The cities of the great silver state
Juchipila
Lo que ahora es la ciudad de Juchipila, la antigua Xochipillan,
edificada, según afirma el investigador en historia regional, José
Muro Ríos, en el poblado de Pueblo Viejo. Esta afirmación la fundamenta
en sus trabajos de investigación realizados a través del tiempo.
Elías Amador en su obra Bosquejo Histórico de Zacatecas, localiza
el asentamiento prehispánico en la pequeña aldea de La Tirisia;
pero también se supone que pudo haber sido Guadalajarita o Contitlán.
O quizá en el cerro de las Ventanas. En cualesquiera de estos lugares
que haya sido, debe tenerse presente que Xochipillan llegó a ser el centro
comercial de mayor importancia de los señoríos que conformaban
la Gran Caxcana. No menos importante lo fue en lo económico y en lo político.
Algunos objetos encontrados en diversos lugares de la región caxcana,
los arqueólogos identifican las características con los de la
cultura chupícuara y la de chalchihuites. El sitio arqueológico
localizado al sur de esta ciudad (destruido en su mayor parte por la acción
de las lluvias, el tiempo y el viento y sepultado por la maleza) es el Cerro
de las Ventanas, que por lo pronto se cree que corresponde a la cultura teotihuacana,
a reserva de conocer las conclusiones del trabajo de investigación que
realizó la arqueóloga Elizabeth O. Mozzillo de la Universidad
de Tulane, E.U. para su tesis doctoral en Arqueología.
El asentamiento de Xochipillan tuvo como primeros pobladores a los caxcanes,
tribu de filiación nahoa, la cual ocupó los hoy estados de Jalisco
y Zacatecas, caracterizándose por sus tendencias bélicas y desplegando
una táctica ofensiva-defensiva.
Muy poco se sabe del pasado de los caxcanes hasta antes de la llegada de los
españoles; difícil es determinar con posibilidades mínimas
de error, la fecha de su establecimiento en estas tierras. Unos cuantos vestigios
existen aún, algunos inexplorados a estas fechas. Gran parte de su cultura
continúa siendo un enigma hasta para los especialistas en estos menesteres.
Bueno sería que el gobierno del Estado se preocupara por patrocinar una
investigación de lo que hay escondido en los escombros del tiempo; en
ruinas sepultadas por los árboles y la maleza de aquellos primitivos
pobladores de estos lugares.
En aquellos tiempos prehispánicos los pueblos del Cañón
de Juchipila y otros no comprendidos en su jurisdicción, formaban un
cacicazgo de considerable importancia, cuya capital en lengua caxcana se nombraba
Xochipillan, y tenía como tributarios a los señoríos de
Apotzolco, Xalpan, Ahuanochco, Metahuatzco, Apolco, Mizquitlan, Tepechitlan
y otros más.
No se sabe con seguridad si desde el siglo XV o principios del XVI, tuvieron
noticia los caxcanes del descubrimiento de América por los españoles.
Probablemente no se presentó la oportunidad de conocer entonces esta
temible noticia; pero es casi seguro que con motivo de las expediciones de Alonso
de Avalos y Juan Alvarez Chico en 1521, de Gonzalo Sandoval en 1522 y de Francisco
Cortés de San Buenaventura en 1524, no solamente se dieron cuenta los
caxcanes de la presencia de los blancos en territorio chimalhuacano, sino también
de la posibilidad de que en un futuro más o menos próximo, la
Gran Caxcana fuera invadida y dominada por estos invencibles extranjeros que
en varios señoríos y reinos recibieron el nombre de Hijos
del Sol, y en otros habíanseles considerado como dioses, según
acredita el dictado de Teules que se les dio. Como haya sido, el
caso es que los pueblos del cañón de Juchipila pudieron conservar
durante algunos años más su autonomía política nacional.
En 1530 parte del ejército expedicionario de Nuño de Guzmán
comenzó a ocupar militarmente las tierras de los belicosos caxcanes,
cuya conquista de la Gran Caxcana difiere de la de otras regiones del país
porque los naturales de estas tierras fueron vencidos por la superioridad de
las armas y no por el miedo, el engaño y la superstición.
Desde el primer contacto que tuvieron los caxcanes con los blancos, los hostilizaron.
