Con las victoriosas y liberadoras tropas norteamericanas desplegadas ya sobre la práctica totalidad del territorio iraquí, parece que sólo queda empezar a reconstruir generosa y muy democráticamente lo destruido en busca de un nuevo régimen que bajo las coordenadas de la libertad y el respeto a los derechos humanos ayude a establecer un nuevo equilibrio en la zona árabe, tan díscola ella y con tanto recurso desaprovechado en manos, hasta ahora, de personas poco interesadas en el interés general y en el bien común de la humanidad.
Desgraciadamente, sería ingénuo pensar que con esta última operación de limpieza de los gendarmes del nuevo orden dará comienzo una etapa de paz, prosperidad y justicia para nuestro maltratado planeta. Antes al contrario, la lucha por las libertades y contra el infiel terrorismo internacional deberá proseguir, porque los numerosos arsenales de armas químicas y los luciferinos personajes que los poseen y que tanto amenazan a las democracias buenas poseen hoy, además de su innata y letal capacidad de destrucción, un asombroso y demoníaco don: el de la ubicuidad.
Esta circunstancia desgraciada, el eje del mal puede estar en todas partes y en ninguna, nos obliga a dejar todo en manos de los que, por derecho divino, son los llamados a tutelar y proteger nuestra existencia. Sólo ellos, dios salve a los Estados Unidos, pueden saber dónde, cuándo, cómo y por qué hay que actuar contra los sucesivos anticristos que pretenden hacernos regresar a la barbarie, que pretenden que nosotros, los civilizados, los hombres libres, los misericordiosos y compasivos seres humanos del nuevo orden renunciemos al mundo feliz que con tanto esfuerzo y sacrificio hemos levantado para nuestro disfrute y para el disfrute de quien nos sobreviva.
Podemos estar seguros de que la búrbuja de cristal en la que desarrollamos nuestro existir será tenazmente defendida por los grandes sacerdotes del becerro de oro, aquellos que nos proporcionan tantos bienes y tantas satisfacciones, los arquitectos de la arcadia globalizadora en la que descansan nuestros sueños.
No hemos de preocuparnos, y mucho menos hemos de pretender calibrar qué es lo que ganamos y qué lo que perdemos cuando permitimos que la libertad y la cultura sean derechos que se nos conceden manufacturados y con el nihilobstat de lo políticamente correcto. Para qué...
Hay que ser muy necio para no darse cuenta de que vivimos en el mejor de los mundos posibles. Hay que ser muy ignorante para no admitir que lo bueno, lo bonito, lo barato y lo verdadero en la existencia humana llega bajo el copyright del nuevo orden mundial. Seamos modernos, globalizantes, progresistas y democráticos: no pensemos.
Y volvamos cada uno a nuestras cosas, que ya iba siendo hora.