CONTENIDO

Introducci�n
Del autor
1. Una proposici�n inesperada.
2. La reuni�n de Mosc�.
3. En marcha.
4. El pa�s de las colinas humeantes.
5. El estrecho de Bering.
6. En busca de la tierra desconocida.
7. La Tierra de Fridtjof Nansen.
8. A trav�s de la cordillera Russki.
9. Un descenso interminable.
10. Una inexplicable posici�n del sol.
11. La tundra polar.
12. Las colinas errantes.
13. Un visitante indeseable.
14. La carta de Truj�n�v.
15. El pa�s de la luz eterna.
16. Unos enterradores importunos.
17. Por el r�o Maksh�iev abajo.
18. La caza al cazador.
19. Aventuras sobre una colina.
20. Aviador a la fuerza.
21. Una tormenta tropical.
22. El mont�culo movedizo.
23. Plut�n se extingue.
24. Reptiles monstruosos y p�jaros dentados.
25. Un cintur�n de pantanos y lagos.
26. El mar de los Reptiles.
27. La traves�a del mar.
28. Los millones de Maksh�iev.
29. El bosque de colas de caballo.
30. Reptiles carniceros y herb�voros.
31. El desfiladero de los pterod�ctilos.
32. V�ctimas de un robo.
33. Sobre la pista de los ladrones.
34. Los reyes de la naturaleza jur�sica.
35. �C�mo penetrar en el hormiguero?.
36. Hacia el interior del desierto Negro.
37. Descenso al cr�ter de Sat�n.
38. El despertar del volc�n.
39. La destrucci�n del hormiguero.
40. Navegando hacia el Oeste.
41. Supermonstruos.
42. El brulote de Kasht�nov.
43. La batalla contra las hormigas.
44. El incendio del segundo hormiguero.
45. Nueva excursi�n al interior del pa�s.
46. Las travesuras del Gru��n.
47. Situaci�n desesperada.
48. Traves�a de regreso.
49. La huella misteriosa.
50. En la yurta abandonada.
51. Siguiendo la pista de los compa�eros.
52. Liberaci�n de los prisioneros.
53. Un ataque de los seres primitivos.
54. La vida de los prisioneros.
55. Otra vez en la yurta.
56. A trav�s de los hielos.
57. Charla cient�fica.
Ep�logo.
Biograf�a del Autor

