23. Teo. sacramentos iniciación. El rito de la Eucaristía.
23. Teo. sacramentos iniciación  

EL RITO DE LA EUCARISTÍA.

Examinamos el ritual de la Santa Misa, según el canon romano. En principio, para todos los rituales de los sacramentos suele regirse por esquemas semejantes al que vamos a explicitar en este apartado. Por ejemplo, normalmente la liturgia de la Palabra suele tener los mismos elementos en una celebración bautismal o en otra eucarística. Al ser además la Eucaristía sacramento centro y culmen de la vida cristiana, es muy habitual que se celebren otros sacramentos junto con éste sacramento. La Eucaristía siempre estaría después del rito del sacramento en concreto que se quiera celebrar. Por ejemplo: el matrimonio. Si se celebra con Eucaristía primero se casan los novios y después se continúa la celebración con el ofertorio, consagración,...etc. En unas confirmaciones, primero se confirma y después se continúa con la liturgia eucarística.

El esquema de la celebración de la Eucaristía es semejante a los demás sacramentos: ritos iniciales, liturgia de la palabra, liturgia eucarística y ritos de despedida. Los vamos a ir examinando con cierto detenimiento, intentando explicar los signos que se realizan, sabiendo que toda la riqueza es muchísima, y que ésto es apenas una aproximación a la celebración. Hacemos notar también que las celebraciones de la Santa Misa varían en función del momento litúrgico del año en el que nos encontremos, no es igual una Eucaristía solemne de la Inmaculada que una celebración de un martes del tiempo ordinario. Se celebra lo mismo, pero no se hace exactamente igual, cambian las lecturas, algunas oraciones se omiten y otras tienen especial énfasis. La gran celebración eucarística es la realizada en la Vigilia de Pascua, la noche de la resurrección, donde se hace el sacramento con una riqueza que por supuesto no tienen, verbigracia, los días de cuaresma.

Empezamos con los ritos iniciales, cuya intención es preparar a las personas para la celebración que se va a realizar. Los ritos iniciales consisten en un saludo, un acto penitencial, el Gloria y la Oración Colecta. Toda esta parte de realiza de pie, y la razón no es otra que la tradición hebrea. Los Judíos se dirigían a Dios cara a cara, hablaban con Él como con un amigo, por eso es habitual que la Iglesia rece también en su liturgia de pie. No es una expresión de respeto sin más, sino que es una forma de orar, dirigiéndonos a Dios. El saludo es la invocación y la garantía de Dios, se realiza en el nombre de la Trinidad, se celebra desde el Señor y para Él, que es el que nos convoca. El acto penitencial es un breve recordatorio del perdón de Dios en nuestras vidas, nos ayuda a prepararnos interiormente, reconocemos nuestra indignidad ante la divinidad, y nos disponemos en su grandeza, perdón y misericordia. Existen varias fórmulas para hacerlo, en diálogo, o bien en una oración repetida por todos. Se continúa con la oración del Gloria, que en algunos tiempos litúrgicos se omite. El Gloria es una alabanza de la grandeza del Señor Jesucristo, y a su obra en el Padre y el Espíritu. Se sigue con la Oración Colecta, el sacerdote invita a orar, y tras unos segundos de silencio recoge la oración del día haciendo comunión de todas las plegarias de los presentes. Finaliza la Oración Colecta con la mediación Trinitaria, "por Jesucristo, tu Hijo que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos". La respuesta es el "Amén", que es la aceptación de la voluntad expresada en todo lo anterior, es el consentimiento y la continuidad en la propia vida de lo afirmado.

