17. Cristología. La cristología de los evangelios sinópticos.
17. Cristología  

LA CRISTOLOGÍA DE LOS EVANGELIOS SINÓPTICOS.

En éste apartado, nos remitimos a lo estudiado en el tema del NT, allí quedó perfectamente explicada la introducción a éstos estudios. Aspectos de sociología, economía, política o cultura en tiempos de Jesús, son pertinentes en ahora. La mirada de los sinópticos la hacemos por partes: significado, mesianidad, cruz y resurrección. No entramos en un análisis detallado de los textos, aunque son la base de nuestro estudio. Todos los Evangelios Sinópticos están llenos de sentido, por eso extraemos las generalidades.

Lo primero es situar a Jesús en su entorno. Buscamos responder a la conciencia que Jesús tenía de si mismo. La respuesta no es directa ni estática, como pretendería un griego, sino que entramos de lleno en la cultura semita y lo que quisieron decir. Tampoco nos perdemos en la psicología de Jesús, que ha sido una cristología muy querida, y muy errática, del liberalismo del siglo XIX y XX. Vamos al significado que para cualquier Judío de la época pudo tener Jesús. ¿Qué podía pensar un Judío cuando veía actuar y hablar a Jesús? Esta es nuestra pregunta.

Para los Sinópticos: Jesús es Dios mismo. Esto lo demuestran en los conceptos y frases que manejan de Jesús. En primer lugar: Jesús tiene poder para perdonar pecados, lo hace y además lo comunica a su Iglesia. Esta potestad sólo podía ser atribuida a Dios. Para un Judío ver a Jesús perdonando era paradójico, porque el perdón de los pecados sólo podía ser dado por Yahvé en el AT. Para los Sinópticos Jesús perdona porque el Hijo hace lo que ve al Padre, tiene su potestad, es Él mismo. El sí absoluto del perdón es una manifestación de la liberación, de la llegada del Mesías, incluso de la legitimidad de Jesús, que queda refrendada, no pocas veces, con un milagro seguido del perdón. El discurso para el encuentro de los hombres con el Padre en el Hijo es que "ha venido para buscar a los enfermos, a los pecadores, no a los sanos". Es un signo de que el Reino está entre nosotros. Son numerosísimos los textos donde aparece el perdón y la misericordia de Dios en la persona de Jesús.

En segundo lugar tenemos al identificación directa que hace Jesús con el Reino escatológico que anuncia. La implicación es directa. Es el anuncio constante del Reino de los cielos, que conviene no confundir con la Iglesia. Los discursos de Jesús, en parábolas, suelen ofrecer en el sustrato de los mismos, algún elemento del Reino. Para los exégetas Dodd o Joaquín Jeremías, todas las parábolas tienen algo que ver con el Reino. En el origen Jesús predicó fundamentalmente que el Reino estaba cerca, que en su persona se realizaría. Para ésto basta con aceptar su voluntad y su gloria, reconocerlo. El discurso de Jesús en Nazaret, Lc 4, 16-30, es el inicio de la actividad pública de Jesús, el cumplimiento de lo esperado durante largo tiempo. Cuándo pronuncia ese discurso en la sinagoga de Nazaret se produce una reacción contraria, rechazo a que sea nuestro vecino el Mesías. Para otros Judíos, el Reino y el Mesías se cumplían en la persona de Jesús. Jesús anuncia esa identificación, lo cual significa claramente que es el Mesías, el que se esperaba, el Hijo de David, el enviado por Dios para redimir y salvar a los hombres. O que era un impostor.

Para entrar en el Reino anunciado por Cristo se exige la conversión y la vida en las Bienaventuranzas. La conversión supone un cambio radical en la forma de pensar y de vivir. La palabra en griego "metanous", significa literalmente cambiar la mentalidad. Jesús, en los Evangelios, no es comprendido, la necesidad de cambiar el corazón debió despertar recelos y rechazos, incluso entre sus seguidores. Pero es que, sin esa conversión, el Reino no puede llegar. También son muy decisivas para el Reino las bienaventuranzas. No son una lección angélica ni socioeconómica, sino que expresan la adhesión radical al programa del Padre, un programa basado en el amor gratuito al prójimo y que cambia la estructura de poder y de egoísmo que anidan en el pecado de los hombres. Exigen un cambio de mentalidad, dar la vuelta a los criterios de éxito, poder y dinero de las sociedades de todos los tiempos.

