19. Escatología |
ESCATOLOGÍA
Y NUEVO TESTAMENTO. Notamos que el Reino es escatológico en su esencia, pero no es exclusivamente escatológico, dado que su perfección se alcanza al final. Ese Reino tiene la característica particular de estar implicado con la persona de Cristo. El reino viene con Él, que lo anuncia y lo lleva a plenitud. No es el hombre el que lo construye, sino que es Dios el que lo edifica. Fundamentalmente el Reino es así un regalo, un don, una gracia que Dios da, pero que corresponde al hombre acogerlo. El ejemplo de acogida nos lo dan los niños, que nos enseñan a confiar en el Padre. Es un tesoro que hay que descubrir, un regalo oculto y entregado a los hombres, que pide además una respuesta del hombre, un cambio en la vida, una actitud de conversión. Por eso el Reino exige renuncia, sacrificio y esfuerzo. No se nos escapa que el reino que predica Jesús aparece como muy inminente, la segunda venida del maestro es esperada por la Iglesia del Nuevo Testamento, y llegará de un momento a otro. Su perfección no la alcanza el presente, a pesar de la resurrección de Cristo, sino que tiene que llevarse a plenitud lo anticipado por Jesús. Por eso, si estudiamos con detenimiento los Evangelios Sinópticos encontramos una creciente "desescatologización" de la comunidad primitiva. Es decir, en Marcos por ejemplo, encontramos más textos que nos hablan de un final inminente y próximo que en los demás. Es lógico dado que es el Evangelio más antiguo. En Lucas la prisa por la parusía es menor, y antes conviene anunciar el evangelio a todo el mundo. La comunidad primitiva, que esperaba a Cristo de un día para otro, comprueba el retraso de la parusía, por esto el discurso necesario es el de estar atentos, vigilantes, porque en cualquier momento puede llegar. Uno de los más interesantes textos sobre escatología lo encontramos en Mc 13. Este discurso se encuadra en una crítica profética que Cristo hace ante la admiración que despierta el Templo en los discípulos. En ese ámbito habla de lo que va a suceder, en un lenguaje apocalíptico, que más que describir lo que va a pasar, lanza un mensaje de perseverancia y de vigilancia para el futuro. Como actitud escatológica exhorta a la vigilancia, no a la despreocupación, que parece era la actitud también de los cristianos de Tesalónica. El lenguaje apocalíptico no debe confundirnos, está encuadrado en un final catastrófico, hay calamidades para todos y confusión, múltiples falsos mesías, pero la invitación a perseverar. Esta idea está fuertemente arraigada en el texto. Es la actitud y la experiencia de la primera Iglesia, perseguida, confusa, necesitada de ánimos en la espera. La parusía y el fin del mundo se relacionan en el Nuevo Testamento con la segunda venida de Cristo. El final aún no ha llegado, está al caer, y viene con Cristo, por segunda y última vez. Se deja toda la iniciativa al Padre, nadie sabe el día ni la hora, sólo el Padre, que no es manipulable, por eso conviene una actitud de espera, de vigilancia. Así lo encontramos en parábolas como las vírgenes prudentes y las necias, los talentos o los viñadores. Sobre esta parusía encontramos textos en Mc 13, 25; 14, 62; Mt 24 y 25 o Lc 17, 20-37 entre otros. Las referencias a la espera son constantes en el NT. Sobre la cuestión de la resurrección de los muertos aparece la controversia entre saduceos y fariseos, que polemizaban sobre si tras la muerte había una resurrección, y cómo se hacía. En Jesús, la resurrección supone un cambio respecto al Judaísmo, ya no se muere más, no es continuación, sino que rompe con las realidades inmanentes. La resurrección de Cristo, y la nuestra también, no está sometida al espacio y el tiempo, sino que lo trascienden, son categorías trascendentes. También hay matices respecto a la idea del "día de la ira" del AT. Sigue habiendo una idea de Dios como juez final, pero en Cristo se dulcifica, viene a salvarnos, no a condenarnos. Incluso el Evangelio de San Juan es más claro en ésto, el que crea está salvado, pero el que no se autoexcluye, nadie le condena, pero se queda fuera del banquete escatológico. Ese juicio final, tal como está en los Sinópticos, puede darnos a entender que es individual, pero otras veces se muestra como algo colectivo. Sería individual en textos como la afirmación de la puerta estrecha, Mt 7, 13, o el pobre Lázaro y el rico Epulón de Lc 16, 19. También hay idea de juicio universal en la idea de las dos ciudades en Mt 10, 15, una perversa e incrédula y otra redimida. También en las parábolas del banquete, el juicio final parece una fiesta colectiva. Cuando se habla del fin de la creación, del mundo, se alude de una nueva creación, de unos nuevos cielos y una nueva tierra, es la recreación de algo nuevo, algo colectivo o comunitario. El NT emplea las categorías telúricas del cielo y el infierno. Lo identifica, y esto es propio de las categorías culturales de la época, por lo que está arriba y lo que está abajo, con idea de localización concreta. De fondo late la intención del autor, el cielo es una realidad de encuentro con Dios, una realidad relacional de estar con Dios y de encontrarse con Cristo. El infierno es la oportunidad perdida, la suerte diversa ante la cerrazón del corazón. La imagen de cielo es representada como la nueva Jerusalén en el libro del Apocalipsis, una nueva ciudad, un nuevo reino. El infierno, lo hemos acabado identificando con los mitos persas y babilónicos, fuego, llamas,... Jesús no habla mucho del infierno, y cuando lo hace lo identifica con la "gehena", el basurero de las afueras de Jerusalén, donde habitualmente de quemaban los restos.
Es posible que la figura de Jesús, y el deseo de estar con Él propiciaran el anhelo de su presencia en un final cercano. Un final intuido ya como algo muy distinto a lo presente, "ni el oído oyó, ni el ojo vio lo que está reservado para los que perseveren", es el "ciento por uno", algo sin duda, totalmente diferente a todo lo imaginable por los hombres. El NT vive en la espera, y mientras aguardamos estamos en un Reino que está "ya, pero todavía no". El tiempo presente, de la Iglesia y de los hombres, se parece al de la Iglesia primitiva, estamos en un segundo gran adviento, una segunda espera del Mesías. En este periodo la Iglesia tiene la obligación de seguir anunciando y empujando el Reino querido por el Padre. Hay que invitar a los hombres al Reino esperado de Dios. La Iglesia ayuda a poner al mesa del banquete de bodas, Eucaristía, enciende las luces, cirio Pascual, reviste al hombre nuevo, bautismo, y se mezcla con los hombres anunciando el camino de un mundo mejor. |
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