CAPITULO VI

LA GRAN INUNDACION DEL RIO OHIO EN EL AÑO 1937

El invierno de 1937 fue muy severo en toda la nación. Grandes nevadas cayeron cubriendo por días a parte noroeste del país; pero fue realmente en el este donde la tragedia fue más terrible. Espesas y largas lluvias cayeron continuamente por semanas, alimentando así todos los tributarios que desembocaron en el gran río Ohio, en el cual descarga toda el área oeste de los Apalaches.

Gradualmente el río sobrepasó su nivel, causando gran peligro de inundación. Gran cantidad de gente que vivía a las orillas de río notaron esto con no poco malicia y preocupación, viendo ellos que las aguas no disminuían, sino que aumentaban, buscando salida por el valle abajo.

Día tras día el agua iba subiendo. Las represas fueron restablecidas, pero la gente sabía que con un pequeño cambio que ocurriera en las aguas, sería suficiente para que el río arropara toda aquella área de tierra sembrada y ciudades que habían sido edificadas a lo largo del río. En la orilla norte del río opuesto a Louisville, Kentucky, está la ciudad de Jeffersonville, Indiana. De todos los que vivían en la ciudad, quizás a nadie sorprendió este desastre en tiempo tan inoportuno como a William Branham.

Su esposa haba contraído una seria infección en los pulmones. Debido a esta cirscuntancia, toda su atención e interés estaba puesto en su restablecimiento. Noticias llegaron a ellos, al igual que a los demás habitantes del pueblo, de que la cresta de la inundación se estaba moviendo lentamente hacia la parte baja, y que tal parecía que las debilitadas represas no aguantaban. Parecía como si Jeffersonville hubiese estado destinada a la ruina; a pesar de todo esto, todavía muchas personas permanecían en ella.

Al oscurecer, William Branham estaba prestando servicio de emergencia, trabajando con la patrulla de rescate, patrullando las enfurecidas aguas del río, que cada vez crecían más. A mediodía las sirenas empezaron a sonar, dando aviso a todos los habitantes que abandonaran la ciudad, sus temores llegaron a hacerse realidad.

Las bocinas en las estaciones de bomberos sonaban en la entenebrecida noche. La familia Branham y miles de otras familias fueron forzadas a escapar por sus vidas. La esposa, estando seriamente enferma y en una condición crítica que no le permitía exponerse a la tormenta, tuvo que ser llevada a un hospital provisional instalado por el gobierno en tierras más altas. La salida ocasionó que los dos pequeñitos fueron afectados seriamente con pulmonía.

El padre los llevó también al hospital, donde fueron atendidos en unas camas improvisadas a la carrera donde otro gran número de víctimas esperaba ser atendido por tan atareado personal.

Aquel era un sitio muy pobre para un hospital, y para agravar la situación las puertas se abrían y se cerraban a cada momento; pues a cada instante entraban y salían más personas apresuradamente, gritando histéricamente. Sus casas habían sido arrasadas por la fuerte corriente.

Por más que quiso quedarse al lado de sus familiares, el joven ministro se dio cuenta que tenía la responsabilidad de regresar y ayudar a la patrulla de rescate que había estado trabajando toda la noche frenéticamente. Se había dado aviso de mis tragedias en diferentes puntos, según las impetuosas aguas inundaban toda la ciudad y el otro lado en el campo.

A él le fue dado aviso de reportarse a cierta calle donde las aguas habían sacudido muchas casas desde sus cimientos. Maniobrando en un bote, allá se dirigió atravesando las furiosas aguas en esta área. De repente su atención fue atraída hacia un penoso panorama. Una madre con su niño parados en el balcón superior de su casa, desesperadamente hacían señal pidiendo ayuda. En la narración de este momento tan dramático, dejaremos al Hno. Branham describir lo sucedido.

"Oí a alguien que gritaba, al mirar, noté una madre con su niño parada en el balcón superior de su casa que ya se balanceaba al ser golpeada por el grande oleaje. Yo he vivido en el río prácticamente toda mi vida, y pensé que yo podía ayudar a rescatar a esta mujer, aún cuando tuviera que arriesgar mi vida por ella y por su niño, entonces me dirigí hacia la casa. Después de haberlos metido en el bote, la señora casi se desmayó; y se mantenía lamentándose de algo concerniente a su niño y yo pensé que quizás ella había dejado un niño en su casa.

