Capítulo 11:      LAS COSAS SE COMPLICAN

por Sandra Hernández Martín


          Autogol. 
          Por si las cosas no estaban saliendo lo suficientemente mal, encima le marcaba un gol a su propio equipo. Matsuyama se dejó caer de espaldas en el suelo, y se tapó la cara con las manos con gesto impotente. No le hubiera importado que la tierra se hubiese abierto en aquel momento y se le hubiese
tragado. 
          Se sentía avergonzado, se sentía como un auténtico estúpido, se sentía como un inútil, pero se levantó del suelo a pesar de todo. Su equipo sacaba de centro por tercera vez en aquel tiempo, y él tenía que estar preparado. De todas formas el árbitro no tardó en pitar el final del periodo, y los jugadores de ambos equipos se dirigieron a sus respectivos banquillos, cada uno con muy distinto talante. Contrastando con la alegría y la confianza del Toho, el Musashi caminaba triste y arrastrando los pies.
          Matsuyama fue el último en llegar a su banquillo. Mientras caminaba, su mente no paraba de analizar lo que estaba sucediendo. Se había dado cuenta de que estaba bajo de forma, que le faltaba salto, que tenía que haber entrenado más. Estaba acostumbrado a entrenamientos más duros, incluso a entrenar por su cuenta después de los entrenamientos oficiales, y en el Musashi se había dormido en los laureles. 
          Sacudió la cabeza antes de reunirse con sus compañeros. No era momento de pensar en aquello, ahora tenía que centrarse en cuerpo y mente en el partido, y tratar de no perjudicar más a su equipo. No sabía qué iba a hacer para detener a Hyuga, pero seguiría intentándolo. Mientras se disculpaba delante de sus compañeros por el autogol y todo lo demás, el orgullo de Matsuyama salió a relucir. No se rendiría.

