Profe Cossoli

 
 

Lecturas que hacen bien

 

Página 1

 

 

 

"Cuanto más leas, mejor"

 

 

 

 

ÍNDICE

 

Página 1

Una lista mínima de libros

La actitud científica

La educación, llave para progresar en la vida

 

Página 2

Para llevar una buena vida

 

La desiderata

 

Los 7 principios herméticos

Los 4 acuerdos toltecas

 

Los 7 pecados capitales

El imperativo categórico de Kant

 

Los 10 mandamientos

Las 4 nobles verdades  y El óctuple sendero del Budismo

 
Los 10 secretos de la felicidad

 

Página 3

Textos para pensar

 
¿Qué vas a SER cuando seas grande?   El hombre y el mundo
¿Es el amor un arte?   La vida es un proyecto

Como hacer frente al resentimiento y el odio

  Los sentimientos
  Cinco frases

 

Página 4

Lecturas para soñar

 

Fragmento de EL PROFETA de Khalil Gibran

 

 

Página 5

 Lecturas para crecer

 

Fragmento de EL PRINCIPITO de Antoine de Saint-Exupery

 

 

Página 6

 Lecturas para crecer

 

Resumen de Los Cuatro Libros Clásicos de Confucio

 

 

 
     
  Una lista mínima de libros  
     
 

 

He aquí una lista mínima de textos que sería interesante que leyeras. Los demás datos de cada texto se pueden obtener en Internet. Están ordenados por orden alfabético, no por importancia. Puedes empezar por cualquier texto.

 

  • Alicia en el país de las maravillas.

  • Alicia en el país del espejo.

  • Bibiana y su mundo. José Olaizola.

  • Chico carlo. Juana de Ibarbourou.

  • Cien años de soledad.  Gabriel García Márquez.

  • Cuentos Argentinos de hoy (varios autores). Editorial Kapeluz

  • Don Quijote de la Mancha. Miguel de Cervantes.

  • El cazador de zorros azules. María Granata

  • El hombre que calculaba. Malva Tahan.

  • El mago de Hoz. Frank Baum.

  • El principito. Antoine De Saint-Exupéry

  • El profeta. Khalil Hibran.

  • Ivanhoe. Walter Scott.

  • Juan salvador gaviota. Richard Bach

  • Juan sin ruido. Roberto Ledesma

  • Juvenilia. Miguel Cané.

  • La cabaña del Tío Tom. Harriet B. Stowe.

  • La perla. John Steinbeck

  • Las fábulas de Esopo.

  • Las mil y una noches.

  • Martín Fierro. José Hernández.

  • Matemáticas ¿Estás ahí? (3 tomos) . Adrián Paenza

  • Mi planta de naranja-lima. José Mauro de Vasconcelos.

  • Mujercitas.

  • Niñez en Catamarca. Ricardo Levenne.

  • Peter Pan.

  • Principe y Mendigo. Mark. Twain

  • Querida Susi, Querido Paul. Cristine Nöstlinger.

  • Robim Hood.

  • Rosinha, mi canoa. José Mauro de Vasconcelos.

  • Shunko.

  • Sissi (varios libros)

  • Vamos a calentar el sol. José Mauro de Vasconcelos

  

Sin especificar título de la obra:

 

  • Cuentos de Jorge Luis Borges.

  • Cuentos de de Herman Hesse

  • Libros de Julio Verne

  • Libros de Horacio Quiroga

 
 
     
  La actitud científica  
     
 

 

La esencia de la actitud científica: búsqueda de la verdad y curiosidad insaciable

 

Una persona puede haber adquirido una buena formación teórica y una buena formación sobre métodos y técnicas de investigación social y, sin embargo, ciertas actitudes vitales y ciertas características de su personalidad pueden constituir un obstáculo para la investigación. De ahí la necesidad de asumir una actitud científica, no como forma de ser para cuando «se hace ciencia», sino como actitud vital en todas las circunstancias y momentos de la vida. Esto es lo que llamamos la actitud científica como estilo de vida.