Es importante también que el Mesías esperado inauguraba un tiempo nuevo, donde los cojos anduvieran y los ciegos pudieran ver. Jesús realiza milagros, y está fuera duda el carácter taumatúrgico de Jesucristo. Es el personaje de la antigüedad al que se le atribuyen más milagros y curaciones. Algo tuvo que haber.

Los milagros, en los sinópticos, confirman que con Jesús comienza el Reino, son un signo de la presencia del Mesías, según lo entendían los Judíos. Los milagros son liberadores para la persona que los recibe. El principal milagro es el encuentro con Jesús, salvador. Pero además, son signos de legitimidad, es el verdadero Mesías, garantizan la fe. Son un todo con la palabra de la revelación, no podemos comprender los milagros, las bienaventuranzas, el perdón o el Reino sin verlo como un único proyecto.

La verdadera comprensión de los milagros en la vida de Jesús no hacen que éstos sean el centro de la fe, sino que son una ocasión para la fe. Es decir, ayudan y excitan la fe de los que lo presencian. Es importante llamar la atención de cómo los milagros de Jesús no siempre provocaron la fe, también tuvieron el efecto contrario, ofuscaron más a los enemigos, como si hubieran sido hechos por Satanás, es la impenitencia del que se resiste. Los milagros por sí mismos, como hechos extraordinarios, no indicaban nada en aquella sociedad, pero realizados por el Mesías suponían la llegada del Reino. Por eso, los milagros apuntaban al que los hacía, en nuestro caso a Jesús. La fe en los milagros no era discutida, se discutía quién los hacía y porqué.

Otro aspecto significativo de la conciencia que Jesús tiene de sí es que cambia públicamente la Ley de Moisés. Para un Judío de la época, nadie podía cambiar éstas normas impunemente, era algo reservado a Dios. Sin embargo, Jesús cambia y modifica la Ley mosaica. "habéis oído que se os dijo, pues yo os digo...". Y con ésta fórmula modifica el significado de cuestiones tan inviolables para el Judaísmo como el adulterio, el divorcio o el amor al enemigo. Este atrevimiento de Jesús debía sonar en los primeros seguidores y en sus contemporáneos como algo blasfemo. La flexibilidad en el cumplimiento del sábado fue una provocación constante a las autoridades Judías.

Esta autoridad con la que Jesús corregía la Ley de Moisés se ha venido a llamar ruptura de plenitud. Jesús mantiene una dialéctica de oposición con el AT, su continuidad se manifiesta especialmente en que rompe con el viejo esquema, el odre nuevo no aguanta el vino viejo, Jesús supera y plenifica el AT dándole sentido. La primitiva Iglesia no acabó de entender esta ruptura tan significativa, que no se hizo total desde la resurrección, sino sólo tras las primeras décadas de la fe cristiana se fue comprendiendo lo que llegaba a suponer creer en Jesús como el Mesías, era el inicio de algo nuevo.

Finalmente, Jesús proclama el seguimiento de su persona para la salvación. Él se presenta como camino de salvación para los hombres, es más, es imprescindible el seguimiento de Jesús para el encuentro con el Padre. La vinculación y la filiación única y singular con respecto del Padre es un rasgo de su carácter mesiánico y trascendental. El término "abba", usado por Jesús para dirigirse a Yahvé, "papaito" en arameo, era la expresión cariñosa de los niños hacia su padre. Jesús la emplea con un especial interés, como intercambio, como ofrecimiento y relación especial con Dios Padre. En éste sentido, Jesús es Unigénito del Padre. Nadie ha visto a Dios, sino el Hijo que nos lo ha manifestado. Esta particular filiación de Jesús para con Dios, nos da a entender la especial relación de intimidad, de conocimiento, de relación con el Padre Dios que tiene Jesucristo. La comunicación del Padre con el Hijo hace que aparezcan vinculados, implicados en un proyecto de salvación común y único. El significado de todo es evidente: Jesús es el Señor, el "kurios", el Hijo de Dios, que era tanto como decir Dios mismo.