Los embajadores españoles que fueron respetados, agasajados y espléndidamente
obsequiados en otras regiones de Mesoamérica, encontraron la muerte en
la Caxcana, como única respuesta a sus demandas; el orgullo de esta raza
india no toleró que sus varones fueran utilizados como bestias de carga
por los vencedores, quienes tantos tamemes tuvieron en otras partes. Muchos
soldados españoles perecieron en manos de los indios durante los primeros
diez años de intento de conquista. Y el valiente caudillo de Xochipillan,
Xiuhtecuhtli, secundando al aguerrido Tenamaxtle, organizaron la formidable
coalición que culminó en 1541 haciendo que los conquistadores
vivieran una época llena de peligros y contrariedades. Esto motivó
que en ese año de 1541, enfurecidos los indios cayeran sobre los encomenderos
y sobre los frailes que andaban empeñados en la tarea evangelizadora
saciando en ellos su sed de venganza.
Esta rebelión de 1541 puso en peligro la conquista de la Nueva Galicia
y la de todo el Virreinato.
Vencidos los caxcanes en el Cerro del Mixtón, comenzó a ejercerse
de hecho el dominio del gobierno español en los pueblos de la Gran Caxcana,
y fue entonces cuando los misioneros con la generosidad de su alma pudieron
proseguir la cristianización de aquellos pueblos que vivían en
la idolatría.
Las poblaciones de importancia quedaron destruidas, entre otras, Juchipila,
por la sangrienta guerra, y mudaron de sitio conservando su nombre pero adaptado
a la fonética del idioma español y trazadas de acuerdo con las
necesidades y costumbres de los españoles. Imposibilitados los indios
para volver a formar una nueva coalición, resignáronse a aceptar
el nuevo modo de vida en paz y concordia vencedores y vencidos, y comenzaron
la reconstrucción de sus antiguas poblaciones, la mayoría de ellas
en un nuevo sitio.
Decidida la batalla del Mixtón, los naturales comprendieron la noble
y desinteresada misión de los frailes y pusieron su confianza en ellos,
particularmente en Fray Antonio de Segovia, que con palabras llenas de dulzura,
caridad y persuación, se ganó el corazón de los indios,
pues lo que no habían podido conseguir los soldados españoles
con la fuerza de las armas, lo logró aquel humilde franciscano con la
fuerza de la palabra, facilitando la conquista espiritual de los pueblos del
Cañón de Juchipila.
En la labor de evangelización y reorganización social, el Padre
Segovia llamó a Fray Miguel de Bolonia por reconocer en él, que
era un varón santo y de su mismo espíritu y celo, por tales dones
lo envió a doctrinar a los pueblos de Juchipila, Nochistlán y
los demás que habían tomado parte en el alzamiento de 1541, recomendándole
que asistiera y consolora a los indios. El Padre Miguel de Bolonia suplicó
a Segovia le diera su bendición y partió a pie y descalzo camino
a Juchipila, donde permaneció algunos días en el desempeño
de su sagrado ministerio, y en seguida subió a las serranías en
las cuales andaban dispersos muchos indios que pudo congregar en Juchipila y
convertirlos a la fe de Cristo.
Teniendo como punto de partida el convento de la población de Juchipila
fundado por él, emprendía sus correrías por Nochistlán,
Jalostotitlán, Teocaltiche, Jalpa, Teul, Tlaltenango, Nayarit, Zacatecas
y otras comarcas más, caminando siempre a pie de cuarenta a cincuenta
leguas diarias por ser tantos los pueblos que comprendían su jurisdicción
y pocos los religiosos de ese tiempo.
Fue el fundador del convento de su Orden (franciscana) y del primitivo hospital,
por lo que los pueblos del Cañón de Juchipila están en
deuda con él. Al Padre Bolonia se le debe también gran parte de
la formación cristiana de la nueva sociedad producto de la mezcla caxcana
y española.
Inseparable compañero de Fray Antonio de Segovia para quien sentía
cariño y veneración, procuró seguirlo en todos sus consejos
y ser fiel continuador de la obra emprendida en los pueblos del Cañón
de Juchipila.
En la labor de evangelización y reorganización social de los indios,
colaboraron también varios caballeros españoles, cristianos viejos
que se avecindaron en Juchipila. En esta importante labor reconstructiva figura
el Capitán don Diego Flores de la Torre, primer encomendero de esta provincia
y fundador de ese apellido. Heredó de su padre, el conquistador de la
Nueva España y Alferez Real, don Hernán Flores, estos sentimientos
humanitarios.
