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Jataka 21
El toro negro

( jataka No. 21)

Una vez, la vida que se convertiría en Buda tomó la forma de un toro negro cuyo dueño lo regaló a una viuda cuando el animal aún era joven. Ella lo crió con gran cuidado y amor, como si fuera su propio hijo: lo alimentó con la mejor comida y le dio todo su cariño.

El toro creció y se convirtió en un hermoso animal, grande, fuerte y negro como el azabache. Además era noble y gentil: los niños, que lo llamaban “Negrito”, lo adoraban porque los dejaba jugar con su cola, tomarlo de los cuernos y hasta montar sobre su espalda. Sin embargo, Negrito estaba un poco triste porque su madre adoptiva era pobre y tenía muchas carencias, así que buscó la manera de conseguir algo de dinero.

Por aquellos días, sucedió que un mercader traía una caravana de cincuenta carros tirados por bueyes y necesitaba cruzar un río para continuar con su jornada. Los animales de este hombre trataron de cruzar los carros, pero la corriente del río era tan fuerte que tuvieron que darse por vencidos. Incluso si los cincuenta bueyes jalaban un solo carro, la tarea resultaba imposible.

Para resolver su problema, el mercader buscó ayuda en los alrededores. Entonces vio a Negrito y pensó que era tan grande y fuerte que quizás podría cruzar sus carros. Como unos hombres le dijeron que tomara el toro sin pagar porque su dueño no estaba allí, el mercader le puso a Negrito una cuerda alrededor de su cuello. Mientras tanto, el animal pensaba: “No me moveré hasta que diga que pagará por mi trabajo”.

De alguna manera, Negrito hizo que el mercader entendiera que debía pagarle por sus servicios. El hombre le dijo: “Mi querido toro, si consigues cruzar mis cincuenta carros al otro lado del río, te pagaré dos monedas de oro por cada carro; ¡no solo una, sino dos!”. Al escuchar esto, Negrito fue directamente hacia el río.

El mercader ató el primer carro al cuello de Negrito. El magnífico animal lo pasó al otro lado del río y consiguió lo que cincuenta bueyes no habían logrado. Uno por uno, pasó los cincuenta carros sin detenerse.

Cuando terminó, el hombre colgó al cuello de Negrito una bolsa con cincuenta monedas de oro, esto es, la mitad de lo que había ofrecido. El toro pensó: “Este hombre prometió dos monedas de oro por cada carro, pero no es eso lo que puso alrededor de mi cuello. Así que no lo dejaré irse”. Negrito fue al frente de la caravana y bloqueó el camino.

Como era imposible pasar, el mercader decidió darle al toro las cincuenta monedas que faltaban. Cuando Negrito las tuvo en su poder, se quitó del camino y corrió hacia su casa. Cuando la viuda vió la pesada bolsa con el dinero, se quedó asombrada. Unos niños, que habían visto lo que había pasado en el río, le contaron de la hazaña de Negrito. La mujer abrió la bolsa y descubrió las cien monedas de oro.

La viuda vio también el cansancio en los ojos del noble animal. Entonces le dijo a Negrito: “Hijo mío, ¿tú crees que deseo gastarme el dinero que ganaste así? ¿Por qué te maltrataste en el trabajo y sufriste tanto? No importa cuán difícil pueda ser, yo siempre te cuidaré”. La mujer bañó amorosamente a Negrito y le dio un reconfortante masaje a sus cansados músculos. Lo alimentó con buena comida y cuidó de él hasta el final de su alegre vida juntos.

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