Arte fantástico
Jacques Mousseau
Un coleccionista visionario explora
el mundo y sus desiertos para descubrir piedras que contienen y expresan
el genio misterioso de la Naturaleza
CUANDO LA NATURALEZA IMITA AL ARTE
El artista toma siempre algún
rasgo físico de la pasión que lo anima. Quien supiera ver
verdaderamente podría adivinar la obra por medio del hombre. De
las piedras, arrancadas en la naturaleza a la arcilla o la arena, que expone
y propone en su galería de la calle Guénégaud, en
el corazón del barrio de Saint-Germain-des-Prés, Michel Cachoux
ha tomado su inmutabilidad. Como sus cuarzos, sus turmalinas o sus rutilos,
para el profano, escapa al tiempo. Su ser físico parece vacilar
entre su pasión de los veinte años y su experiencia de los
cuarenta. Ese mimetismo que tiene algo de alquimia secreta de la vida me
parece notable, no sólo porque es sorprendente y desconcertante,
sino también porque demuestra hasta qué punto el artista
se une a su actividad.
Esta actividad es poco ordinaria.
Michel Cachoux hace expediciones por las altas mesetas del Brasil, los
desiertos de África e islas lejanas como Madagascar o Ceilán
con el único propósito y la única esperanza de recoger
algunos guijarros, preciosos para él solo, al menos hasta que nos
ha enseñado a contemplarlos. Si fuéramos a sus terrenos de
caza -lo que supone ya una primera selección entre toda la extensión
del globo- volveríamos con el rabo entre las piernas. Todas las
piedras de un desierto nos parecerían iguales. Algunas irradian
una imantación particular que capta en él un sentido desconocido.
Señales imperceptibles lo guían hacia el objeto codiciado.
Avanza como un sonámbulo que, en su andar inconsciente, evita los
obstáculos y los abismos.
En todo caso, yo he comprendido
su aventura gracias a sus explicaciones. Busca apasionadamente los accidentes
de la naturaleza. A veces la materia deja de trabajar en serie para crear
un objeto único. Entendámoslo bien: no se trata de que en
una playa interminable de guijarros se encuentre un guijarro más
redondo, más liso, sino un objeto que nada tiene que ver con los
guijarros y, no obstante, ha nacido entre ellos. Un acantilado de arcilla
inmenso y monótono puedo ocultar un cuarzo transparente o una geoda
que tiene aprisionada en su envoltura de cristales , desde hace cien o
doscientos millones de años, un poco de agua temblorosa. Por una
anticasualidad incomprensible se puede estar seguro de que en ese objeto
único han convergido rarezas de todas clases: la de los colores
y la de las formas. Por algunos indicios de la superficie, Michel Cachoux
sabe percibir esa presencia. No conoce un instante más intenso que
aquél en que su brazo se hunde como una perforadora en la tierra
húmeda y blanda para coger el tesoro presentido. Así a veces
la matrona más fatigada y vulgar alimenta en su seno el futuro orgullo
de la humanidad. La vida misma a la que estamos sometidos, ¿no apareció
hace tres mil millones de años como uno de esos accidentes impensados
de la materia? Un cuarzo, una turmalina, un rutilo o una célula
viva han podido ser producidos por la misma arcilla vil.
ELEGIR ES CREAR
El lapidario de la calle Guénégaud
gira en su actividad alrededor del Gran Secreto. A él mismo le inquieta
esa connivencia que siente entre él y la materia. ¿Qué
pacto habrá firmado a su pesar? A veces siente un temor pánico
-se lo ha confesado a su amigo Roger Otahi- al pensar que participa en
el psiquismo de las piedras. Sin embargo, sus dudas, como las de Fausto,
son fugaces. Se siente llevado y se deja llevar. Sus hallazgos mejores
son aquéllos que puede dejar tales como la tierra se los ha ofrecido.
La materia aliada con el tiempo ha llevado su obra hasta su término.
El artista no tiene que quitarle ni siquiera una última ganga. Está
acabada en la plenitud de sus líneas, de sus colores y de su mensaje.
Este mensaje, como sucede en toda obra de arte, puede variar con el observador.
Una crisocola azul puede sugerir un caballero con casco de acero y la visera
del yelmo levantada, o cualquier otra interpretación. Pero tiene
un sentido para cada uno. A veces el mensaje se propone en estado de embrión.
