El Tema de la Semana
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El Tema de la Semana

Neoliberalismo frente al Estado de Bienestar

El ser humano siempre ha tenido ante sí una terrible disyuntiva: trabajar para sí mismo o para los que le rodean (ya sea su familia, sus amigos o unos perfectos desconocidos). Este problema nace de un cierto concepto de justicia que más o menos todos compartimos, pero que cada uno posee con sus propios matices y que, además, interpretamos de formas muy distintas.
Podríamos afirmar que todos consideramos una desgracia la muerte de un niño por la desidia de sus padres en sus cuidados. Es decir, todos consideramos positivo el que viva. Podemos afirmar, por tanto, que consideramos la vida como algo positivo, un valor en sí mismo, algo que se debe cuidar y respetar. Esto, per se, no contradice situaciones extremas en las que deseemos la muerte a nuestra propia persona o a otra, aunque esto será porque tendremos motivos, bajo nuestro punto de vista, más fuertes que la propia vida. Pero creo innegable que todos consideramos la vida como un valor en sí mismo.
Todavía hay más. Hay otra verdad universal, que es que la felicidad personal es positiva. Aunque posiblemente esto sea una tautología, ya que llamamos felicidad a estar bien, por lo que lógicamente ser feliz  está bien. 
Quiero exponer con esto que hay algo real para todo hombre, (o para una inmensa mayoría), y es que hay que vivir feliz: feliz, or la alegría de lo que nos ocurre, feliz viviendo una recompensa del más allá, feliz por cualquier razón.
Posiblemente esto sea lo humanamente necesario. Es por ello que todo hombre aspira a ello. La vida se considera un derecho de todo hombre, y esos derechos humanos consagran la legitimidad de la búsqueda de esa felicidad. Todo esto es francamente muy clarificador para ver con claridad la disyuntiva que plantea el neoliberalismo frente a otras tendencias, como es el Estado de Bienestar.
El neoliberalismo consagra la libertad individual en la búsqueda de esa felicidad. Ninguna instancia superior debe impedir al hombre esa búsqueda de la felicidad, porque cada hombre sabe mejor que nadie que es lo que él desea. Así, introduciendo este esquema de pensamiento en la economía de mercado, cada hombre trabaja para disponer de unos medios que le permitan la felicidad. Cada hombre, según su capacidad y su esfuerzo, producirá una riqueza que, por tanto, le corresponde [Nota: El propietario de los medios de capital, en tanto que los posee, también tiene derecho a recoger los beneficios que de ellos proceden. Y si bien es cierto que sin eltrabajdor las máquinas no producirían nada, también es cierto que sin las máquinas el trabajador produciría una cantidad infinitamente menor]. Entonces, es él quien decide en qué gasta lo logrado. Su búsqueda de la felicidad le ha hecho trabajar, para producir y ganar, y le llevará a decidir que hace con sus ganancias. Pero en cambio, existe un Estado que coge una parte de lo que él ha producido para destinarla a unos fines distintos a lo que él desearía (y que estarían en su búsqueda legítima de la felicidad).
Por otro lado, las políticas del Estado de Bienestar (de inspiración keynesiana) consagran, por así decirlo, una felicidad mínima a la que tiene derecho todo hombre por el mero hecho de serlo. Así se ve al hombre como un ser eminentemente colectivo, en el que las necesidades del conjunto son superiores a las individuales. Y esas necesidades mínimas deben ser universales. Una entidad, por encima del individuo, captura parte de la riqueza colectiva para distribuirla entre los que no disponen de esa riqueza. Esa felicidad mínima estaría relacionada con la salud y la educación, sobre todo. Y sería el Estado el encargado de suministrarla universalmente.
Aunque incluiría muchas otras cosas, como por ejemplo un sistema de pensiones, de garantía salarial,...
El problema de esto es, quizás, el parasitismo que podría proporcionar, ya que habrá gente que prefiera vivir de lo que le dé el Estado a cambio de nada, que obtener un pequeño salario a cambio de trabajo.
Y este es posiblemente el debate. ¿Tiene el Estado el derecho a superponer los intereses del colectivo a los deseos individuales? Parece intuirse que no. ¿Por qué? Imaginemos un país donde sólo un hombre crea que haya que instaurar el Estado de Bienestar. No se instauraría no porque la mayoría decidiese que no se hiciera, sino porque cada uno, por sí mismo, no estaría dispuesto a hacerlo. Y que si uno sólo lo quisiera no podría obligarles a todos. Pero en cambio, al consagrar el Estado de Bienestar, aunque sea por una decisión mayoritaria estamos obligando a los individuos que no quieran participar en ese Estado a hacerlo. ¿Por qué? No ciertamente porque lo deseen, sino porque la mayoría se lo impondría.
El problema de los totalitarismos es que no tienen en cuenta las opiniones de los individuos. Y estas formas de actuar también son, en parte, un totalitarismo de la mayoría.
Lo que no quita que todos deseemos un mundo solidario en el que cada hombre esté dispuesto a compartir.


 

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