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Escribir a Antonio



Cap�tulo XXXIV

LOS REYES DE LA NATURALEZA JURASICA

Una vez enterradas las lanchas, los viajeros remontaron la vaguada, donde el agua hab�a desaparecido ya. Pero, en algunos lugares, hab�a que trepar a una u otra orilla porque cortaban el camino grandes charcos o porque la arcilla pegajosa dificultaba la marcha. Avanzaban con cuidado, mirando atentamente hacia los lados y con las escopetas preparadas por si se encontraban de pronto con los ladrones. A la izquierda de la vaguada continuaba el mismo bosque de colas de caballo, de helechos y palmeral mientras a la derecha se suced�an las hileras de dunas desnudas y rojizas. La guarida de los ladrones pod�a encontrarse tanto en el bosque como entre las dunas.
Al cabo de alg�n tiempo tropezaron con un objeto oscuro que yac�a en la vaguada, medio sepultado por la arena y el limo; lo desenterraron y vieron una enorme hormiga negra: su cuerpo med�a alrededor de un metro de largo y su cabeza era poco menos gruesa que la de un hombre. Las patas, retorcidas en la agon�a, terminaban en u�as aceradas.
- �Aqu� est� el rey del per�odo jur�sico! -exclam� Kasht�nov.
- Si sus colonias est�n tan pobladas commo los hormigueros de la superficie de la tierra, tendremos que v�rnoslas con millares de enemigos -dijo P�pochkin.
- Y, adem�s, enemigos rapaces, inteligentes e implacables -a�adi� Gromeko.
General, que segu�a a cierta distancia y a veces se acostaba para descansar, lleg� hasta donde estaba el grupo. Al ver la hormiga muerta se lanz� fren�tico sobre ella con un gru�ido furioso.
- Amigo, me parece que has reconocido a uno de los que te mordieron -exclam� Maksh�iev reteniendo al perro.
Poco m�s adelante encontraron el cad�ver de una segunda hormiga y luego otro. El aguacero hab�a debido sorprender todav�a en camino a algunos de los ladrones que, arrastrados por el torrente, se hab�an ahogado.
- �Estos demonios negros habr�n mojado y echado a perder todos nuestros efectos! -lanz� desesperado Gromeko.
- S�, es poco probable que tengan inteligencia suficiente para montar la tienda y cobijarse en ella con las cosas -confirm� P�pochkin.
- Yo creo que habr�n llegado a su guarida antes de la tormenta -declar� Maksh�iev-. No olvidemos que se hab�an puesto en camino mucho antes que nosotros y que, adem�s, nosotros nos hemos detenido a descansar varias horas en dos sitios.
Recorrieron un par de kil�metros m�s en silencio. Detr�s de la vaguada empezaba a clarear el bosque, apareciendo en �l numerosos senderos. En las filas de dunas y, sobre todo, en los valles que las separaban se ve�a cierta vegetaci�n: matorrales, matas de hierba, peque�as colas de caballo.
Maksh�iev se detuvo de pronto y se�al� a sus compa�eros el valle inmediato, entre dos filas de dunas, por donde dos seres oscuros empujaban unas veces una bola blanca por la arena y otras tiraban de ella.
- �Hormigas?
- �Desde luego! Pero, �qu� llevan? Nosotros no ten�amos ning�n objeto redondo y blanco.
- Habr�n encontrado alguna otra presa.
- �Se la quitamos?
- No. Mejor ser� que nos escondamos. Lueego, con seguirlas, ellas mismas nos llevar�n hasta el hormiguero.
- Pero agarren bien a General para que nno se lance sobre ellas.
Los exploradores retrocedieron un poco y se ocultaron en el lindero del bosque. En la desembocadura del valle aparecieron pronto detr�s de unas matas las hormigas, que empujaban sobre la arena, delante de ellas, un gran objeto blanco de forma ovalada.
- �Es posible que los huevos de estas hormigas sean tan voluminosos? -pregunt� Maksh�iev.
- No. Debe ser m�s bien el huevo de alg�n reptil volador que han robado y ahora se llevan a su guarida -dijo P�pochkin.
- �Cree usted que ser�n comestibles esos huevos?
- �Por qu� no? Si se comen los huevos de tortuga, no hay ninguna raz�n para no comer los huevos de reptil.
- Es una cosa que debemos tener en cuenta -observ� Gromeko-. Con la penuria de v�veres que sufrimos y la necesidad de economizar las municiones, una tortilla vendr�a ahora muy bien.
- Para un huevo de este tama�o har�a falta una sart�n adecuada, y no la tenemos.
- Nos arreglaremos con una peque�a. Haceemos un agujero en el huevo por un lado, removemos con un palito la yema y la clara, le echamos sal y vamos vertiendo en la sart�n poco a poco lo que nos haga falta.
- �Pero si no tenemos ya ninguna sart�n! Las hormigas se han llevado todos los cacharros.
- Se me hab�a olvidado. �Y no servir�a dde sart�n la parte alta de la c�scara del huevo? Recort�ndola con cuidado, se podr�a fre�r en ella.
- �Y con qu� fre�mos?
- Con la grasa de iguanod�n.
Mientras los exploradores intercambiaban estas reflexiones culinarias, las hormigas llevaron el huevo hasta el borde de la vaguada y se detuvieron indecisas. Las orillas eran muy empinadas. Echar a rodar el huevo desde arriba era cosa f�cil, y no se romper�a en la arena blanda. Pero lo que s� parec�a tarea demasiado ardua para las hormigas era hacerlo subir hasta la orilla opuesta.
Los insectos daban vueltas en torno al huevo e iban y ven�an a lo largo de la orilla, agitando las antenas y roz�ndose con ellas el uno al otro como si se consultaran.
Luego una de las hormigas descendi� a la vaguada, examin� la orilla opuesta, estuvo alg�n tiempo delante como reflexionando y despu�s corri� a lo largo de ella, deteni�ndose con frecuencia para inspeccionarla.
A unos cincuenta pasos encontr� una pendiente menos empinada, que le pareci� mejor adecuada para hacer una rampa. Y se puso a hacerlo, vali�ndose de las mand�bulas y las patas de delante para arrancar pellas de tierra y ponerlas a un lado.
La segunda hormiga, que hab�a estado de guardia junto al huevo, se cans� al poco rato de esperar descendi� tambi�n a la vaguada y corri� por las huellas de su compa�era, que le ocultaba un recodo.
- �Y si nos apoder�semos ahora del huevo que han dejado las hormigas? -propuso Gromeko.
La idea les gust� al principio, pero luego surgieron ciertas objeciones.
