Tortura científica ...

Medios e instrumentos

La tortura no tiene límies. Son infinitos los modos de recibirla y de sentirla, como infinitos son los modos de sufrir. Depende de la sensibilidad. Más exactamente de los centros nerviosos de la sensibilidad. Parece que algunas brujas de la Edad Media sufrieron la tortura del "gancho" sin acusar excesivo dolor. Y hay que tener en cuenta que no era un suplicio de poca importancia, Se hacía a la "paciente" un agujero en la espalda con un cuchillo, se le metía un gancho en el cuerpo y se "colgaba" a la bruja, como una bestia de matadero. En aquella posición, debía permanecer durante la noche. Por la mañana, le esperaba la hoguera. Es de imaginar entre qué horribles espasmos pasarían la noche aquellas desgraciadas. Pues bien, el tormento era fácilmente soportado, al menos por algunas. La ciencia ha explicado este extraño fenómeno con la insensibilidad del histerismo.

En el siglo XVI, en Barberg, en Baviera, el ajusticiador quiso ser explícito con su víctima. "Yo te torturaré", le dijo "de modo tal que los rayos del sol puedan pasar a través de tu cuerpo".

Igualmente explícita fue la respuesta del condenado: "Haz lo que quieras conmigo, puerco; el sol atravesará mis miembros, pero de mi lengua no saldrá una palabra". Y el verdugo comenzó por la lengua, le desencajó las mandíbulas para sacársela, y se la atravesó con hierros candentes.

Luego pasó a la cabeza; se la atenazó en un triángulo de hierro. Le partió los brazos, las muñecas, los tobillos. Lo ató sobre una escalera y lo colgó. Le cortó los testículos. Le apretó por el cuello y le hizo salir los ojos de las órbitas. Con un cuchillo, le extrajo el corazón. Le abrió el vientre y le sacó las vísceras. En fin, lo atravesó de parte en parte.

Los rayos del sol pudieron pasar sin dificultades a través del cuerpo de aquel hombre. Pero no era ya un hombre, sino un amasijo informe de carne.

Entre el suplicio que la ley escribe y el que recibe el condenado, hay siempre un intermediario: el verdugo. Es un personaje, una potencia, un distribuidor del dolor. El sufrimiento debe contar con él.

Sepultar vivo a un hombre era un modo expeditivo de dar muerte entre los pueblos incivilizados.

También la tortura tiene sus "nuevas fronteras". Por ejemplo, desde los tiempos más remotos no ha escapado al justiciero, hombre habitualmente atento a los fenómenos de la vida, que el ser humano, para poder vivir ha de satisfacer al menos dos necesidades fundamentales: primero respirar, luego comer. De aquí toda una serie de torturas primordiales que conducían naturalmente a la muerte: por asfixia, por anegación, por hambre.

Pero estas torturas, que pasaban por evolucionadas entre los pueblos incultos y sin pretensiones, parecieron demasiado elementales a los pueblos más ilustrados y con más aspiraciones, para los cuales la vista, o sea el espectáculo, y el refinamiento, esto es, el placer, debían entrar también en juego.

Uno de estos descubrimientos del "genio" atormentador fue la llamada tortura del agua. El torturado era obligado a estar en posición inclinada, cabeza abajo, y se le echaba una abundante cantidad de agua en la boca. Terminaba por congestionarse y explotar. El vientre, lleno de agua, se hinchaba desmedidadmente; y no pocas veces el verdugo, para alargar el tormento, saltaba sobre el abdomen del desgraciado para hacer que el agua saliera por la boca. Entonces, empezaba de nuevo.