 

¿Qué es y en qué consiste esta actitud científica? En términos generales, puede definirse como la predisposición a «detenerse» frente a las cosas para tratar de desentrañarlas. El trabajo científico, en lo sustancial, consiste en formular problemas y tratar de resolverlos. Es lo que algunos llamaron «reflejo del investigador» y que Pavlov denominó reflejo «¿Que es esto?». Este inte­rrogar e interrogarse orienta y sensibiliza nuestra capacidad de detectar, de admirarse, de preguntar. «¡Oh, la nefanda inercia mental, la inadmirabilidad de los ignorantes!» exclamaba Ramón y Cajal frente a aquéllos que eran «incapaces de detenerse junto a las cosas, de admirarse y de interrogarlas»

 

Ahora bien, esta capacidad de admiración e interpelación ante la realidad exige dos atributos esenciales: búsqueda de la verdad y curiosidad insaciable.

 

Consagrarse a la búsqueda de la verdad es el punto de arranque desde el cual es posible asumir una actitud científica, o sea, es preguntarse y realizar el esfuerzo de resolver, con el máximo rigor, las cuestiones planteadas como problemas.

 

Quien no busca la verdad es porque se cree en posesión de ella, consecuentemente nada tiene que encontrar y nada tiene que aprender. Los «propietarios de la verdad absoluta» son unos necios en su seguridad, pues tienen la desgracia de ignorar la duda. Desde esa «instalación» es imposible el menor atisbo de actitud científica, que es, sobre todo, actitud de búsqueda. El científico -lo decía Claude Bernard en 1865- es el que pasa «de las verdades parciales a las verdades más generales, pero sin pretender jamás que se halla en posesión de la verdad absoluta». El buscador de verdad sólo se instala en la dinámica de la provisoriedad, lo que quiere decir que es un buscador «desinstalado», ya que sus conclusiones científicas siempre son relativas y nunca definitivas.

 

La curiosidad insaciable, en cuanto interrogación permanente de la realidad, es el reverso de lo anterior. Ningún científico auténtico, ningún investigador consciente de su labor puede decir que su búsqueda ha terminado. El científico es insaciable en su curiosidad, sabe que ante sí tiene un océano inexplorado. No hay límites para esa curiosidad, porque la verdad científica es dinámica y las verdades que se adquieren son parciales, siempre sujetas a corrección.

 

De ahí que la actitud de búsqueda y de curiosidad insaciable lleva a una permanente «tensión interrogativa», abierta a la duda y al reexamen de lo ya descubierto e interpelada por lo que no se conoce. El pensamiento científico, decía Bachelard, «es un libro activo, un libro a la vez audaz y prudente, un libro del que quisiéramos dar ya una nueva edición mejorada, refundida, reorganizada. Se trata realmente del ser de un pensamiento en vías de crecimiento». Por eso, la actitud científica es la actitud del hombre que vive en un indagar afanoso, interpelado por una realidad a la que admira e interroga. Si un científico dijese: «hemos llegado a un término; ya sabemos todo lo que se puede saber sobre este punto», en ese momento dejaría de ser científico. El investigador es siempre un problematizador.

 

Búsqueda de la verdad y curiosidad insaciable conducen a una actitud existencial en la que la vida y la ciencia no se separan. Ambas cosas no sólo no deben disociarse, sino que cada una ha de servir para enriquecer a la otra, teniendo en cuenta que la vida es una totalidad y la ciencia un aspecto de esa totalidad. El núcleo de lo que nosotros queremos expresar en este capítulo es lo siguiente: el que asume una actitud científica tiene un determinado modo de existir, esto es, de estar presente en el mundo y de acercarse a la realidad. Para decirlo en breve: no se puede ser científico (cualquiera sea el campo o especialidad) y luego «andar por la vida» respondiendo a otros problemas con «lugares comunes», opiniones superficiales, explicaciones mágicas. Tampoco se puede tener una actitud científica y la fe del carbonero, adhiriéndose a doctrinas como si fuesen reservas sagradas de principios incuestionables. Sin embargo, no debe entenderse lo anterior de un modo inflexible; no queremos decir que un científico haya de responder a todo lo que acontece en su vida con «respuestas» científicas; es imposible, puesto que el saber de la vida cotidiana se sirve de muchas verdades no expresadas científicamente... Es por esto que hablamos de actitud científica, no como doctrina sino como estilo de vida.

 

Ningún hombre de temperamento científico afirma que lo que ahora es creído en ciencia sea exactamente verdad; afirma que es una etapa en el camino hacia la verdad...