Estos indicios hicieron que los primeros cristianos comprendieran, incluso antes de la resurrección, que Jesús era el Mesías. El problema eran los acontecimientos inesperados, ¿Por qué no triunfar?, ¿Por qué morir como un desalmado? ¿Por qué no repartir el poder? ¿Por qué no lo dice claramente y hace gestos espectaculares y públicos? Sólo a la luz de la Pascua comprendieron el plan de Dios realizado en Jesús: que era necesario que el Mesías padeciera. Sólo con la luz del Espíritu Santo reconocen que Jesús era Dios mismo, encarnado y entregado a los hombres por amor a ellos. De hecho, es la interpretación que obtenemos si observamos a los que lo acusan, "ha blasfemado, se hace como si fuera Dios", no cabía dudas, Cristo era o un blasfemo o el Hijo de Dios, pero no alguien indiferente. Los apóstoles no dudaban de su mesianidad, sino de la interpretación que Jesús hacía de la misma.

El modelo mesiánico esperado por los discípulos no se producirá. El mesianismo de Jesús es de siervo, de "diakonos", de "doulos", es el abajamiento de Mt 20 y tantos otros textos. Cristo como libertador político no cabía en el proyecto divino, el Mesías libertador lo era en una clave redentora, salvadora, de ahí la necesidad de la sangre. Lo explicamos: en la mentalidad semita la sangre implicaba el sacrificio, la victima y el rescate, sin sangre no era posible el perdón. Por eso, la entrega amorosa del Hijo es entendida en la carta a los Hebreos tan admirablemente, la vida y la sangre son la víctima propiciatoria, es la expiación de los pecados, que resaltan en la Pasión los sinópticos. Por eso debía morir, mostrando su amor a los hombres, Dios no libró a Jesús de la muerte, porque por su sangre son perdonados los pecados del mundo. Por eso la revolución cristiana supone el cambio, no de estructuras sociales o políticas, sino el cambio en la forma de concebir las relaciones interpersonales, basadas en el perdón y el amor. Los demás cambios vendrán por su propio peso.

Otro aspecto que fue muy difícil de entender para los primeros cristianos era la cruz. Suponía un problema para el cristianismo inicial, de hecho no fue signo de la fe cristiana hasta siglos después. La cruz era motivo de vergüenza, era un escándalo para los judíos, y una necedad para los griegos. Es decir, el Judaísmo no entendió que Cristo debía morir en la cruz, para ellos el patíbulo de la cruz no sólo no era innecesario, sino que suponía una contradicción con el Mesías triunfante esperado. Para los griegos era una estupidez que Dios, trascendente, motor o causa de todo, se hubiera encarnado, muerto en una cruz y resucitado para la salvación. Sin embargo, la experiencia de los primeros cristianos, Judíos y Griegos, superaba las limitaciones de aquellos esquemas mentales. La primera fe de Pedro se basaba en esto: al que habéis crucificado, Dios lo ha resucitado de entre los muertos: esa es la fe de la Iglesia primitiva. Por eso los Evangelios se empiezan a construir desde los relatos de la Pasión, que eran especialmente significativos para la vida de las comunidades. La cruz, lo más vergonzante de la nueva fe, sin embargo era de lo más relevante.

Esa cruz no era comprensible sin la resurrección, que es la garantía y la legitimidad de que ese Jesús era el Mesías, que tenía que morir y resucitar por los hombres. Es el centro de la predicación de los discípulos, "Cristo ha resucitado". De hecho todo el NT se conduce a esa determinación, Cristo ha resucitado, es el mensaje de salvación, era el Mesías, hay que creer en Él.

Este kerigma primero también evoluciona. Al principio bastaba, en un mundo judío, con afirmar que había resucitado, pero al extenderse el cristianismo a un contexto helénico, empieza a ser importante incidir en la existencia terrena según la carne y la existencia terrena según el espíritu. En una tercera etapa se desarrollan tres estadios: como Jesucristo preexistía, como se encarna en la vida terrena, y como, finalmente, resucita. Es un primer intento por explicar en el mundo helenista la profundidad del significado de que Cristo ha resucitado.

Para el judaísmo la vida es el ser, por eso, la resurrección la entienden los apóstoles no como algo impersonal, sino como una aparición y con la tumba vacía. Confirman la experiencia de que Jesús sigue vivo. La base del NT sería la esperanza de la resurrección, el inicio de un mundo nuevo. Tras la resurrección saben realmente quién es Jesús, se les quita el velo, descubren el proyecto de Dios, el plan de salvación para los hombres. Así, mencionan los textos que los apóstoles se postraron y lo adoraron ante Jesús, gesto reservado para Dios exclusivamente.

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