19. Escatología. La escatología en el Concilio Vaticano II.
19. Escatología  

LA ESCATOLOGÍA EN EL CONCILIO VATICANO II.

Gran parte de la teología que hemos examinado tuvo lugar durante y después del Concilio Vaticano II (1962-65), que recogió muchas de las perspectivas ahondadas por la escatología contemporánea. De hecho todo el capítulo séptimo de la Lumen Gentium está dedicado a la escatología, su título es: "índole escatológica de la iglesia peregrinante y su unión con la iglesia celestial". Son apenas cuatro números pero con una densidad y un contenido muy interesante. Invitamos por supuesto a su lectura detallada.

El número 48 de LG habla de la índole escatológica de nuestra vocación en la iglesia. Se destaca que el centro de esta escatología es Cristo, en un papel central la resurrección de los muertos. De nuevo recuerda que estamos en el "ya, pero todavía no", mostrando una escatología presente y de futuro a la vez. Habla éste número de la restauración prometida que esperamos y que comenzó con Cristo. En ese proceso tiene un papel significativo el Espíritu Santo que conduce y lleva a la iglesia a ese final futuro. También habla de éste mundo, llevado a una renovación, con la idea de una escatología cósmica. Todo el mundo, cosmos, lo creado,... está pendiente de una futura transformación. Por eso el hombre, lejos de Dios, no tiene sentido y pierde su referencia. Este número 48 da valor y reconoce, cosa que también hará GS, las realidades terrenas: especialmente el mundo del trabajo. La acción del hombre agrada al Señor y construye el Reino con Dios. Sólo se vive una vez, teniendo que dar cuenta en el tribunal de Cristo. El Concilio cita textos Bíblicos profusamente, lo cual prueba su punto de partida en las Sagradas Escrituras.

El número 49 habla de la comunión de la Iglesia celestial con la Iglesia peregrinante. Indica tres etapas en la Iglesia: la primera es la terrestre o peregrinante, la de éste mundo; la segunda sería la que se purifica, aunque no explica cómo es esta purificación; finalmente la Iglesia gloriosa, que ya está viendo cara a cara a Dios. Además de estos tres estadios afirma el Concilio en este número, la unidad entre las tres, la comunión entre esa Iglesia celeste y la Iglesia peregrinante.

En el número 50 abunda la LG en la relación entre la Iglesia peregrinante y la Iglesia celestial. La comunidad peregrinante puede, con aquellos que se están purificando, ofrecer oraciones y sufragios, siendo así beneficiados y liberados por sus pecados. La Iglesia celeste está compuesta por los santos, a cuyo frente encontramos a la Virgen María, venerada e intercesora de toda la comunidad eclesial. Los santos, que han sido fieles a Cristo en sus vidas, son ofrecidos a la comunidad como ejemplo de imitación y seguimiento al Señor. El centro de nuestra fe es Cristo, no los santos de la Iglesia, pero nos ayudan en nuestro seguimiento. La Eucaristía será el momento central de la unión entre la Iglesia peregrina y la celeste.

El número 51 ofrece unas disposiciones pastorales para que la invocación a los santos y la veneración a María se haga no desde el abuso o el exceso, lógicamente que tampoco se peque por defecto. Indican estas normas pastorales la centralidad de la interioridad de un amor práctico vivido por los santos, pero que no deben ocultar, sino todo lo contrario, llevar a la persona de Cristo.

La Constitución Pastoral del Concilio Vaticano II, Gaudium et Spes, alegría y esperanza, fue aprobado al final del Concilio, y trata de las relaciones de la Iglesia con el mundo de hoy. No es directamente un documento dedicado a la escatología, pero aparece en algunos números cuestiones relacionadas con ésta. Nos referimos en concreto a los números 18, 20, 21, 39 y 93 especialmente.

En el número 18 se habla del misterio de la muerte, visto como el gran interrogante de la vida humana. El hombre sufre con dolor, y experimenta la muerte como algo inexorable. La debilidad con los años se presenta como el destino cierto de los hombres hacia la muerte. Desde la fe afirmamos que el hombre ha sido creado por Dios para un destino feliz, la muerte es consecuencia del pecado, que será vencido al final. Nos aguarda la salvación para el hombre ofrecida por Dios. El garante y modelo de éste proceso es Jesucristo, que murió y resucitó para librarnos de la muerte.

El problema de fondo de estas páginas es el del sentido de la vida y de la muerte para el ateo o agnóstico, por eso continúa el Concilio queriendo dar respuestas al pensamiento alejado de Dios. Dios aparece como contrario al progreso económico y social de la humanidad en el pensamiento ateo, según indica el número 20. Pero la respuesta está en el número 21, quiere responder diciendo que es lo contrario, que la fe no debe alejar a los hombres del mundo, sino darles motivos para luchar y comprometerse con los hombres de hoy. La escatología no debe ser una huída sino un compromiso por el hombre y su dignidad.

En el número 39 se habla de la tierra nueva y el cielo nuevo. Este mundo no es ni eterno ni divino. Ignoramos el tiempo hasta la consumación, tampoco sabemos como se transformará el universo, pero la revelación nos dice que este mundo pasa, y que Dios prepara un nuevo mundo y una nueva morada donde tengan lugar todos los anhelos de paz. Es la resurrección y la creencia del cristiano para vivir y preocuparse por colaborar con Dios es su tarea. Finalmente el número 93 de GS dice como la edificación del mundo debe hacerse con la participación responsable de los creyentes.

Estas cuestiones llevadas al Concilio nos hacen comprobar como muchos aspectos escatológicos no están resueltos, aunque los padres conciliares, trataron con ayuda del Espíritu Santo, de centrar en las fuentes de la Revelación la escatología y la pastoral de la Iglesia. Pero hay omisiones importantes sobre cuestiones que quedaron de lado, posiblemente no se quiso entrar en ellas buscando otras preferentemente. Lo que es cierto es que tras el Concilio desaparecieron de los sermones y homilías las referencias al infierno, al cielo, o al más allá. Se despreciaron, aunque hoy se recuperen en parte, las devociones populares a los santos o a María. En contraste vemos como la posmodernidad refuerza la vuelta a la comprensión de lo religioso en esas formas intermedias, olvidando nuestro gran referente para la muerte: Jesucristo vivo y resucitado.

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