Bertrand Russell

 

 

Formas de ser que expresan una actitud científica

 

Las formas de ser, como formas de estar presente en el mundo y de acercarse a la realidad, expresan toda una serie de valores, maneras de pensar y actitudes subyacentes. Aquí lo que pretendemos es señalar algunas formas de conducta que expresan una actitud científica. ¿Cuáles son esas conductas o cualidades?

 

Sin lugar a dudas, una cualidad capital, pero no exclusiva del científico, es la tenacidad, perseverancia y disciplina. La historia de los grandes hombres de ciencia pone de relieve que esta característica es común a todos ellos. «Déjeme decirle -manifestaba Pasteur a un interlocutor- el secreto que me ha conducido hasta mi meta. Mi única fuerza reside en mi tenacidad». Y Ramón y Cajal, en un libro destinado a dar pautas para la investigación científica, se expresaba de manera similar: es necesaria «la orientación permanente, durante meses y aun años, de todas nuestras facultades hacia un objeto de estudio». Y, en otra parte, agregaba: «toda obra grande, en arte como en ciencia, es el resultado de una gran pasión puesta al servicio de una gran idea». Para no abundar en ejemplos sobre este punto, permítasenos citar, por último, a uno de los más grandes sabios de toda la historia de la humanidad, Albert Einstein: «Para nuestro trabajo, decía, son necesarias dos cosa?,: una de ellas es una persistencia infatigable; la otra es la habilidad para desechar algo en lo que hemos invertido muchos sudores y muchas ideas».

 

Es muy probable que,'para la gente que trabaja en el ámbito de las ciencias humanas, esta idea de la tenacidad y la perseverancia pueda resultar un tanto ajena, ya que, para ser un científico social, no parecen ser necesarias estas exigencias, como en el caso de los científicos que pertenecen al campo de las ciencias físico-naturales. Esta actitud es muy frecuente; Gino Germani -uno de los sociólogos que más ha trabajado para llevar a la sociología latinoamericana a un estadio científico- ha denominado esta actitud como «noción romántica de la investigación».

 

Germani considera que se trata de una postura «completamente desprovista de sentimiento de la realidad», que fantasea una actividad puramente recreativa «en la que el científico tan sólo se abandona al juego libre de su imaginación, y en la que el trabajo «rutinario» queda al cuidado del personal «auxiliar». Nada más alejado de la realidad en cualquier trabajo individual -incluso el trabajo artístico-, pues la actividad puramente creativa se halla unida de modo indisoluble con un trabajo duro, regular, sistemático, con esfuerzos constantes y de larga duración, en lo que el acto imaginativo se manifiesta a través de tareas que, según la aludida actitud «romántica», deberían considerarse «rutinarias», «materiales». La famosa descripción del genio, que podemos aplicar al trabajo científico: «10% de inspiración y 90% de transpiración», es de rigurosa aplicación a toda tarea intelectual: la del escritor, del artista, del científico natural y, por supuesto del sociólogo».

 

Sinceridad intelectual y capacidad de objetivar. Otra característica que expresa una actitud científica es la sinceridad intelectual frente a los hechos que se estudian. Esta condición es indispensable y presupone la capacidad de autocrítica y el valor de tirar por la borda todo conocimiento, .todo enunciado, toda formulación que hemos sostenido pero que la realidad nos revela como falsa, insuficiente e ineficaz. Una actitud científica nos lleva a aprovecharnos de nuestros errores... Para el que tiene sinceridad intelectual, un error no es una frustración, sino un estímulo para avanzar.

 

Estrechamente ligada a la sinceridad intelectual, o como un aspecto de la misma, está la capacidad de objetivar, es decir, de estudiar los hechos sin aferrarse a opiniones e ideas preconcebidas, prestos a abandonar cualquier posición que hemos comprobado como inadecuada o no satisfactoria. Claude Bernard advertía que los hombres que tienen una fe excesiva en sus teorías o en sus ideas, están mal preparados para ser investigadores. Este desapego de las propias ¡deas habilita al hombre para someterse a los hechos tal como son.

