CAPITULO III

POBREZA EN LA FAMILIA DEL HNO. BRANHAM

Parece ser en la providencia de Dios que sus vasos escogidos, en la mayoría de los casos, han tenido que crecer y levantarse en un ambiente difícil y muchas veces en extrema pobreza. En algunos casos le ha sido permitido probar hondamente la copa del dolor. Nadie sabe cómo compadecerse de una persona afligida y agobiada a menos que haya pasado por una situación semejante.

Rara vez aquellos que Dios llama para realizar tan sobresaliente labor, se han levantado en medio de riquezas y abundancia o en medio de familias de la aristocracia.

El mismo Salvador nació en un pesebre. Al octavo día cuando El fue circuncidado, su familia sólo pudo ofrecer dos palominos porque no tenían para comprar un corderito, lo cual era un sacrificio que sólo ofrecían las familias más pudientes. Esto muestra la pobreza en la familia del Salvador.

Críticos en el tiempo del Señor dudaban de la autoridad de su precursor, debido a la forma que Juan vistió. Juan vestía con una indumentaria rara y su predicación era áspera, no pulida con el conocimiento eclesiástico de ese tiempo, ni con el estilo ni la forma denominacional de aquel entonces.

Pero Jesús dijo de Juan, que ninguno nacido de mujer era mayor que Juan. Seguidamente le pregunta a los críticos: "¿Qué salisteis a ver, un hombre cubierto de delicados vestidos? He aquí los que traen vestidos delicados en las casas de los reyes están." En otras palabras, les dijo el Maestro que ellos no debían esperar que un hombre del calibre o de la estatura de Juan, viniera de un ambiente de riquezas o lujos.

Parece ser que la humildad y sencillez de carácter se desarrollan mejor en un ambiente de pobreza y limitaciones que en medio de riquezas. Dejemos al Hno.Branham que él mismo nos cuente algo acerca de su hogar, su niñez y cómo su padre luchó con la pobreza para poder levantar a su familia.

"Yo era más o menos un niño mimado, muy apegado a papá. Cuando yo veía aquellos músculos de papá, cuando el se arrollaba las mangas, decía yo: " ¡Papá nunca podrá morir! ¡Con esos músculos, él durará cien años!" Papá era leñador y tenía músculos muy grandes. Me parecía como si él nunca pudiera morir. Cincuenta y dos años contaba él y todavía no tenía una sola cana, en aquel pelo negro ondulado. Fue para este tiempo que mi padre pasó a morar con el Señor, sosteniendo yo su rostro sobre mis hombros. Yo había podido ver a mi padre venir del trabajo tan quemado del sol que mi madre tenía que romper su camisa con unas tijeras para no lastimar su espalda.

El trabajaba muy duro por tan sólo setenta y cinco centavos al día. Yo amaba a mi padre, aun cuando él tomaba. Algunas veces me daba mis escarpizas, pero nunca me dio una sin que me mereciera la otra. El acostumbraba a tener los diez mandamientos clavados en la pared, cuando me portaba mal, papá me llevaba a la leñera y allí me enseñaba cómo comportarme. Pero yo amaba a mi padre.

Años más tarde, él entregó su corazón al Señor y fue, salvo, sólo unos instantes antes de morir en mis brazos."

  

POBREZA EN EL HOGAR

"Yo recuerdo cómo papá trabajaba para poder pagar las deudas. No es una desgracia ser pobre; pero es duro muchas veces Recuerdo que nosotros no teníamos suficiente ropa para ir a la escuela. Una vez estuve un año entero sin tener una camisa que ponerme. Hubo una vez una mujer muy rica que me regaló un abrigo con un emblema de marinero en el brazo. Yo le subía el cuello hacia arriba, pero se ponía tan caluroso. La maestra me decía: "William". Yo respondía: "Sí, señora". "¿Por qué no te quitas ese abrigo? ". Pero yo no podía, no tenía ninguna camisa debajo. Por tanto yo le mentía y le decía: "Tengo frío, maestra."

