La
importancia del árbol
Los celtas veían en el árbol no sólo la esencia de la vida sino
el recurso para predecir el futuro. Curiosamente, este medio tan
primitivo era considerado por los druidas el más eficaz a la hora
de establecer un pronóstico sobre el destino que espera a cualquier
ser humano. Al observar todo el conjunto del árbol, desde sus raíces
que se hundían en la tierra hasta su copa más o menos frondosa, lo
que aconsejaban era mantener la vista elevada, permanecer bien
apoyado en el suelo y tener en cuenta que la Naturaleza es tan
previsora que a un tiempo de caída de las hojas le sigue otro de
nieves, las cuales propiciarán la aparición de los mejores brotes.
Se habría llegado entonces a la época de fertilidad y del
renacimiento de la vida más pletórica.
Desde el principio de los tiempos el árbol había mantenido una
relación vital con el ser humano celta, al proporcionarle el primer
hogar, leña, sombra y alojamiento para las aves que podían
convertirse en caza para alimentar a la tribu. Sin embargo, los
druidas consideraban que la relación podía hacerse más íntima,
si se tenía en cuenta que cada hombre o mujer lleva en su interior
un árbol, por medio del cual alimentaba el deseo de crecer de la
mejor manera. En realidad el árbol suponía el protector de todo lo
material y espiritual de los seres humanos celtas.
El árbol articulaba toda la idea del cosmos al vivir en una
continua regeneración. Además en él contemplaban los druidas el
simbolismo de la verticalidad, de la vida en completa evolución, en
una ascensión permanente hacia el cielo. Por otra parte, el árbol
permitía establecer una comunicación con los tres niveles del
cosmos: el subterráneo, por sus raíces que no dejaban de hurgar en
las profundidades que recorrían en la continua necesidad de
encontrar agua; la de la superficie de la tierra, por medio de su
tronco y sus ramas; y las alturas, a través de la copa y las ramas
superiores, siempre reunidos la totalidad de los elementos: el agua
que fluía en su interior, la tierra que se integraba en su cuerpo
por las raíces, el aire que alimentaba las hojas y el fuego que
surgía de su fricción. Los celtas conseguían el fuego frotando hábilmente
unas ramas, entre las cuales habían introducido hierba seca o paja.
El árbol era el eje del mundo
Debido a que las raíces del árbol se sumergían en el suelo
mientras sus ramas se elevaban al cielo, el druida lo consideraba el
símbolo de la relación tierra-cielo. Poseía en este sentido un
carácter central, hasta tal punto de que suponía la esencia del
mundo. Son muchas las civilizaciones antiguas que han establecido su
árbol central, ése que era tenido como el eje del mundo: el roble
de los celtas; el tilo de los alemanes; el fresno de los
escandinavos; el olivo de los árabes; el banano de los hindúes; el
abedul de los siberianos, etc.
Tanto en la China como en la India el árbol que es considerado el
eje del mundo se halla acompañado de pájaros, lo mismo sucedía
con los celtas, ya que éstos reposan en sus ramas. Lo consideraban
estados superiores del ser, que se hallaban vinculados, al mismo,
con el tronco del árbol. Los pájaros eran doce, lo que recordaba
el simbolismo zodiacal y el de los Aditya, que constituyen la docena
de soles. La misma cantidad suman los frutos del árbol de la vida,
los cuales son signos de la renovación cíclica que se produce en
todo lo vivo que hay sobre la Tierra.
El árbol cósmico
El árbol cósmico para los druidas era el central: su savia suponía
el rocío celestial y sus frutos proporcionaban la inmortalidad (el
retorno del ser o un estado paradisíaco). Así ocurría con los
frutos del árbol de la Vida que se encontraba en el Edén, las
manzanas de oro del Jardín de Hespérides y los melocotones de la
si-wang, la savia del Haoma iraní. El hiomaragi japonés también
es valorado como un árbol cósmico, igual que el Boddhi, bajo el
cual Buda alcanzó la plena iluminación, por lo que desde entonces
representa al mismo Buda en la iconografía primitiva.
El simbolismo chino conoce el árbol de la fusión: une el Ying con
el Yang (cruzamiento de las flores masculinas y las femeninas del árbol).