 

Decimos que la capacidad de objetivar es la cualidad de estudiar la realidad sin aferrarse a prejuicios, pero no afirmamos que esa capacidad signifique prescindir de lo que el sujeto cognoscente es. Casi todos los autores afirman hoy que el observador influye, en alguna medida, sobre la observación misma de los datos que recoge; es lo que, en física cuántica, se ha denominado la «perturbación de Heisenberg». Este inevitable «sello» que la subjetividad imprime en los datos observados es lo que se reconoce como distorsión de la realidad o bias producida por la «ecuación personal». Conviene que el investigador social ubique, dentro del proceso de la investigación, su propia «ecuación», a fin de lograr la máxima validez de los resultados.

 

En efecto, si en la física cuántica, el principio de incertidumbre o indeterminación manifiesta que la intervención del observador es lo suficientemente importante como para no hablar de objetividad, tal como se venía entendiendo, el problema se presenta más agudamente en las ciencias sociales. La objetividad en el sentido tradicional -objetivismo ingenuo- olvida que todo conocimiento es asumido «desde» un sujeto que sirve como telón de fondo o receptor y que tiene una estructura mental, determinada por su proceso de socialización, por su cultura, por sus concepciones y sus valores. El conocimiento científico no emerge aislado y desconectado, como un apéndice independiente de la biografía del científico; la objetividad del método científico no puede prescindir de su raíz existencial, como tampoco prescinde de los condicionamientos sociales dentro de los cuales esos conocimientos se producen. En suma: un hecho es un dato real y objetivo. Pero es un dato que se da a un sujeto cognoscente que interroga la realidad y que analiza e interpreta los datos que recoge. Esto nos lleva a desechar la opinión, expresada en algunos libros de metodología, según la cual es posible realizar un trabajo científico independientemente de los valores, ideología y sentimientos del investigador; decimos «desechar», no porque no sea deseable, sino porque se puede ser objetivo tanto como lo permite la naturaleza humana o tanto como somos ca­paces de controlar nuestra propia ecuación personal.

  

La actitud científica como proyecto y estilo de vida

 

En última instancia, la actitud científica es un estilo de vida. Hablando filosóficamente, la vida del científico presenta las características de un proyecto -Enterwurf-, es decir, una manera concreta de encarar el mundo y los otros. Este estilo es una «forma de ascetismo mundano a la manera que describió Weber, y esta exigencia -bueno es que no lo olviden los «intelectuales» de toda orientación- es por completo independiente del «modelo» de desarrollo que se asuma (occidental, oriental o término medio), del mismo modo que lo es el tipo de ciencia o de método que se adopte o practique».

 

El trabajador social no es un científico social, no es un investigador social en sentido estricto, pero debe asumir igualmente una actitud científica. La ciencia y la técnica no son, como ya indicamos, el único modo de acceso a la realidad; no son tampoco la panacea universal para todos los males, pero ni de una ni de otra podemos prescindir. Es impropio de un profesional que vive en la era de la ciencia no asumir una actitud científica en todas las circunstancias de su vida; actitud éticamente valiosa pues da a los hombres una apertura espiritual e intelectual para un diálogo sin barreras de ninguna índole; porque hace flexible la mente de los hombres, capacitándoles para liberarse de todo aquello que verifican no ser verdadero; porque libera a los hombres de la enajenación del error y la ignorancia. En suma, una actitud científica hace al hombre más hombre, puesto que, frente a las dos actitudes humanas básicas: la existencia auténtica y la existencia inauténtica, opta por la primera, que es de sinceridad fundamental, mientras que la otra ofrece, según la conocida expresión de Heidegger, «el descanso mediante el enajenamiento de sí mismo».

 

Nuestro análisis quedaría incompleto si no volviésemos a recalcar la insuficiencia de la ciencia, del método científico y aun de una actitud científica, para resolver los problemas humanos. Aunque parezca una paradoja, terminamos estas reflexiones sobre la actitud científica como estilo de vida negando que la ciencia sea la única fuente de verdad y el único instrumento de que dispone el hombre para mejorar la vida, construir una sociedad más justa y fraternal e inventar el porvenir, la creencia en el poder de la ciencia para resolver todos los problemas es una forma de fetichización de la misma, o si se quiere, es una forma de transformarla en un credo, una fe y una religión. La ciencia no es valor supremo del hombre.