Luego de tenerlos a salvo en tierra alta, traté de regresar, pero ya era muy tarde; las aguas venían con tremenda fuerza, la corriente era muy fuerte y yo también fui atrapado en ella. ¡Oh, yo nunca podré olvidar cómo me sentí entonces, tantas cosas pasaron por mi mente, cómo yo había tratado de vivir una vida cristiana, cómo había predicado la Palabra de lo mejor que yo había podido, pero ahora parecía como si todo estuviese en contra mía.

Cuando finalmente pude controlar mi bote, lo puse en tierra y entonces hice todo lo que pude por encontrar el hospital del gobierno (ya hacía cuatro horas que había salido de él). Cuando llegue, encontré que el agua se había metido en este sitio y que la gente había sido evacuada del mismo.

No sabía dónde habían puesto a mi esposa y nadie me podía informar. ¡Oh, qué triste me sentí en aquella hora! Seguí preguntando, y finalmente un oficial me dijo que ellos habían sido enviados en tren rumbo a Charleston, una ciudad como a doce millas más arriba de Jeffersonville, a donde me dirigí inmediatamente a ver si podía encontrarlos.

Otro río más arriba se había desbordado, inundando con sus aguas como a cinco millas entre aquel sitio y Charleston; barriendo las casas de los agricultores, y yo sabía que el tren tenía que pasar por este territorio. No había forma de saber si el tren había pasado antes de suceder esto o si había sido arrasado por las aguas.

Por un buen tiempo estuve sin saber nada, pero luego supe que el tren había pasado antes. Conseguí una canoa y traté de ir en contra de las aguas pero eran demasiado fuertes. Las aguas me llevaron a un sitio llamado Fort Fulton, con mis amigos allí estuvimos casi por dos semanas. La comida que nos daban ya era muy poca y todavía no sabía nada de mi esposa y de mis niños.

Tan pronto como las aguas bajaron, seguí buscándolos. No sabía si mi esposa, niños, mi mamá y hermanos estaban vivos o muertos. Dios siempre se mantenía hablando a mi corazón, yo me imaginaba de aquellos que no tenían esperanza en aquella hora.

Al otro día crucé las aguas y comencé la búsqueda en la ciudad de Charleston. Nadie allí sabía si aquel tren había llegado, ni tampoco sabían de nadie de apellido Branham. Mientras caminaba desalentado por aquellas calles, me encontré con un viejo amigo: Mir Hay. El me abrazó y me dijo: "Billy, los encontraremos en algún sitio."

Fui donde el director de trenes y le pregunté cuándo había llegado el tren y hacia dónde había ido, pero tampoco pudo ayudarme. Ya hacía dos semanas y habían ocurrido más y más derrumbes y hundimientos y él creía que había ido más allá, a algún sitio de Indiana.

Un ingeniero parado al lado mío habló y dijo: "Oh, yo recuerdo ese caso. Una madre con dos niños enfermos. Los dejamos en Columbus." El me dijo: "Joven, tú no podrás llegar allá, las aguas tienen los trenes detenidos." Nuevamente recibí malas noticias.

Pero yo iba a encontrarla de todas formas. Comencé a caminar calle abajo, llorando, con mi sombrero en mis manos. ¡Oh Señor! El sólo pensar en esto, me hace recordar muchas cosas. Pronto un carro se detuvo a mi lado y la voz de un buen amigo exclamó: "Billy Branham, móntate. Sé a quién buscas: tu esposa y tus niños." La contesté: "Sí." El me dijo: "Ellos están en Columbus en el hospital. Tu esposa está al borde de la muerte." Desesperadamente le pregunté: "¿Hay alguna forma de llegar allá?" El me respondió: "Si, yo te puedo llevar allá, yo encontré un camino secreto pasando por unas vías, dejamos el río a un lado." Llegamos a Columbus aquella noche.

 

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