Entonces hay que desprenderlo siguiendo la pendiente inscrita en el objeto
en bruto. Cachoux hace con ese fin otro viaje al taller lejano de uno de
los raros lapidarios que pueden trabajar esos minerales sin romperlos.
A veces es necesario un año de trabajo de artesano para que el objeto
alcance su perfección. Milímetro por milímetro, ágata
contra ágata, realiza la forma adivinada intuitivamente por Michel
Cachoux, quien no es más que un visionario obediente. "A mí
no me corresponde preferir", dice.
¿Estas visiones sucesivas
bastan para hacer de él un verdadero artista? ¿No es únicamente
un coleccionista que vende (muy caras) las piedras raras creadas por otros,
en primer lugar la naturaleza y luego el artesano? Mucho antes de los ready-made
de Marcel Duchamp y las acumulaciones de objetos de los jóvenes
artistas contemporáneos había progresado lentamente la idea
de que el artista imponía ante todo una visión. La manera
como el artista contempla importa más que la cosa contemplada. Él
es ante todo un ojo -la mayoría de las veces un ojo virgen- que
ve de otro modo y enseña a los demás a ver. Descubrimos el
cielo de la Toscana por medio de las telas de Leonardo de Vinci admiradas
en los museos, inclusive sin darnos cuenta de ello. Estamos ciegos y necesitamos
guías. En Poesía y verdad cita Goethe el ejemplo personal
siguiente; "Cuando (después de una visita a la galería de
Dresde) volví a casa de mi zapatero para la comida del mediodía,
apenas podía creer lo que veían mis ojos: en efecto, creía
ver ante mí un cuadro de Van Ostade, tan perfecto que habría
podido figurar en las paredes de una galería. El lugar de los objetos,
la luz, la sombra, el matiz pardusco de todo el conjunto, en resumen, todo
lo que se admira en esos cuadros lo vi allí en estado real. Fue
la primera vez que me di cuenta en ese grado del don que consiste en ver
con los ojos de tal o cual artista aquellas obras suyas a las que presto
una atención particular".
Un pintor no incluye en su
factura el precio de la tela, el marco y los colores. Y tampoco el valor
de una turmalina o un rutilo se relaciona con los gastos de viaje a Minas
Gerais. El pintor no pone tarifa a su trabajo. Da un precio a la rareza
de su visión. Y por haber enriquecido o renovado su propia visión
es por lo que le da las gracias el aficionado al arte. Ha podido ocultar
parcialmente esta verdad el hecho de que esta visión del artista
exigía cierto tiempo para inscribirse en cierto apoyo material,
y por consiguiente cierto trabajo. Cuando Marcel Duchamp, al consagrar
un objeto, suprimía el trabajo, su gesto de protesta simbólica
nos revelaba que subsistía lo esencial de la actividad creadora.
No sólo no habríamos sabido descubrir las piedras fantásticas
reunidas pacientemente por Michel Cachoux, sino que no habríamos
sabido ver su belleza.
¡NO, EL ARTE NO HA MUERTO!
¿Por qué las
aceptamos como bellas? Y sobre todo, ¿por qué nos parecen
bellas al presente? Esta pregunta nos lleva al misterio de la sensibilidad
artística de una época. Hace 150 años Hegel, para
quien "el destino más alto del arte es el que comparte con la religión
y la filosofía", predijo la muerte próxima del arte porque
presentía el lento deslizamiento de lo sagrado hacia lo profano.
"Ya no se venera una obra de arte y nuestra actitud respecto a las obras
de arte es mucho más fría y reflexiva". En nuestros días
asistimos al resurgimiento de las aspiraciones religiosas -en el sentido
más vago y general, etimológico, de la palabra, que se deriva
del latín religare, religar, unir- en las corrientes principales
del pensamiento estético. Los movimientos de vanguardia
que más chocan a la sensibilidad del público no iniciado,
¿no se esfuerzan por unir al hombre moderno con el ambiente sociológico
producido por la técnica, ya se trate del Nuevo Realismo europeo
o del Pop-Art de los Estados Unidos? Impulsados por esa misma aspiración
confusa, sin duda nos parecen bellos esos cuarzos blancos o rosados, bellas
esas wulfenitas anaranjadas o esas dioptasas verdes, porque, por la vista
y el tacto, nos vinculan con el flujo cósmico que, en la ciencia
y la filosofía, constituye la interrogación esencial de esta
época. En busca de lazos sólidos franqueamos un grado suplementario:
de lo que nos une a lo que hemos creado, pasamos a lo que nos une a lo
que nos ha creado. La motivación profunda de estas actividades es
idéntica: ¿cuál es el lugar del hombre en este conjunto?
