La desilusión de un sacerdote
El Dios de los judíos tenía y tiene
el nombre: Jahvé. Al observar lo que dice la Biblia en el Viejo
Testamento de este Dios Jahvé, debemos francamente confesar, que
es imposible reconocer en él el Ser Supremo.
Nos limitamos a indicar sólo tres razones:
Primera: la excesiva crueldad del Dios Jahvé.
Segunda: la amistad íntima de Jahvé
con personas de absoluta inmoralidad y cuyos instintos perversos son fomentados
por él.
Tercera: la exclusiva protección que Jahvé
proporciona a su "pueblo escogido" Israel, exterminando él a los
demás.
Respecto del primer punto encontramos en la Sagrada
Escritura del Viejo Testamento una serie de pruebas tales, que fácilmente
se demuestra que Jahvé no es más que un ídolo nacional
cualquiera.
En efecto, la sola expulsión de Adán
y Eva del Paraíso, condenándolos Jahvé a ellos y a
toda su posteridad, o sea a toda la humanidad a sufrimientos, a enfermedades
y la muerte, sólo por haber comido la pareja una manzana, es crueldad
digna de un verdugo, pero no del Ser Supremo. (Gén, 3,1-24).
Otra prueba de esta crueldad es el Diluvio, donde
Jahvé "arrepintiéndose de haber hecho al hombre" (Gén.
6,6) ahogó a todos: hombres y mujeres, ancianos y niños,
salvándose tan sólo la familia de Noé. Quien imagine
un solo momento el cuadro terrible, provocado por este desastre, no podrá
creer que el Ser Supremo haya causado deliberadamente semejante desgracia.
Pero todavía se nota más esa crueldad de Jahvé,
cuando leemos que él encarga a su pueblo de Israel exterminar a
todos sus enemigos con sus familias.
Así leemos en el libro Deuteronomio (7,16):
"Aniquilarás
a todos los pueblos, que el Señor, tu Dios, te da en tu mano. No
los perdonará tu ojo". Los judíos, al entrar en Palestina,
cumplieron literalmente con este mandato de Jahvé, empezando con
la ciudad de Jericó: "Y ellos mataron toda la gente en la ciudad:
hombres y mujeres, tiernos niños y ancianos" (Josué 6,21).
Sólo perdonaron la vida a la ramera Rahab, en cuya casa sus espías
habían vivido.
Hasta se encolerizó Jahvé si los judíos -más
compasivos que su propio Dios- alguna vez perdonaron la vida a los vencidos.
He aquí lo que leemos en el libro (Números 31,14):
"Y Moisés enfureció contra los
capitanes del ejército, contra los tribunos y centuriones, que volvieron
de la guerra; díjoles: ¿por qué habéis dejado
vivir a las mujeres?... Matad pues ahora todos los varones entre los niños
y las mujeres que hayan conocido a hombres acostándose con ellos;
pero todas las niñas, que no han conocido un hombre, dejadlas vivir
para vosotros". Huelga comentario sobre la barbarie que en este párrafo
se le atribuye al Ser Supremo.
Observo expresamente, que no se trata de uno que
otro caso aislado de crueldad, sino que, precisamente en la conquista de
Canaan, hechos idénticos son tan frecuentes que solamente un individuo
dotado de los más bajos instintos puede haber ordenado semejantes
crímenes.
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