En el año de 1552 los indios que seguían dispersos todavía
por la sierra tuvieron contacto por el rumbo de Sombrerete con la expedición
de Ginés Vázquez del Mercado y mataron a dos soldados españoles,
Santiago Champuzón y Juan de Cuéllar, Vázquez del Mercado
milagrosamente se escapó de ser muerto por los indios, merced al auxilio
que le prestó un soldado portugués, pero fue herido junto con
otros soldados más. En el Teul lo abandonó su gente que le quedaba
y allí murió a consecuencia de la herida y de una fuerte diarrea
que le pegó. Su muerte sucedió en el año de 1553 y su cadáver
fue trasladado al convento Franciscano de Juchipila donde se le dio sepultura.
Conquistados y conquistadores se adaptaron a las nuevas circunstancias que el
medio ambiente les ofrecía, proliferando el nacimiento de una nueva sociedad
mestiza con la unión de españoles e indios. Vivieron así
en paz por más de dos siglos, dominados unos, dominadores los otros,
pero ambos bajo los ritos de la misma fe que los frailes habíanles inculcado
y que los mantenía unidos trabajando por la existencia cada cual a su
manera, hasta que comenzaron a gestarse los sentimientos de independencia de
la Corona Española, y se dieron los primeros estallidos libertarios,
ante los cuales los descendientes de los indios caxcanes y de los españoles
no permanecieron sordos, sino que, abrazando la causa de la independencia, se
adhirieron a los insurgentes.
Transcurridos los años de 1810 a 1821, inicio y consumación de
la independencia de México, la raza caxcana dio ejemplo de heroicidad
en esta nueva jornada bélica.
Ya en el México independiente, Juchipila no permaneció al margen
de los acontecimientos nacionales, como se verá en seguida.
El 11 de septiembre de 1860 como a eso de la una de la tarde, una gavilla de
latrofacciosos en número de más de 200, atacó Juchipila,
siendo rechazado el ataque por empleados y vecinos, contándose entre
los cuales el Lic. José María Estrada, Juez de Letras; Manuel
Guerrero, suplente del Juez Primero de Paz; Severiano Ruvalcaba, Secretario
del Ayuntamiento; Andrés Portugal, Guarda Municipal; Feliciano Yáñez,
Administrador de Correos; Anastacio Rodríguez, Recaudador de Rentas;
Brígido Rodríguez, Administrador del Papel Sellado y Juan Portugal,
Guarda de Rentas. Entre los vecinos se encontraban: Pablo Portugal, Feliciano
R. de Esparza, Pablo Rodríguez, Valerio Loera, Cándido Rojas,
Antonio Mercado, Ignacio Figueroa, Darío Macías, Miguel Figueroa,
Agapito Venegas, Cruz López, Cristóbal Pereira, Marcial Arellano,
Juan Nepomuceno Hidalgo, Carlos Durán, Regino Ruiz, Justo Aguilar, Pioquinto
Figueroa, Victoriano Estrada, Epitacio García, Cenobio Salas y Cayetano
López. El combate duró hasta las ocho de la noche, los asaltantes
robaron e incendiaron algunas casas, siendo una de ellas la del Licenciado José
María Estrada. El cabecilla de los asaltantes, Anastacio Sigala, murió
y se llevaron varios heridos y seis muertos. Por parte de los defensores murió
el Teniente coronel Diego Figueroa de un balazo que recibió en la cabeza
al estar apostado en la torre de la iglesia y el vecino Pedro Briceño.
Quedaron heridos el Licenciado Trinidad García de la Cadena y el soldado
Bruno Vargas. En total eran 32 de infantería y 22 de caballería
los defensores de la población. Habiéndose negado el Sr. Cura
Demetrio Mota a efectuar las exequias al cadáver del Sr. Figueroa, el
gobierno dispuso su destierro del Estado.
