con sus propias derivas prácticas, que les alejan de este tipo de autocuestionamiento. Unos buscan la solución a los problemas de la clase obrera en la colaboración -acrítica o crítica- con las organizaciones reformistas. Los otros se pretenden aislar de esta colaboración, aunque, en la práctica, ello sea imposible.

En ambos casos, estos grupos no se plantean el problema de su relación (o si se prefiere, interacción) con las fuerzas reformistas de forma seria, como una realidad práctica inevitable mientras la propia clase obrera no rompa masivamente con ellas. Defender tácitamente, o oponerse virulentamente a la colaboración, conduce, por un lado, a reducir la crítica de la colaboración de clases a una abstracción sin concrección práctica real. Por el otro, cuando no conduce al completo autoaislamiento, lo hace a la colaboración de modo inconsciente y sin planificación, generando confusión entre las propias filas y entre la clase obrera en general (1).

Situándonos en el mejor de los casos, naturalmente para los grupos sectarios radicales es fácil apoyar las luchas "autónomas" de los trabajadores. En realidad, sin embargo, lo que están apoyando es, muchas veces, luchas reformistas autoorganizadas que todavía no han consolidado ningún nivel de autonomía significativo -más allá del imperativo práctico de defender sus intereses ante la inacción o desidia de las organizaciones oficiales-. Esto es, si cabe, confundir aún más las cosas y ver tendencias revolucionarias conscientes (por lo tanto, políticamente significativas) donde no las hay y, portanto, donde entre l@s proletari@s no hay todavía una oposición real al sistema capitalista y al viejo movimiento obrero-.

Ciertamente, en esos movimientos de lucha más o menos autoorganizativos pueden desarrollarse y aparecer tendencias autónomas conscientes a nivel de una minoría, pero todavia no en general, ni es de esperar que a una escala significativa (aunque todo sea posible) dada la trayectoria histórica de la lucha de clases hasta el presente. La mayoría de estos movimientos sigue actuando movida más por la fuerza de la necesidad y según las condiciones históricas impuestas, que por una conciencia de, cuando menos, la necesidad de formar nuevas organizaciones de un carácter radicalmente distinto de las tradicionales (inclusive si ello se limita a formas de asamblearismo durante las luchas conscientemente puestas fuera del control sindical y partidario).

El problema de si las luchas son o no realmente autónomas, o de si existen realmente tendencias en pro de la autonomia de la clase, puede verse muy bien en el caso más concreto de las asambleas masivas. Éstas constituyen formas altamente flexibles, de modo que su contenido puede ser o no autónomo. Sólo cuando es la asamblea misma la que dirige realmente la lucha podemos hablar de organización autónoma en su forma más elemental. Si la asamblea es, de hecho, sólo consultiva -aunque no tenga oficialmente este carácter-, si es utilizada como base de apoyo para votar las propuestas sindicales, o si es dirigida desde la base por una minoría consciente que arrastra a una mayoría todavía demasiado inmadura para asumir una participación determinante, en todos estos casos no se trata de una autonomía obrera efectiva, sino, todo lo más, de vislumbres de la misma. Es preciso distinguir siempre entre forma y contenido. Lo mismo ocurre cuando se consideran formas de lucha como el sabotaje, los cortes de carreteras, etc.

Una vez visto el alcance del problema en la práctica, que exige de nosotr@s la mayor agudeza teórica, atención a las características concretas y capacidad de autorrevisión constante, volvamos a la pregunta: ¿Cómo actuar?

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(1) Por ejemplo, participando "críticamente" en luchas que son progresivas en un sentido inmediato, porque persiguen mejoras necesarias, pero que en la práctica están bajo el control de los sindicatos y los partidos, sean reformistas o pseudorrevolucionarios. En la práctica, al fomentar la lucha se hace en beneficio de esos organismos si no se mantiene desde el principio una línea independiente y coherente, sustentada en un análisis de las condiciones concretas. Es muy fácil mantener una coherencia revolucionaria fuera de la lucha de clases real, pero una vez dentro de ella las posiciones abstractas no cuentan, lo que cuenta es la acción real. Es por la acción real, para impulsar y orientar la lucha, por lo que tendrá valor objetivo nuestra participación. Es preciso tener las cosas claras y plantearlas en los momentos precisos, no es suficiente con definir unos principios y orientaciones generales. Incluso cuestionando abiertamente las direcciones oficiales, es necesario tener planteamientos claros sobre cómo actuar y cómo superar los obstáculos que se presentan.
Los grupos sectarios piensan habitualmente que su coherencia está a salvo por su oposición abierta a las direcciones y organizaciones prevalecientes, pero esta oposición tiene poca validez práctica si no se concreta con eficacia y firmeza ante la clase obrera en los momentos clave de la lucha. La debilidad imperante hace, además, que resulte demasiado fácil buscar apoyos en las minorías críticas del movimiento obrero tradicional, con la excusa de la mayor proximidad ideológica, pero eso no disminuye, sino que mistifica, la distancia práctica que nos separa de esos sectores sindicales o partidarios que, a la hora de la verdad, no van más allá de un reformismo radicalizado con fraseología revolucionarista.


Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

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