 

Por consiguiente, recordamos con Bertrand Russell, «para que una civilización científica sea una buena civilización, es necesario que el aumento de conocimiento vaya acompañado de un aumento de sabiduría. Entiendo por sabiduría una concepción justa de los fines de la vida. Esto es algo que la ciencia por sí misma no proporciona. El aumento de la ciencia en sí mismo no es, por consiguiente, bastante para garantizar ningún progreso genuino, aunque suministre uno de los ingredientes que el progreso exige...». En este capítulo hemos hablado de actitud científica, nada se habló de la sabiduría. «Es oportuno recordar, sin embargo, que esta preocupación es parcial y necesita ser corregida si ha de llevarse a cabo una contemplación equilibrada de la vida humana»

 

 

«La gente normal condena la separación absurda de la ciencia y la sabiduría, en el sentido más clásico de la palabra. Se trata, en suma, de una clara separación, que además cada vez es mayor, entre la inmensidad de los medios puestos a su disposición y su impotencia para subordinarlos con fines humanos y no claramente irracionales, como ocurre por ejemplo con la carrera armamentista».

Roger Garaudy

 

La adopción universal de una actitud científica puede hacernos más sabios: nos haría más cautos, sin duda, en la re­cepción de información, en la admisión de creencias y en la formulación de previsiones; nos haría más exigentes en la contrastación de nuestras opiniones, y más tolerantes con las de otros; nos haría más dispuestos a inquirir libremente acerca de nuevas posibilidades, y a eliminar mitos consagrados que sólo son mitos; robustecería nuestra confianza en la experiencia, guiada por la razón, y nuestra confianza en la razón contrastada por la experiencia; nos estimularía a planear y controlar mejoría' acción, a seleccionar nuestros fines y a buscar normas de conducta coherentes con esos fines y con el conocimiento disponible, en vez de dominadas por el hábito y por la autoridad; daría más vida al amor de la verdad, a la disposición a reconocer el propio error, a buscar la perfección y a comprender la imperfección inevitable; nos daría una visión del mundo eternamente joven, basada en teorías contrastadas, en vez de estarlo en la tradición, que rehuye tenazmente todo contraste con los hechos; y nos animaría a sostener una visión realista de la vida humana, una visión equilibrada, ni optimista ni pesimista.

Mario Bunge

 

 

Tomado de : EZEQUIELANDER-EGG

TÉCNICAS DE INVESTIGACIÓN SOCIAL

21 edición EDITORIAL    HUMANITAS

 

 
 
     
  La educación, llave para progresar en la vida  
     
 

 

UNA  OPINIÓN DE BILL GATES


El colegio secundario y la Universidad son imprescindibles. Por qué conviene especializarse en alguna disciplina.  La lectura, un complemento del estudio.

Cientos de estudiantes me envían anualmente cartas por e-mail pidiéndome consejos acerca de qué deben estudiar o si está bien abandonar la Universidad, que es lo que yo hice. 

También hay padres que me preguntan cómo pueden garantizarle a sus hijos un futuro mejor. Mi consejo es simple : los jóvenes deben conseguir la mejor educación aprovechando las oportunidades que ofrecen el colegio secundario y la Universidad.

Es cierto que abandoné la Universidad cuando comencé con mi empresa, pero la decisión la adopté luego de tres años en Harvard. Aún hoy desearía tener más tiempo para retomar mis estudios. Tal como lo he dicho antes : nadie debe abandonar su carrera universitaria a menos que crea que se le presenta la gran oportunidad de su vida. E inclusive en esas condiciones debe pensarlo dos veces.

Una de las personas que me escribió es Kathy Cridland, una maestra de escuela primaria de Ohio; ella me escribió una carta en la que decía: 'Varios de mis alumnos dicen que usted ni siquiera terminó el colegio secundario. Pero como obtuvo éxito en la vida, mis alumnos creen que no hay que preocuparse mucho por tener una buena educación'. Lo que me dice la señora Cridland no es exactamente así, pues sí terminé, al menos, mis estudios secundarios.

(...) Las escuelas no son los únicos sitios para aprender: una persona puede estudiar en una biblioteca. Sin embargo, para aprender algo en profundidad se requiere compartir la enseñanza con otras personas, formular preguntas, someter ideas a un intenso escrutinio y poner a prueba su capacidad. Eso suele requerir más que la lectura de libros.

 

Tomado de la web 

 

 
 

 

 

 

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