Si ahondamos en esta idea comprendemos que el mensaje humano que contiene
la piedra importa tanto como su magnificencia formal. No nos es indiferente
que evoque a un caballero con casco de acero azulado. ¿Por qué
nos impresiona particularmente el triángulo perfecto inscrito por
la naturaleza en la materia dura? Me parece que es porque encontramos en
él el producto más elaborado del pensamiento: una abstracción
matemática. Sentimos nuestro acuerdo con el universo y, al mismo
tiempo, nuestra importancia en su seno. Lo que nos importa no es que la
naturaleza haga arte; nos enorgullecemos de la imitación de lo humano
por la naturaleza. El viejo precepto según el cual el arte debe
imitar a la naturaleza no concierne ya al alma moderna. Se ha observado
con frecuencia que la fotografía lo ha relegado al archivo de las
ideas falsas. Ahora sostenemos que la naturaleza imita al arte. El artista
comenzó recientemente a enorgullecerse por ello: cuando las técnicas
perfeccionadas le revelaron la trama de lo infinitamente pequeño,
descubriéndole así que el arte abstracto no había
hecho más que presentir esa trama. No se sintió decepcionado
ni humillado por ello. Al contrario, se sintió orgulloso por haber
preparado a sus semejantes para que admiraran esas revelaciones de la técnica.
¿Hay que entrever un
fondo de confusión en esta actitud? No más, a nuestro juicio,
en el campo estético que en los otros. El artista está ya
indeciso en un mundo estable, porque su papel consiste en ser el primero
que se hunde en el porvenir. Cuando todo se mueve en el presente, su vocación
tiene que ejercerse más que nunca. Sin duda, el arte no ha muerto;
los artistas solamente están en una gran sala de espera. Esta característica
de nuestra época explica que haya tantas búsquedas paralelas
y ningún movimiento dominante. Las tentativas de clasificación
son superadas cuando apenas se las esboza. Así, acabamos de ver,
con el ojo de los microscopios electrónicos, que lo informal ha
adquirido forma, que la obra de Wols se colocó junto a la fina contextura
de la materia viviente. A cada instante, en este siglo, el hombre moderno
se ve obligado a reconsiderar el mundo -el mundo exterior y su mundo interior-
de una manera nueva y a tomar conciencia de que hasta entonces ha tenido
una visión superficial de él.
EN EL CORAZÓN DE LO FANTÁSTICO
Una visión más
profunda vincula a campos que parecían separados. Así a un
Wols con una célula vegetal. Este paso renovado hacia la realidad
caracteriza, en el arte como en la ciencia, a lo que hemos llamado el Realismo
Fantástico. El adjetivo fantástico forma parte desde hace
mucho tiempo del vocabulario estético. Pero, y Roger Caillois ha
sido el primero en observarlo oportunamente, ha sido aplicado con frecuencia
a obras creadas intencionalmente para "pasmar a poca costa" o "simular
el misterio". El verdadero misterio es secreto; no se deja adivinar fácilmente.
Si descartamos lo fantástico exclusivista, es decir, según
la definición de Caillois, "las obras de arte creadas expresamente
para sorprender, para desconcertar al espectador mediante la intervención
de un universo imaginario, mágico, en el que nada sucede como en
el mundo real", descubrimos uno fantástico más auténtico,
porque establece un vínculo entre la creación insólita
del artista y el secreto que encierran las cosas. Este fantástico
no es ya gratuito; sobrepasando lo imaginario, es un mensaje oculto que
se revela de pronto. Esta revelación puede exigir la complicidad
de los pinceles o de los buriles. Puede también, como en el caso
de las piedras de Michel Cachoux, satisfacerse con un simple gesto de apropiación.
Lo fantástico que el artista elige no es menos real que el que crea.
Un triángulo perfecto inscrito en la turmalina nos lo recuerda.