La Liturgia de la Palabra se continúa con la lecturas de los textos bíblicos. Se empieza con una primera lectura tomada del AT, y se responde a la misma con el Salmo, que debería ser cantado, por ser precisamente una canción, de alabanza y reconocimiento. La segunda lectura, que se realiza en las misas del domingo o festivas, está tomada del NT, exceptuando los Evangelios. Finalmente se lee el Evangelio. Hasta el Evangelio se escucha sentados, pero va creciendo la intensidad ante la lectura del Evangelio. Se puede incensar el ambón, lugar de la palabra, incluso hacer una pequeña procesión con la misma, se canta el aleluya alabando a Dios, si el tiempo litúrgico lo recomienda. El sacerdote o diácono saluda al pueblo, se proclama la lectura, se signa, y se besa, se muestra al pueblo. Es decir, estamos ante el momento central de la liturgia de la Palabra proclamada, y el centro es la lectura del Evangelio. Por eso se escucha de pie, se persignan los oyentes y se pone la máxima atención.

Tras la lectura se realiza la homilía, es decir, lo que popularmente se entiende como discurso o sermón del sacerdote. Homilía significa diálogo, y debe ser verdaderamente una continuación de la lectura escuchada, actualizada en la explicación y la edificación de la comunidad concreta a la que se dirige. No debe ser el espacio para que el cura desahogue sus frustraciones, o de explicaciones formativas o teológicas. Ni que decir tiene que debe estar preparado y equilibrado con el resto de la celebración. Es el momento de actualizar la Palabra escuchada, de situarnos ante la celebración del día. Es un momento de meditación y de oración, por eso debe finalizar con unos instantes de silencio antes de continuar.

Tras la homilía se proclama el credo. Es la oración de aceptación de lo escuchado, se realiza con la profesión de la fe. El credo es el símbolo, el signo de la unidad y del compromiso con la palabra anunciada, es renovación de las promesas bautismales, por eso es considerada especialmente en los domingos y festivos. Se realiza de pie porque estamos rezando y dirigiéndonos a Dios al que respondemos con esta oración, que es alianza y símbolo. Tras el credo se realiza la Oración de los Fieles, que habitualmente llamamos peticiones. Esta oración es universal y supone el ejercicio del sacerdocio común de toda la comunidad cristiana, debería ser hecha por los laicos. Estas peticiones se extienden a todo el universo, es decir, no se debe pedir por lo singular y lo particular, que en un momento concreto también; sino que esta oración debe ser de toda la comunidad, con sus necesidades y en comunión con la Iglesia universal para servicio de los hombres. La Iglesia es aquí mediadora en la oración entre Dios y los hombres. El esquema de las peticiones, sería orar por la Iglesia, por los gobernantes, por los pobres, por los presentes, por nuestras necesidades y por los difuntos. Lógicamente puede variar en función de las necesidades de la comunidad, pero nunca debería olvidar ese carácter universal.

Tras la liturgia de la palabra se procede a la Liturgia Eucarística. Esta tiene varias partes que podríamos mencionar como: Ofertorio, Plegaria Eucarística y Rito de Comunión. Vamos por partes. El Ofertorio abarca varias fases. La primera es la presentación de las ofrendas, se ofrece el trabajo y el esfuerzo, nuestra vida, para que sean transformados. En las especias del pan y el vino se realizan algunos gestos bendiciendo a Dios. Con el vino se echa un poquito de agua, signo de nuestra humanidad unida a la divinidad de Cristo, se presenta y se bendice a Dios. Se puede en este momento incensar el altar, al sacerdote y a los presentes. A continuación se realiza el gesto del lavabo. Antiguamente tenían la finalidad de limpiarse de las ofrendas presentadas, normalmente sucias. Se lavaba las manos para proseguir. Hoy tendría un sentido también de purificación, gesto de limpieza por los pecados del sacerdote que es ministro indigno de Cristo. Se invita a la oración, "orad hermanos para que este sacrificio mío y vuestro,... "se responde con el deseo de toda la comunidad y la alabanza a Dios. Finalizado este momento, de nuevo de pie se realiza la oración de las ofrendas, respondiendo con un nuevo "amén".