Asimismo, las dos categorías de árboles: los hojas caducas y los
de hojas perennes están afectados por signos opuestos: uno
simboliza el cielo de las muertes y renacimientos; y el otro
representa la inmortalidad de la vida, es decir, dos manifestaciones
diferentes de una misma identidad.
En Bolivia y Haití, el árbol no sólo es de este mundo, se yergue
en el más próximo y sube al más lejano. Va de los infiernos a los
cielos, como un camino de viva comunicación.
El árbol de los antepasados
De acuerdo con las ideas de muchos antropólogos, podemos creer que
el árbol fue considerado un antepasado mítico de una tribu, al
hallarse en relación estrecha con el culto lunar. Así lo afirmaban
los druidas. Esto lo presentaron en forma de una especie vegetal.
Pero existen numerosos ejemplos en otras culturas: los maos y
los tagálop de las Filipinas; el yu-nan de Japón; los ainu de Asia
central; y en Corea y en Australia que unen los orígenes de sus
razas con el bambú y la acasia.
El árbol también interviene en las interpretaciones antropomórficas
(transformación del hombre en árbol y viceversa). Esto lo vemos en
las creencias de los pueblos altaicos y turco-mongolés de Siberia,
lo mismo que en los celtas.
El matrimonio místico entre árboles y humanos, es común en la
India, en el Penjab y en el Himalaya. También en los siux de América
del Norte, y entre los hotentotes de Africa.
El árbol social
El árbol también simboliza el crecimiento de una familia, de una
ciudad, de un pueblo, de una nación y del poder del rey. Un buen
ejemplo es el caso de Nabucodonosor y la interpretación de su sueño
realizada por el profeta Daniel.
En la tradición bíblica judeo-cristiana, se detecta en el relato
de la tentación del libro del Génesis, los grandes árboles que
figuraban a veces en los Salmos. Este árbol simboliza la cadena de
generaciones, cuya historia resume la Biblia y que culmina con la
llegada de la Virgen y de Jesucristo. Este mismo árbol ha inspirado
muchas obras de arte y ha sido objeto de comentarios místicos.
El árbol celta
En las tradiciones celtas el árbol ofrece tres temas: Ciencia,
Fuerza y Vida. El tema de base es UID, homónimo del nombre de la
ciencia, con la cual los antiguos lo han confundido voluntariamente.
Uno de los principales juegos de palabras de la antigüedad es el de
Plinio con los nombres griegos del roble DRUS y DRUIDAS (Druides).
El árbol es símbolo de la Ciencia y sobre su madera han sido
precisamente grabados los textos célticos antiguos. El árbol es
también Fuerza en algunos vocablos o nombres propios (Draucus,
Frutos), que nos indican una etimología indoeuropea. De la misma
manera, y para finalizar el apartado, es símbolo de Vida, por
actuar como intermediario entre el cielo y la tierra, y resulta
incluso portador de frutos que dan o prolongan la existencia.
Los árboles celtas ofrecen tantas ventajas, que en muchos países
se cultivan, actualmente, porque brindan protección y grandes
influencias mágicas.
Recordemos el mito de los árboles
Este mito tiene su mejor reflejo en "El combate de los árboles",
que es un poema atribuido al bardo galés Taliesín, en el que narra
cómo Gwyddyon salvó la vida de un grupo de valientes bretones al
transformarlos en árboles, sin impedirles que bajo esta forma
pudieran pelear contra sus enemigos. El mismo autor se refiere a
otra práctica en este delicado verso:
Cuando surgió la vida
mi creador me dio forma
con la savia de los árboles
y el sabroso jugo de los frutos.
Se sirvió de la malvarrosa de la colina,
de las flores de los árboles y los
zarzales.
con las flores de la ortiga.
He sido marcado por Mat.
En mí hay huellas de Gywddyon,
de los sabios hijos de Math
y de lo eterno que hay en la Naturaleza.
El mito de los árboles adquiere solidez al convertirse en un motivo
oral, en un poema fácil de repetir al poseer una cadencia y
encerrar un mensaje.
Fuente consultada
YAÑEZ SOLANA, M. - Los Celtas - M.E. Editores
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