Al frente de 2000 hombres que capitaneaba, se presentó en las afueras
de las puertas de Juchipila el 25 de noviembre de 1862, el jefe reaccionario
Antonio Aedo, haciéndose llamar General en Jefe del Ejército de
Operaciones. Sitió la población e intimó al Jefe Político
Feliciano Yáñez la rendición de la plaza. Pero el Jefe
Político reunió todos sus elementos de guerra y a los vecinos
y se preparó para la defensa. A los cinco minutos los sitiadores rompieron
el fuego encontrando valiente resistencia por los defensores; hasta las mujeres
de todas las esferas sociales se ocuparon de ayudar a los sitiados, auxiliando
a los heridos y preparando y distribuyéndoles alimentos. Estas tareas
las desempeñaban en medio del fuego del enemigo. El sitio duró
ocho días, hasta que el dos de diciembre llegaron los guardias nacionales
de Tlaltenango, Colotlán, Huanusco y Villanueva. Murieron en la acción
por parte de los defensores. Anacleto Estrada, Comandante del Batallón,
el Capitán Felipe Macías de las fuerzas de Colotlán; de
Juchipila seis soldados y un vecino. En este combate se distinguió el
Jefe Político de Tlaltenango, Sr. Gregorio Velázquez Román
y el Comandante José Caballero; el C. Ignacio López de Nava, de
Tabasco; el Jefe Político de Juchipila Feliciano Yáñez
y el Comandante José Sandoval; el Alférez Máximo Medina
y el Ayudante Agustín Naredo; los capitanes Victoriano Estrada, Ramón
López y Brígido Rodríguez; el Teniente Camilo Rodríguez
y los señores Andrés, Juan y Pablo Portugal así como el
C. Pioquinto Figueroa. La proeza de burlar la guardia enemiga para pedir refuerzos
de Tlaltenango, fue de Bonifacio Falcón, ciudadano común que se
convirtió en héroe del rompimiento del sitio de Juchipila en 1862.
En decreto del gobierno del Estado del nueve de diciembre de ese año,
se lee: I.- Han merecido bien del Estado los pueblos de Juchipila y Sánchez
Román por la heróica defensa que hicieron desde el 25 de noviembre
al dos de diciembre del año de 1862, contra las fuerzas vandálicas
que en número tan superior atacaron a la primera de aquellas poblaciones.
II.- Se declaran beneméritos del Estado a los finados, Comandante del
Batallón, C. Anacleto Estrada y Capitán Felipe Macías que
perecieron a la cabeza de los valientes que defendían la expresada población.
III.- Sus familiares recibirían del tesoro público la mitad del
haber que corresponda según su clase de los expresados ciudadanos, sin
perjuicio que mejorando las circunstancias del Estado los considere de alguna
manera más digna y generosa. IV.- Igual remuneración se concederá
a los familiares de los individuos de tropa que hubieren perecido, previa justificación
correspondiente. V.- Se colocarán tres ejemplares de este decreto, uno
en el salón de gobierno, otro en la Sala Municipal de Juchipila y otro
en la de Sánchez Román, pudiéndose hacer lo mismo en la
ciudad de Colotlán a donde pertenecía el finado Capitán
Macías, si lo estimaren conveniente aquellas autoridades.
El cabecilla antonio Aedo, junto con otros 32 de su gente fue muerto el 10 de
marzo de 1863 al tomar la plaza de Jocotepec, por las fuerzas del Coronel Antonio
Rojas. En este mismo año de 1863, el 10 de enero el Honorable Congreso
del Estado emitió el siguiente decreto: Se erige en ciudad la Villa
de Juchipila, cabecera del Partido de su nombre. Y el 23 de noviembre
también del año de 1863, el traidor Santiago Castellanos acuartelado
en Moyahua, Zac., intimó rendición a la plaza de Juchipila en
los términos siguientes: Ejército Nacional de San Luis.-
Coronel en Jefe.- Por orden expresa del gobierno, debo ocupar la plaza con las
fuerzas a mi mando en este Cañón ya sea por medio del convencimiento,
evitando los desastres de la guerra o por la fuerza de las armas si se trata
de hacer una estéril resistencia, según las tristísimas
circunstancias en que hoy se haya el partido liberal. En tal concepto y en cumplimiento
del deber, me dirijo a usted como primera autoridad de ese lugar, para invitarlo
como buen mexicano, para que deponga toda actitud hóstil, ofreciéndole
a nombre del Supremo Gobierno, toda clase de garantías según las
amplias facultades que para esto tengo.- Creo que como hombre capaz de medir
la situación, no vacilará usted en que tengamos un arreglo pacífico;
evitando con toda prudencia los horrores de una guerra que no daría por
resultado más que la ruina de esa población.- Espero la contestación
de usted en el término prudente de ocho horas, que me parece suficiente
para que se digne contestar.- Dios, Reforma, Independencia y Orden.- cuartel
General de Moyahua, Noviembre 23 de 1863, nueve de la mañana.- Santiago
Castellanos.
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By Sergio Vera Avila