- Por lo pronto, pueden vernos y descubrrimos as� prematuramente nuestra presencia; adem�s, al no encontrar el huevo que han dejado, se pondr�n a buscarlo por los alrededores y entonces, en lugar de seguirlas hasta el hormiguero, tendremos que ocultarnos entre la maleza y perder el tiempo -declar� Kasht�nov, rechazando la propueesta del bot�nico.
Pero en ese instante, P�pochkin descubri� en la desembocadura del valle otra pareja de hormigas empujando un segundo huevo.
- Me parece -dijo P�pochkin- que no hay motivos ya para no apoderarse del huevo.
- Entonces, �manos a la obra!
Maksh�iev y Gromeko cruzaron r�pidamente la vaguada, levantaron el huevo, que med�a lo menos medio metro de di�metro, y volvieron para esconderlo entre las malezas donde ellos mismos se ocultaban.
Luego Maksh�iev borr� cuidadosamente en la vaguada las huellas de sus pasos, que hubieran podido servir a las hormigas, si eran suficientemente inteligentes para ello, de indicaci�n para buscar el huevo.
Pronto volvieron las dos primeras hormigas al sitio donde hab�an dejado el huevo. Cuando estuvieron en lo acto de la orilla, como no lo encontraron, se pusieron a correr de un lado para otro, yendo la una hacia la otra con las antenas en movimiento y, al parecer, completamente desorientadas.
En este momento surgieron en la desembocadura del valle las otras hormigas con el segundo huevo. Las primeras, al verlas, se precipitaron hacia ellas y, creyendo probablemente que �stas les hab�an arrebatado su presa, intentaron recuperarla.
Empezaron a luchar: erguidas sobre las cuatro patas traseras, las hormigas levantaban las dos de delante y procuraban plantar sus mand�bulas en el cuello del adversario. En el ardor del combate una de las parejas se acerc� demasiado a la orilla y se desplom� en la vaguada. Durante la ca�da uno de los insectos se encontr� encima del otro y aprovech� esta circunstancia para cortarle casi la cabeza a su adversario de un bocado.
Libre, corri� en auxilio de su compa�ero, ya muy cansado por la lucha. Entre los dos acabaron pronto con su enemigo y empujaron el huevo hacia la vaguada. Los exploradores hab�an seguido la lucha con gran inter�s, pero no pod�an decir cu�l de las parejas hab�a vencido, ya que era absolutamente imposible distinguir aquellos insectos los unos de los otros.
Las hormigas vencedoras se detuvieron al borde de la vaguada, luego dejaron rodar el huevo al fondo y se pusieron a empujarlo vaguada arriba.
En varios sitios, all� donde la pendiente opuesta les parec�a menos abrupta, se deten�an e intentaban izar el huevo. Pero no ten�an las garras suficientemente duras para clavarlas en la c�scara, de manera que el huevo se les escapaba y volv�a hacia atr�s.
Llegadas al sitio donde estaba hecho el camino en la orilla de la vaguada, las hormigas lo advirtieron y, despu�s de examinarlo, intentaron izar el huevo apuntal�ndolo con sus cuerpos.
Lo consiguieron, y entonces rodaron su presa por una trocha que se adentraba en el bosque. A juzgar por la conducta de esta pareja era de suponer que hab�an vencido las segundas hormigas.
Ahora s�lo quedaba seguir la trocha detr�s de las hormigas. Pero, ignorando la distancia que quedaba por recorrer, hab�a que comerse primero el huevo sustra�do a las hormigas. Pesaba demasiado para llevarlo en brazos y era muy inc�modo rodarlo por el bosque. De manera que los exploradores hicieron lumbre en un agujero abierto en la arena y cocieron el huevo entero. Una vez, a punto, lo partieron en trozos y, con la c�scara, fabricaron unos cuantos platos y una sart�n.
Despu�s de comer, los viajeros se adentraron en el bosque por la trocha, bien alisada, pero estrecha e inc�moda. Las ramas de las colas de caballo se entrelazaban a un metro del suelo, obligando a los hombres a avanzar casi a rastras o muy inclinados. Era probable que s�lo las hormigas siguieran aquel camino.
Al cabo de media hora empez� a esclarecerse el bosque. La trocha de las hormigas bifurcaba con frecuencia, se cruzaba con otras, y Maksh�iev segu�a con gran dificultad la huella del huevo en tanto Kasht�nov levantaba un mapa de la regi�n habitada por sus enemigos.
- Me choca que no hayamos encontrado hassta ahora ninguna hormiga en el bosque -dijo Kasht�nov.
- Probablemente tienen horas determinadaas para el descanso y el sue�o y los dem�s animales no se atreven a aproximarse al hormiguero.
Por fin apareci� un vasto calvero. El bosque terminaba sin duda all� y el hormiguero pod�a encontrarse en el claro que le segu�a. Por eso hab�a que redoblar la prudencia. El zo�logo y el bot�nico se quedaron con General mientras Kasht�nov y Maksh�iev sal�an de reconocimiento.
En el lindero del bosque se detuvieron al amparo de los �ltimos �rboles y se pusieron a examinar los contornos. El bosque daba paso a un vasto calvero, o mejor dicho, a un erial casi completamente desprovisto de vegetaci�n: s�lo aqu� y all� apuntaban algunos tallos ro�dos. En medio de este erial, no lejos del lindero del bosque, se alzaba un enorme t�mulo en forma de cono truncado que tendr�a unos doce metros de alto por m�s de cien de di�metro, hecho de troncos amontonados.
Los prism�ticos permit�an ver que los troncos no hab�an sido amontonados de cualquier manera, sino conforme a cierto sistema, formando un edificio complejo aunque basto. En muchos sitios se abr�an orificios de entrada a diversas alturas; pero ni una hormiga por ninguna parte: deb�an estar durmiendo.
El erial hall�base rodeado por el bosque, las dunas y unos montes, y las hormigas eran due�as absolutas de �l. En la parte occidental, al pie de las dunas, deb�a correr un arroyuelo, a juzgar por la franja de matorrales y hierba verde que destacaban sobre el fondo amarillo de la arena.


*(erial: adj.-m. Tierra o campo sin cultivar ni labrar. 2 m. Sal. Ternero. 3 p. ext. Cosa est�ril. SIN. Bald�o, dehesa, er�a, eriazo, er�o, lleco, pos�o, sarda, tomillar, valuto.)
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