16. Teo. Trinidad. Teología trinitaria en San Agustín.
16. Teología de la Trinidad  

TEOLOGÍA TRINITARIA EN SAN AGUSTÍN.

San Agustín nos presenta una concepción dinámica e histórica del hombre y de la salvación que también lo extiende a lo trinitario. Para el conocimiento que el hombre tiene de Dios, el centro de su salvación está en Cristo, único camino posible para llegar al Dios Amor. La inmutabilidad de Dios se opone a la temporalidad del hombre, estás distancias son vencidas en la persona de Cristo, camino de Dios y Dios mismo.

San Agustín se centra en la doctrina trinitaria tanto en su libro "De trinitate" como en sus numerosas cartas y sermones. Tiene presente en sus escritos la situación y las desviaciones de la época, especialmente el modalismo, que concibe a Dios como una persona con tres modos o formas de aparecer en la historia, y el semiarrianismo, muy fuerte en el Norte de África. También ha profundizado en el Maniqueísmo y dualismo Persa, formado a partir del sincretismo gnóstico y zoroástrico, que conoció en su juventud. Estos últimos conciben la presencia de Cristo sin cuerpo real, como algo espiritual, rechazando la materia por ser abominable. Cristo sería para ellos un eón, un ser intermedio entre Dios y el mundo, su función es enseñar a los hombres a liberarse de la materia.

San Agustín propone para defender la fe trinitaria y cristológica la interpretación fiel de los textos Bíblicos. Hay dos reglas: el Hijo es igual al Padre porque es Dios como Él, y es menor que el Padre y que el Espíritu Santo en cuanto siervo u hombre, en el sentido que aparece en el himno de Filipenses 2, que San Agustín considera central para su reflexión. El Hijo es Dios de Dios y luz de luz, expresando así que el Hijo tiene su origen de otro, del Padre; para el Espíritu Santo, enviado por el Padre, emplea la regla de la procedencia eterna del Padre y del Hijo, siendo igual a ambos en cuanto divinidad. La unidad de la naturaleza divina es el principio para fundamentar la unidad de acción de la Trinidad con respecto a las criaturas.

San Agustín rechaza como abusivo el término sustancia atribuido a Dios, porque hace referencia a un sujeto de accidentes, prefiere emplear la palabra esencia; es decir, San Agustín está deshelenizando la terminología empleada por la cultura en la que vive, dándole a la palabra sustancia un sentido de viveza. Rechaza también los términos "Dios es triple", porque suena a simple unión de individuos, tampoco le gustan las analogías como universal o particular, genérico y específico para hablar de la Trinidad, cosa que sí emplearon los Capadocios. San Agustín se siente especialmente bien empleando la terminología de "persona" acuñada por Tertuliano. Reconoce, no obstante, que es una analogía imperfecta, porque la distinción de las personas humanas ya parece implicar una naturaleza concreta para cada cual, mientras que en Dios sólo hay una naturaleza concreta para las tres personas.

San Agustín recurre a la noción de los tres relativos para deshacer el arrianismo. De Dios, lo que decimos, no es siempre según su sustancia en sentido absoluto, sino que también lo hacemos según el origen de sus relaciones intratrinitarias. "Por eso, aunque sea distinto el ser Padre y el ser Hijo, no hay una sustancia diversa, porque esto no se dice según la sustancia, sino según lo relativo; y esto relativo no es un accidente, porque no es mudable" (de Trinitate V, 5,6). San Agustín no usa una terminología abstracta de relación para designar a las divinas personas, sino el término concreto de relativo que indica ya "sujetos relativos" o "personas distintas". En este sentido el Hijo es enviado por el Padre, y el Espíritu Santo por el Padre y el Hijo. Desde la relación de origen el que debe ser enviado es el Hijo, que desde la encarnación se nos hace visible.

San Agustín profundiza fuertemente en el texto de 1 Jn 4, 8-16, Dios es amor. Esa contemplación de Dios Amor es una ocasión para afirmar el amor entre las personas de la Trinidad como intercomunión personal de amor. Ese amor sublime bien merece llamarse Dios, es una unión inefable, un amor inefable, que se abre y se ofrece al hombre para que participe de él. La relación del Padre con el Hijo hace proceder el Espíritu Santo, que no es sino amor mutuo del Padre y el Hijo. La donación del Espíritu Santo a los fieles expresa el don de la caridad o amor de Dios a los hombres.

La antropología afirmará, desde el conocimiento bíblico, que el hombre es creado a imagen y semejanza de Dios, una imagen deteriorada por el pecado. La vida cristiana es concebida como el esfuerzo para reformarse a imagen de Jesucristo y del modelo evangélico. Lo determinante es que esa imagen de Dios en los hombres es imagen y semejanza de la Trinidad. Tomar conciencia de uno mismo, es comprender la presencia, la inhabitación de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo en el corazón de los hombres. Todo esto se realiza desde las misiones divinas. San Agustín no quiere elaborar una teología trinitaria alejada de la historia de la salvación, el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo tienen distintas misiones en su relación entre sí y en relación con el hombre. Por eso lo sorprendente y central de la Trinidad de San Agustín es su fuerte e impresionante cristocentrismo.

Para nosotros ésta teología sigue siendo válida, de hecho, la sistematización mejor sobre la Trinidad es ésta, la agustiniana, recuperada y engrandecida tras el Concilio Vaticano II. San Agustín es un autor que sigue estando el alza, dada la fecundidad y profundidad de su pensamiento. En lo Trinitario y Cristológico presenta un dinamismo que más tarde perdió la Escolástica, y que en el siglo XX volvió con fuerza.

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