La Plegaria Eucarística tiene varias partes, que serían las siguientes: el dialogo inicial, el Prefacio, el Santo, la Epíclesis o invocación del espíritu, el Relato de consagración, que sería el momento central de la celebración. Se continuaría con la Aclamación, el Memorial, las Intercesiones y la Doxología final. Por supuesto, al ser toda la plegaria la oración central de la Eucaristía, se realiza toda de pie, orando hacia Dios en las palabras del ministro. El dialogo inicial es una preparación mayor ante lo que se va a realizar. Hay una invitación a elevar el corazón y a alabar. Se continúa seguidamente del prefacio, que en cada tiempo pascual varía. Se trata de una oración hacia Dios, ascendente, normalmente en reconocimiento del hecho salvífico concreto que se celebra. Es una oración de agradecimiento al Padre. Finaliza con una aclamación jubilosa de alabanza que es el Santo, una oración que debería también habitualmente hacerse cantada.

Tras el Santo suele haber una pequeña oración, que termina con la Epíclesis, esta Epíclesis es una invocación al Espíritu para que actúe, se imponen las manos sobre el pan y el vino y se signan. A continuación se relata la consagración repitiendo las palabras de Cristo en la Última Cena. Este momento es central en la celebración, como gesto de adoración se puede arrodillar la comunidad cristiana, siempre en máxima reverencia y tensión. El sacerdote muestra el pan, tras repetir las palabras de Cristo, se arrodilla adorándolo y lo mismo hace con el vino. Son el cuerpo y la sangre de Cristo. La celebración se dirige hacia el reconocimiento de lo que se ha hecho, "este es el sacramento de nuestra fe", "anunciamos tu muerte proclamamos tu resurrección. ¡Ven Señor Jesús!". Se admiten variantes de todas estas fórmulas: "Cada vez que comemos de este pan y bebemos de este cáliz anunciamos tu muerte Señor hasta que vuelvas"; o "por tu cruz y tu resurrección nos has salvado Señor". En todas ella hay una confirmación de la fe que celebramos y una invitación al futuro escatológico. La comunidad es consciente de estar en espera hasta el día final. Se sigue con una serie de oraciones dirigidas al Padre, normalmente intercesoras por la unidad, por el Papa y el obispo de la diócesis, por los difuntos y por la comunión de la iglesia. Finaliza esta oración con la Doxología, que es el "Amén" a toda la consagración, es el "amén" más importante de la celebración. San Agustín decía que los cimientos de la Iglesia retumbaban cada vez que se pronunciaba este "amén". Es una oración en la que se eleva a Cristo, en su cuerpo y su sangre y se proclama; "por Cristo, con Él y en Él, a ti Dios Padre omnipotente, en la unidad del Espíritu Santo, todo honor y toda gloria por los siglos de los siglos, amén". De nuevo la oración Trinitaria, dirigida al Padre en alabanza y reconocimiento del Hijo y su acción salvadora, con el Espíritu.

La liturgia eucarística se continúa con el rito de la comunión, ya la última parte de la misma. El momento central es la recepción del sacramento por parte de la comunidad. Encontramos el rezo del Padrenuestro, como oración preparatoria, junto con la oración de la paz. Tratan de hacer verdad la reconciliación necesaria de los hombres para poder acercarse a la mesa el Señor. Tras la paz se realiza la fracción del pan, es decir, se parte, indicando así el sacrificio y la muerte de Cristo. Se parte el pan y se añade una pequeña fracción en el vino, indicando la unidad de las dos especies. Durante ese momento el pueblo reconoce que se está ante el sacrificio del cordero definitivo, el que quita el pecado del mundo, pidiéndole el perdón y la paz. Se hace una pequeña oración reconociéndose pecador e indigno, durante la cual se presenta el pan partido, el sacrificio de Cristo por nosotros. Tras este momento comulgan lo que estén preparados para hacerlo, y se tiene un momento de silencio para recoger todo lo celebrado. A continuación se hace una oración comunitaria, la oración de la comunión, de pie de nuevo, agradeciendo el don de la Eucaristía.

El rito de conclusión es breve. Se inicia con los avisos, si los hubiera en la comunidad, se bendice a los presentes y se despide al pueblo, invitándoles a evangelizar. La anterior fórmula en latín expresaba mejor este momento. "Ite, misa est", id sois enviados. Con esto finaliza el ritual de la Eucaristía.

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