Roi Ferreiro
Qué hacer o la pregunta equivocada

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4. Creatividad y praxis alienada

En conclusión, el problema consiste en cómo se relacionan el aspecto creativo y el ejecutivo de la acción social. Tomando otros términos (que son aspectos parciales de aquellos), podemos considerar la dualidad espontaneidad-organización o movimiento-dirección.

Con el desarrollo de las relaciones sociales alienadas, estas dualidades adoptan la forma de una división del trabajo entre dirigentes y ejecutantes, entre organizados y desorganizados, etc.. Así, llegamos a un punto en que realmente existe una separación entre la acción creativa -que quiere ser monopolizada por una minoría y que es alienada al concebirla como algo que el pensamiento debe dominar, pasando a ser integrada (de modo ideológico, falso) por los especialistas de la dirección-, y la acción ejecutiva -a que se reduce a la mayoría de la clase obrera, pretendiendo despojarla de la dimensión creativa de su propia lucha-. Visto de este modo, se puede ver claramente que esta división alienada del trabajo dentro del movimiento obrero no es otra cosa que una reproducción, dentro de la propia clase obrera, de la dominación espiritual que la burguesía y sus especialistas (5) ejercen sobre el proletariado a nivel del conjunto de la sociedad.

Pero no nos interesa aquí extendernos sobre las pretensiones inherentes al "dirigentismo". Lo que nos interesa es, sobre todo, la acción masiva de la clase. Si en esta acción lo que predomina es el aspecto ejecutivo sobre el creativo, ya que ha sido determinada a priori como una acción ejecutiva (por tanto, determinada por una minoria), entonces podemos hablar de una acción cerrada, dominada por una pauta reiterativa que hace que la acción sea un círculo que vuelve siempre al mismo punto de partida: comienza en la ejecución de la teoría, plan o programa previamente elaborados, y acaba con la verificación de los mismos en los resultados de la acción. Esto es una dialéctica cerrada.

Si en la acción prevalece el aspecto creativo -o, dicho de otro modo, la acción permanece abierta a la complejidad dinámica de la realidad-, entonces se verifica que la teoría sólo puede ser una guía para comprender (no para actuar, no como algo determinante de la acción) la realidad y que la complejidad cambiante de la realidad sobrepasa siempre a la teoría. (Es decir, en realidad, en la acción práctica el aspecto creativo es siempre, de modo natural, el prevaleciente, y el aspecto ejecutivo es apenas un momento entre los continuos cambios que alteran a la vez la situación del entorno y la conciencia.) Una acción así es una acción abierta. No es un círculo cerrado, sino una espiral: la acción altera su propio punto de partida, no sólo en el sentido vulgarmente material (algo más o menos evidente en la lucha de clases), sino también su punto de partida a nivel del sujeto: la acción transforma la conciencia y, más aún, tiene repercusiones sobre el conjunto de la psicologia de los individuos que actúan. O sea, altera cuantitativa y cualitativamente su nivel de autoactividad, real o potencial.

La teoría debe, desde un punto de vista revolucionario, desprenderse de su pretensión de determinar la práctica (ya sea la práctica propia como -sobre todo- la práctica ajena). La teoría no es una guía para la acción, sino una guía para pensar la acción: en cada decisión que tomamos están influyendo la totalidad de interacciones que conforman la realidad, la decisión misma es una confluencia de todos estos factores regulada por nuestras necesidades, tal y como todo ello se nos presenta en nuestra conciencia y es expresado a través del pensamiento. La teoría como guía para la acción es una concepción esencialmente ejecutiva de la teoría, no dialéctica. Ciertamente, ocurre que, en la medida en que no somos capaces de pensar la acción según los acontecimientos se suceden, hemos de recurrir al "archivo" de nuestra memoria y sacar de allí algunas claves que poner directamente en práctica, sin apenas tiempo para -aun meramente- darles una forma más ajustada a la totalidad de condiciones que en cada caso concreto afectan a nuestra acción.

En la realidad, la acción es algo siempre creativo, innovador, diferente. Puede mantener determinaciones internas más o menos constantes y universales, pero genera siempre nuevas particularidades y singularidades. Las pautas previsibles se alternan con los cambios imprevisibles. La conciencia es continuamente sobrepasada por la realidad, ante lo cual se puede adoptar una actitud de apertura y de entrega a la interacción dialéctica, o una actitud de cerrazón y de autoseparación. Pero esto último sólo tiene sentido para defender una forma de pensamiento estática, que quiere mantenerse a contracorriente de la realidad misma, que quiere amoldar la realidad a sus principios abstractos, que ve la propia creatividad inherente a la vida de la naturaleza, la sociedad y los individuos como una amenaza a su integridad y a la realización de sus fines egóicos. Vemos, pues, que esta concepción de la acción tiene un carácter autorreferencial, es decir, encierra al pensamiento en un círculo autoafirmativo del que es incapaz de salir, y que se esfuerza por reestablecerse cada vez que la fuerza de la realidad arranca al individuo de su estabilidad mental y lo arrastra violentamente al caos creativo de la realidad.

A quien se aferre a esa mentalidad, todo eso puede parecer algo carente de realidad (tanto si se le presenta en palabras, como aquí, como si se le presenta en su vida práctica). Porque en esta sociedad, en la que imperan relaciones alienadas y, por extensión, también en el movimiento obrero alienado que reproduce esas relaciones dentro de sí mismo, la dirección es algo cerrado, dogmático, que pretende siempre determinar la acción, mientras que la espontaneidad se presenta habitualmente como algo desprovisto de ideales y planes conscientes. El que la dirección teórica previamente formada se abra a la dimensión creativa de la acción, y que la espontaneidad genere, paralelamente a la acción, sus propias orientaciones (orientaciones que son, de este modo, algo determinado por, no determinante de, el contenido mismo de la acción en curso), ésto es algo más bien raro, y mucho más si la separación entre dirección y espontaneidad adopta la forma de una división del trabajo entre dirigentes y ejecutantes.

Naturalmente, no se trata de caer en unilateralidades. Lenin mismo era perfectamente consciente de que su conocimiento procedía de la acción; simplemente, no consideró en profundidad ni críticamente esa relación, junto con su mediación por el proceso de construcción intelectual del conocimiento. Tampoco vió en la relación sujeto-objeto a través de la acción (la clase obrera) lo determinante del contenido del conocimiento (la teoría revolucionaria). Su punto de vista era el del intelectual contemplativo, no el del obrero sujeto al antagonismo de clases y empujado a pensar por sí mismo para sobrevivir y para lograr su libertad. Pannekoek, por su lado, tampoco consideró el asunto unilateralmente, pero tuvo en cuenta, en cambio, que es la acción, no el pensamiento, lo determinante, y que toda la elaboración teórica no determinaba más que la forma y el grado en que esa acción se traducía en la conciencia. No era para él la intelectualidad, sino la clase obrera misma, la que mediante su autoactividad como clase desarrolla su conciencia.

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(5) Así se conforman los dos grandes pivotes de la dominación espiritual del capitalismo, sobre los que se sostiene toda la compleja estructura de relaciones sociales alienantes que constituye la vida cotidiana de l@s explotad@s.


Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

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