Entonces ella me decía: "Está bien, siéntate al lado del fuego." Yo iba y me sentaba allí. ¡Oh, cómo bajaban las gotas de sudor por todo mi cuerpo! Al rato ella volvía y me preguntaba: "¿Todavía no se te ha quitado el frío'? ". Yo le respondía: "No, señora."

No era tan fácil que digamos. Los dedos de mis pies se pegaban a mis zapatos como la cabeza de una tortuga. Luego más tarde conseguí una camisa. Les voy a decir qué clase de camisa era. Era un traje de una muchacha que pertenecía a mi tío, tenía un montón de adornos alrededor. Yo le corté la parte de la falda y me puse la parte de arriba solamente. ¡Oh! , usted no podía ver lo orgulloso que yo iba a la escuela con esa camisa. Entonces en la escuela todo el mundo comenzó a reírse de mí, y yo les preguntaba por qué se reían de mí, ellos me decían: "Tú tienes puesto un traje de mujer." Entonces tenía que volver a mentir. Yo decía: "No, están equivocados, este es mi traje de indio." Pero ellos no me creían y tenía que irme llorando.

Cerca de nosotros vivía un muchacho que vendía de esos magazines de exploradores. Haciendo esto, él se ganaba el precio de un traje de niño escucha. ¡Oh! cuánto me gustaba aquel uniforme. Era entonces tiempo de guerra y todo aquel que tenía suficiente edad, tenía su uniforme

Siempre he deseado ser soldado. Para aquel entonces yo era muy niño. Aun para esta última guerra todavía yo no era suficientemente grande para ir. Yo tengo cuatro hermanos que fueron. Pero Dios me ha dado un uniforme de todas formas pelear contra la enfermedad y dolencias que tienen atadas a las gentes

 Pero cuánto admiraba yo aquel uniforme con su sombrero y todo lo demás. Yo le dije: "Lloyd, cuando deseches ese uniforme, ¿me lo regalas? " El dijo: "Sí, está bien, te lo daré, Bill." Caramba, ese uniforme le duró más que ninguna otra cosa que yo haya visto. Me pareció como si él nunca fuera a desechar ese uniforme. Luego no se lo vi más puesto y fui donde él y le dije: "Lloyd, ¿qué hiciste el uniforme de niño escucha? "Y él me dijo: "Billy, voy a buscarlo a ver si lo encuentro."

Pero cuando lo buscó encontró que su mamá lo había hecho pedazos para remendar la ropa de su padre. Luego vino donde mí y me dijo: "Oye Billy, lo busqué y tan sólo encontré este pedazo (parte inferior de la pierna). Le dije:

"Tráeme eso."

Entonces fui a casa y me puse eso, tenía un cinturón, entonces me lo amarré bien, ¡Oh, ahora sí que soy un soldado, creí yo. Yo quería ir a la escuela con él, pero no encontraba cómo.

¿Saben lo que hice? Fingí tener una pierna herida, entonces me puse el pedazo de la tela diciendo que era para protegerme la pierna. Pero en la escuela la maestra me mandó a la pizarra. Traté de esconder la pierna que no tenía tela y todo el grupo se echó a reír de mí. Comencé a llorar, y la maestra me mandó para casa.

Recuerdo cuando íbamos al pueblo en un carretón dos veces al mes a pagar la cuenta de la comida. El dueño nos regalaba algunos dulces. Todos nosotros, muchachitos, esperábamos que papá viniera con los dulces. Cuando papá los traía cada uno vigilaba que le dieran a todos igual cantidad. Ahora mismo yo puedo ir a la tienda y comprar una barrita de chocolate, pero nunca sabría igual a aquella que nos daban en el Abasto. Aquel era un verdadero dulce.

Muchas veces yo guardaba un pedazo, lo envolvía en papel y lo ponía en mi bolsillo. Yo entonces esperaba el lunes cuando mis hermanitos ya se habían comido el de ellos, entonces yo sacaba mi pedazo que yo había guardado. Muchas veces yo los dejaba chupar un ratito si me prometían ayudarme en las tareas del día.

 

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