17. Cristología. La cristología posnicena: el Concilio de Calcedonia del 451.
17. Cristología  

LA CRISTOLOGÍA POSNICENA: EL CONCILIO DE CALCEDONIA DEL 451.

El punto final de gran parte de los problemas dogmáticos fue resuelto en Calcedonia en el año 451, estamos en el cuarto Concilio Ecuménico. Las fórmulas latinas influyeron y estuvieron presentes en el llamado "Tomus ad Flavianum", Roma había cuidado su traducción con esmero y atención, y había redactado el secretario papal de aquel momento estas terminologías. La inspiración del documento se debe a Tertuliano en el lenguaje trinitario-personal, y de San Agustín, en lo que se refiere a la Cristología.

En Calcedonia se llega a una fórmula Cristológica aceptable para las dos corrientes, dejando fuera las tesis más radicales de una u otra tendencia. En este sentido y en continuidad con los Concilios anteriores vuelve a confirmar la fe de los concilios anteriores: Nicea, Constantinopla y Éfeso. De cara a la Cristología se dirá que Cristo es verdadera divinidad y verdadera humanidad, y a María se le puede y debe llamar Madre de Dios.

El Concilio ilustra tres modos de decir para Cristo: por un lado se parte de la unidad del sujeto, es "uno y el mismo", no dos personas, dos individuos o dos hijos, estamos ante el Hijo Unigénito, Cristo, el Señor. La segunda afirmación tajante es que estamos ante el mismo perfecto en deidad y perfecto en humanidad, "verdadero hombre y totalmente hombre, y verdadero Dios y totalmente Dios". La tercera afirmación, "consustancial al Padre según la divinidad y consustancial a nosotros según la humanidad".

La enseñanza hace que identifiquemos el sentido de persona para los términos "prosopón" y "hipostasis" (persona y sustancia). Con la fórmula clásica Cristo es uno y el mismo en dos naturalezas por la unión, salvamos las propiedades de ambas. El dualismo nestoriano es rechazado, al igual que sucede con el monofisismo de Eutiques. La comunicación de propiedades quedaba mejor explicada, especialmente atribuido para la pasión y la redención del mundo.

La fe de Calcedonia fue aceptada por Occidente sin problema, no así en Oriente, donde la historia y el pasado pesaban lo suficiente como para que las fórmulas de antiguos patriarcas quedaran superadas, y la oposición y el recelo a las escuelas teológicas rivales se mantuviera. La labor de aceptación de la fe de Calcedonia es debida a San León Magno, Papa, al Emperador y al monje Teodosio, entre otros. A pesar de estos esfuerzos el monofisismo se mantuvo en la periferia Oriental de Imperio, donde hoy sigue pervive la Iglesia monofisita, en un entorno musulmán muy complejo. Los diálogos ecuménicos siguen buscando una unidad casi conseguida con éstos pequeños hermanos nuestros.

Calcedonia no puso el punto final, las controversias cristológicas giraron hacia otros aspectos. Se discutía el teopasquismo. La voluntad y la conciencia única de Jesús se empezaron a poner en entredicho, fruto de la influencia, otra vez más, del paradigma helénico. La herejía nueva era derivación de las anteriores, el monotelismo, que afirmaba que, como la voluntad humana podía oponerse a la divina, para evitar el choque de voluntades en la persona de Cristo, se podía derivar que la voluntad divina era la única que actuaba. En el fondo es el monofisismo adaptado a la psicología racional de Aristóteles. La consecuencia es que la vida real de Cristo, si no hay actos de la voluntad humana, no puede haber un amor filial del hijo encarnado al Padre, la obediencia, el valor del amor, la entrega pierde significado. No podríamos hablar de kénosis ni de vaciamiento. El ofrecimiento en libertad se convierte en una esclavitud por nosotros.

La solución se alcanza en el siguiente Concilio Tercero de Constantinopla en el año 680. La formula de solución es que hay dos voluntades y dos operaciones en Cristo, se actúa contra el monotelismo y el monoenergismo. Se aceptan los cinco concilios anteriores, de nuevo se ratifican. Se proclama la fe: "predicamos igualmente en Cristo dos voluntades o quereres naturales y dos operaciones naturales, sin división, sin mutación, sin separación, sin confusión , según la enseñanza de los Santos Padres. Cristo posee dos voluntades pero no son contrarias entre si, somete la voluntad humana a la divina, obedeciendo al Padre que le envió".

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