UNA PASIÓN QUE RENACE: LA DE LOS OBJETOS
Estas obras de arte son también
-o quizás ante todo- objetos. Esta cualidad particular no es ajena
a la atracción que ejercen esas piedras. Nosotros preguntamos: ¿por
qué nos parecen bellas, y más bellas hoy que ayer? Una parte
de la respuesta está en eso. De pronto nuestra civilización
ha comenzado a dejarse fascinar por el objeto. No es la primera sin duda
y, en arte, los ciclos se suceden en ondas misteriosas. La tela, triunfante
desde hace veinticinco años, retrocede y deja el primer lugar al
objeto. El utensilio de serie, a su vez, se convierte en cuadro en las
obras de algunos artistas modernos (nuevos realistas y pop-artistas). Las
chucherías de 1900 vuelven a poner al gusto del día el Modern
Style. Los artesanos inventan formas nuevas o vuelven a descubrir formas
antiguas. Cuando un obrero lapidario desprende pacientemente un pilón
de fuente ricamente jaspeado, inscrito en una madera petrificada, la forma
natural descubierta por Michel Cachoux se transforma e ingresa en la categoría
de las creaciones artesanas sin que nos parezca menos fantástica.
¿Por qué esta moda del objeto? Braque me dijo que en el producto
de la máquina no sentía la mano del hombre y que esa ausencia
se haría pronto insoportable. La multiplicación de los robots
ha hecho esa tara sensible para la mayoría. La preocupación
del hombre es huir de la soledad; el universo de los objetos uniformados
lo arroja en ella. Una angustia creciente lo impulsa a asir la mano del
artesano o del artista a través del objeto único. Sus pesares
y sus vacilaciones han dejado en él el más precioso de los
depósitos: un poco de humanidad. Creíamos que la creación
artesana se dedicaba principalmente al utilitarismo. Resurge de pronto
-miremos a nuestro alrededor- porque su verdadera razón de ser está
en otra parte.
En las piedras fantásticas,
naturalmente perfectas, volvemos a encontrar la misma palpitación
de la vida original. Podemos poner la mano en todos esos objetos y sentir
que vibra ese suplemento del alma que falta en los productos fabricados.
Es ahí donde divergen los pasos: el artista de vanguardia, con su
gesto de apropiación, hace frente a la marea creciente de las máquinas;
se propone dominarla con su orgullo y atenuar así su temor. Los
otros se desvían para volver a las fuentes vivas. Intelectual y
psicológicamente los motivos son los mismos en todos. Afectivamente
se oponen. Estas preocupaciones, al parecer de pura estética, se
integran en la contienda fundamental del hombre con los robots. Las modas
del momento transportan las angustias más profundas. Todo está
contenido en una civilización; basta seguir los hilos intrincados
para descubrir conexiones ocultas.
Michel Cachoux
nació el 8 de noviembre de 1929 en París. Después
de hacer estudios secundarios en el colegio Sains-las, se orienta hacia
la Escuela de Alés y la Escuela de Minas. Una grave deficiencia
visual le impide hacerse ingeniero. Colecciona piedras desde los seis años
de edad, después de haber sido iniciado en la infancia por un eminente
coleccionista, el coronel Vésinier. Al ver que se le cerraba la
profesión de ingeniero, Michel Cachoux se hace librero, lo que le
permite reunir acerca de las piedras una documentación científica
y literaria importante.
Comienza también
a viajar: Ceilán, Brasil, Marruecos, Sicilia, México. Esas
diferentes residencias en el exterior dan lugar a numerosas exploraciones
que enriquecen su colección.
En 1962, Michel
Cachoux abre su galería en la calle Guénégaud de París.
Allí organiza regularmente exposiciones con temas concretos. A veces
no presenta sino piedras en bruto; otras veces, objetos trabajados. Al
presente es el maestro de la piedra en bruto en Europa. Sus hallazgos,
que ahora firma, figuran en las colecciones más importantes.
![]() Triángulo equilátero inscrito en turmalina (Madagascar).
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![]() Crisocola y malaquita (Katanga).
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![]() Pirita cristalizada: encabestramiento de dos
cristales
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![]() Wulfenita (Los Lamentos, Chihuahua, México). |
ALGUNOS EJEMPLARES CURIOSOS
(FOTOS)
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Lugares "energéticos" y de extracción, exposición y comercialización de cuarzos y otras gemas |