Un día se llega al descubrimiento de que, junto a las dos necesidades fundamentales citadas (respirar y comer), existen otras, como por ejemplo dormir. Y ya está descubierto el suplicio de la vigilia, el cual, al menos en la intención de su creador (Hipólito Marsili) hubiera debido marcar una etapa decisiva en la historia de la tortura: un sistema moderno para hacer confesar sin atacar con crueldad el cuerpo. El interrogado no es arriesgado a perder ni una gota de sangre. Lo que puede perder es el juicio. No se le hará saltar ninguna vértebra, ningún hueso, ninguna articulación. Lo que saltará serán solamente los nervios. Efectivamente, la vigilia fue una de las pocas torturas llamadas incruentas.

Se trataba de tener despierto al interrogado durante el mayor tiempo posible, era, en el fondo, el suplicio del sueño. El tormento de la vigilia, practicado a gran escala durante la época de la Inquisición, ha sufrido, en esta época y en las siguientes, interesantes variaciones.

No era tan fácil suponer lo que podría sucederle al paciente sometido al tormento de los llamados sibilos. Facilísimo: se ponen unos trozos de madera sobre la palma y el dorso de la mano, o entre los espacios interdigitales; se atan apretadamente con varias vueltas de cuerda y se tiene a la víctima, durante largo tiempo, en esta posición. Conclusión: dolores atroces y la consiguiente interrupción de la circulación sanguínea. Quien salía vivo de esta prueba (y la verdad es que el torturado no tenía razón alguna para sucumbir) padecía durante el resto de su vida trastornos circulatorios en los miembros superiores.

El desollar vivo al condenado. De todos los tormentos, era éste uno de los más denigrantes y de los más atroces; y también el más difícil. Se exigía del verdugo una cierta pericia, semejante al menos a la requerida hoy en la industria de peletería. El condenado no terminaba nunca de dar alaridos, y la muerte llegaba entre dolores indescriptibles. Imagínese lo que es quitar la piel a un hombre, y además vivo. El "desollar vivo" tuvo su momento de esplendor entre los asirios, babilonios y persas.

Otro cruento era el "saco de los diez gatos". El torturado era encerrado, desnudo, en un gran saco donde habían metidos diez gatos salvajes, y salía o enloquecido o dispuesto a confesar; en cualquier caso, siempre sangrando. Paralelo a este suplicio, había el de la vigilia con el loco; a solas en una estancia pequeñísima, con un loco furioso.

Las brujas

Si existe, digámoslo así, una categoría de pacientes sobre quienes los verdugos de todos los tiempos han desencadeno las torturas más refinadas, más crueles, más sádicas; si hay una víctima, esa mártir de la bestialidad humana ha sido la mujer. Concretamente, la mujer acusada de brujería. Véase qué les podía suceder a las brujas que tenían la desgracia de caer en manos del verdugo. Les estaban reservados los suplicios siguientes:

-Desnuda bajo un finísimo chorro de agua helada, que caía sobre la cabeza, el vientre o la espalda, durante cinco o seis horas seguidas.

-Huevos calientes bajos las axilas, o sobre la espalda. Desnuda y supina, atada a una tabla, con el rostro ceñido por una correa a fin de que las mandíbulas se mantuvieran bien cerradas; se les ponía una antorcha entre los dientes, encendida con aceite hirviendo: el aceite goteaba sobre la cara de la víctima; cuando la llama llegaba a los labios, se repetía la operación (tres, cuatro, diez veces, hasta que la presunta bruja confesara).

-La brida de caballo metida en una boca, con una garra de hierro con cuatro pinchos afilados, y colgada del techo con un gancho (con el resultado que es fácil imaginar: las púas, con el peso del cuerpo, se clavaban en el cerebro).

-A caballo, con las piernas abiertas, sobre un bloque de madera con puntas cortantes, de modo que entrara en la vagina (con variantes: nariz y boca rellenas de cal viva, corte simultáneo de los dedos de los pies, etc.).

-Extracción del pecho por medio de un aparato especial (araña española) (la boca se cerraba herméticamente para impedir los gritos).

-La hoguera. Muerte primero por asfixia por el humo y luego se quemaba el cuerpo.

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