23. Teo. sacramentos iniciación. El bautismo en la Iglesia antigua.
23. Teo. sacramentos iniciación  

EL BAUTISMO EN LA IGLESIA ANTIGUA.

La Iglesia de los primeros siglos, hasta el Concilio de Nicea, celebraba el Bautismo como ceremonia especial para iniciados. Esa celebración llegaba tras una preparación catequética, cuyas base principal era la Sagrada Escritura. Seguían también practicas penitenciales y eran examinados rigurosamente en cuestiones de moral, atendiendo no sólo a conceptos, sino al estilo de vida y la forma de comportarse. Los cristianos que eran mártires sin haber sido todavía bautizados, es decir, durante su periodo catequético, eran considerados bautizados en un bautismo de sangre, el martirio era semejante al bautismo en su sentido salvífico. Sobre los catecúmenos se realizaban algunos gestos que hoy están concentrados en una celebración, entonces podían estar dispersos durante todo el proceso hasta bautizarse. Encontramos imposiciones de manos, unciones, oraciones especiales y exorcismos. El ritual en sí del Bautismo, según los lugares, incorporaba esos gestos, más o menos progresivamente, en otras regiones formaba parte del ritual en sí.

La fórmula del Bautismo consistía en una triple inmersión, en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo respectivamente, esto era generalizado y era un forma de diferenciarse de los bautizos de los gnósticos u otros grupos heréticos. Habitualmente el Bautismo era un ritual reservado para adultos, tras una larga preparación catequética, como hemos indicado, pero era corriente, y cada vez lo fue más, que los niños nacidos en familias cristianas, fueran bautizados en los primeros días de su vida, siendo todavía bebés. Esta costumbre podemos recogerla como generalizada hacia el siglo III, costumbre que se ha mantenido hasta nuestros días.

Es de notar como los grupos gnósticos y maniqueos rechazaban las prácticas bautismales, o consideraban que había otro bautismo del espíritu separado del que hacía la Iglesia oficial. También surgieron dudas dentro de la comunidad sobre el Bautismo de los niños, o de las personas que ya habiendo sido bautizadas y tras apostatar, pedían volver a la comunidad eclesial. Esto llegó a dar lugar a discusiones y separaciones desgarradoras en la Iglesia. No obstante, había un elemento común: el Bautismo es para el combate contra Satanás y conlleva el perdón de los pecados.

A partir del siglo IV, desde el Edicto de Milán del 313, asistimos a un acercamiento del Imperio a la Iglesia. Se toleran todas las religiones, si bien el cristianismo obtendrá un trato de favor por parte de las administraciones públicas romanas. Las conversiones serán generalizadas, aunque sin prestar gran atención a su veracidad. Esto hace que la Iglesia, dadas las exigencias que debían tener los bautizados en su vida moral y social, quede reservado como un sacramento para casi el final de la vida. Los periodos catecumenales y de preparación se alargaban muchísimo, evitando los compromisos de la vida bautizada. La iniciación se convertía en una larga espera, de ahí que el catecumenado perdiera fuerza y vigor, al igual que la misma Iglesia.

La preparación de estos catecúmenos era también larga, y se centraba en la Biblia y en el símbolo de la fe o Credo, ahondando en símbolos y oraciones. Se incorporan nuevos ritos, que se solían hacer de manera estable en muchos sitios: la apertura del baptisterio, las vestiduras bautismales blancas, el lavatorio de los pies, la entrega de la lámpara encendida o la coronación del neófito.

El Bautismo se celebraba en baptisterios, es decir, capillas específicamente preparadas para las celebraciones bautismales de adultos. Normalmente en el centro había una gran piscina, con forma de cruz, donde el neófito se sumergía totalmente durante tres veces, bajo la palabra del ministro que bautizaba, normalmente el Obispo o el diácono. La forma era circular, dejando entrever el octógono, una doble cruz, que ha pasado a ser símbolo del Bautismo en el arte, junto con la concha. A pesar del Bautismo tardío se siguió practicando el Bautismo para los niños, incluso en mayor medida, predominando ya sobre los de adultos en estos siglos. Esto supuso que los baptisterios se acabaran convirtiendo en pequeñas capillas a la entrada de los templos, normalmente la piscina dejó de existir, transformándose en pila bautismal, más acorde al tamaño de bautizado.

La gran discusión teológica surgió sobre la cuestión de los sacramentos por la controversia donatista, que afirmaba que la administración de sacramentos no era válida cuando había sido hecha por algún ministro indigno o pecador. Esto suponía que el Bautismo podía ser inválido si el que bautizaba no había sido ordenado por un buen Obispo. Frente a eso el Magisterio respondió siguiendo los criterios de San Agustín, cuando bautiza alguien, es Cristo mismo el que bautiza, cuya gracia la recibe igual el neófito. Por el Bautismo quedan perdonados los pecados, incluido el pecado original, que era negado por otros grupos como los pelagianos. Por eso el Bautismo de niños sí podía hacerse, para incorporar a los más pequeños al camino de la salvación. El Bautismo era válido siempre que se hiciera en nombre del Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, que son los que verdaderamente bautizan. La riqueza teológica del de Hipona ya la hemos puesto de manifiesto en la cuestión antropológica, pero tendría plena vigencia aquí.

El problema sobre los bautizados que habían apostatado, o cometido pecados muy graves, se centraba en si podían volverse a bautizar o no, a fin de ser perdonados. El doble Bautismo no parecía adecuado, de ahí que se fuera formalizando el sacramento de la Penitencia, que a modo de segundo bautismo devolvía al camino de gracia al pecador, no sin antes arrepentirse y haber hecho penitencia. La discusión se centró en qué pecados debían perdonarse a un bautizado y cuáles no. Hoy la respuesta es generosa: pueden ser perdonados todos los pecados si hay arrepentimiento, pero entonces no era así.

En relación con el sacramento de la Confirmación hay que decir que están muy unidos, de hecho en los primeros siglos se incorporaba una unción e imposición de manos tras el Bautismo, que luego ha ido derivando en la Confirmación. En algunos sitios esa imposición y unción quedaba reservada al Obispo, separándose del Bautismo. Pero en los siglos anteriores a Nicea, era habitual que todo Bautismo lo presidiera el Obispo, imponiendo las manos y ungiendo, entendiendo que el Espíritu Santo era derramado sobre el catecúmeno.

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