          Misugi observó con los brazos cruzados cómo su equipo regresaba al terreno de juego para disputar el segundo tiempo. Volvían con mejor cara, con mejor talante, aunque Matsuyama más serio que de costumbre (y Matsuyama ya era serio por naturaleza).  
          Misugi se había dado perfecta cuenta de los problemas que tenía Hikaru para detener a Hyuga pero, aún así, no le había dicho nada a su jugador. Tenía dos buenas razones: una era que conocía a Matsuyama lo suficiente como para saber que el jugador no necesitaba que le dijeran que tenía problemas, ya estaba bastante enfadado consigo mismo como para que encima fuera su entrenador a echarle la bronca; la segunda razón era que aquello era un partido de entrenamiento. Si resultaba que ganaban al Toho, bueno, perfecto, pero para Misugi aquel partido era una forma de descubrir los puntos débiles de su equipo, de sus jugadores, así como para averiguar las estrategias que éstos ponían en marcha para solucionar sus problemas. 
          Matsuyama tenía fama de no rendirse facilmente, pero él, como entrenador, tenía que averiguar hasta qué punto aguantaba. Cuando se había marcado el autogol, Misugi pensó por un momento que se vendría abajo pero, bien por las palabras de ánimo de sus compañeros o por su propio carácter, Hikaru había decidido seguir adelante. Y, mientras el equipo estaba en el banquillo durante el intermedio y Misugi había anunciado que los marcajes al hombre se quedaban como estaban, Matsuyama había aceptado el reto. Quizá jugase mal, o quizás no, pero seguiría siendo la sombra de Hyuga Kojiro hasta nueva orden.
          En realidad, eso era precisamente lo que esperaba Misugi. Matsuyama era un buen jugador, pero lo que realmente le había gustado siempre de él era el carácter que había demostrado en el Furano. Matsuyama era un líder incombustible, y eso era lo que necesitaba el Musashi dentro del campo ahora que él no podía jugar. Por el momento no había mostrado nada de eso, pero era cuestión de tiempo que saliera a relucir. Para eso necesitaba pasar la prueba de fuego de Hyuga Kojiro. Hikaru era orgulloso como el que más, y Misugi estaba seguro de que Matsuyama se había dado cuenta de que necesitaba mejorar, de que algo fallaba. Estaba seguro que, después de ese partido, se vería a otro Matsuyama.
          El Toho salió con carácter, dispuesto a seguir dominando el juego, y para demostrarlo, sus dos estrellas de campo, Hyuga y Takeshi, se lanzaron al ataque. Sawada llevaba el balón controlado y, con su habilidad, no tuvo ningún problema en regatear a todo jugador del Musashi que se le pusiese por delante... hasta que llegó ante de Soda, donde otra vez se quedó bloqueado. Sin embargo, en aquella ocasión el jugador del Musashi no iba a permitir que se apoyase en ninguno de sus compañeros y, antes de que Takeshi pudiera centrar, Soda le había entrado y se había hecho con el esférico. 
          El Musashi montó la contra rápidamente, por medio de Honma Hiroshi, que buscó rápidamente a Oda con la mirada. Este, como venía haciendo durante todo el partido salvo cuando se había visto obligado a bajar a defender, estaba incordiando a la defensa y moviéndola de sitio, de manera que consiguió llevarse consigo a tres defensores y dejar a su compañero Sanada solo, puesto que el que restaba salió hacia Honma. El nuevo capitán del Musashi no se lo pensó y le mantó a Sanada un pase en profundidad que el delantero recogió, plantándose delante de Wakashimazu sin que los defensas pudieran evitarlo, pero su disparo no supuso ningún problema para Ken, que no se molestó siquiera en pararlo.    Según venía, le pegó una patada al balón y se lo mandó a uno de sus centrocampistas. Y comenzó un nuevo ataque del Toho.
  - No hay manera... -murmuró Misugi Jun para si-. Necesito más hombres en el ataque... 
  - Misugi-sempai. 
          Una voz interrumpió el hilo de sus pensamientos. Misugi volvió la cabeza hacia el sonido, creyendo reconocerla. No se equivocó. Cerca del banquillo, sin atreverse a entrar, se encontraba Nitta Shun. Misugi le miró de arriba a abajo y después volvió la vista al terreno de juego, donde su equipo se movía para impedir el ataque de su contrario. Aunque había ordenado que los marcajes al hombre continuarían, el resto del equipo debía defender por zonas. 
  - ¿Qué haces aquí? -le preguntó a Nitta, a pesar de todo. 
          El muchacho también volvió la cabeza hacia el campo, como meditando la respuesta, que se hizo esperar.
  - Tu equipo necesita un delantero -dijo. 
          Misugi no podía negarlo. Ahora mismo, Oda era el atacante que mayor peligro estaba creando, pero, como era el único, el Toho ya le tenía bien controlado. Sólo se habían acercado una vez con verdadero peligro a puerta y, si quería marcar un gol, Matsuyama y Soda tendrían que subir al ataque. Sin embargo, abrir las líneas con facilidad que tenía el Toho para llegar a puerta era muy peligroso... La incorporación de Nitta sería una buena baza. 
  - Creía que no querías jugar con nosotros -dijo a pesar de todo-. Que tenías "tus razones" -añadió, recordando las palabras que le había dicho el propio Nitta.
  - Las tenía -replicó Nitta enigmáticamente.
  - ¿Y ahora ya no? -preguntó Misugi, mirándole de reojo. El chico negó con la cabeza-. ¿Quieres jugar? -le preguntó. Nitta asintió lentamente y Misugi volvió a mirar el campo-. Si yo fuera más rencoroso, Nitta Shun, te diría que te olvidases del tema y te fueras a tu casa. -El entrenador suspiró profundamente y siguió hablando-. Por suerte para tí, y para el Musashi, no lo soy. Pídele a Yayoi una camiseta y ponte a calentar. En cuanto estés listo entrarás al campo.
          Comenzó a llover justo en el momento en que Misugi indicó al árbitro que el Musashi iba a cambiar a Sanada por Nitta Shun. Nitta calentaba aún, con el quince del Musashi a la espalda, a la espera de que el colegiado autorizase la sustitución, cosa que no hizo por el momento. De todas formas, la noticia no pasó desapercibida para los veintidós jugadores que comenzaban a empaparse dentro del campo. Fue toda una sorpresa que recibieron de distinta forma: para el Toho era un peligroso enemigo, para el Musashi un
excelente refuerzo.
  - ¿Nitta-kun? -le preguntó Hyuga a Matsuyama, que le seguía a todas partes. O disimulaba muy bien o al capitán del Toho no parecía haberle impresionado demasiado el cambio. Incluso parecía como si no le importase en absoluto. 
  - Eso parece -respondió Matsuyama, con la misma actitud que su contrario. De todas formas, ¿qué iba a decir, si no se lo esperaba? Misugi había dicho que Nitta no quería jugar en el equipo.
  - Parece que el Musashi guardaba alguna sorpresa más, después de todo -dijo Hyuga-, pero os va a dar igual el empeño que le pongáis. 
  - Todavía no habéis ganado, Hyuga -replicó Matsuyama. Kojiro le miró y esbozó una sonrisa torcida.
  - Ah, ¿no? -pregunó el delantero con tono sarcástico.
          A Matsuyama no le dió tiempo a responder nada, porque el Toho puso el balón en movimiento por medio de uno de sus centrocampistas. Takeshi salió a recibir el balón tan rápido que Soda, algo despistado por la entrada de Nitta, no se dio cuenta, y el pequeño jugador se hizo con el control del esférico. De todas formas, Soda se recuperó pronto y salió a su encuentro, pero aquellas centésimas de segundo fue todo lo que necesitó Takeshi para mandar el balón a su capitán y este, para librarse de Matsuyama, le pegó de tacón rápidamente hacia atrás, donde estaba Sorimachi y salió corriendo hacia delante. 
  - ¡Devuélvemela! -gritó Hyuga, ya a una distancia prudencial de su marcador.
  - ¡¿Qué?! -fue lo único que le salió a Matsuyama, sorprendido ante la rapidez de la jugada de Hyuga. 
          Salió corriendo, aunque ya sabía que era tarde. Sorimachi había entendido a la perfección la idea de su capitán y se sacó un centro bombeado en su dirección, que sobrepasó a Matsuyama y dejó a Hyuga sólo
entrando en el área. Ozaki Jo salió a cubrir hueco y, en un alarde de puro valor, metió una mano en la trayectoria del disparo de Hyuga. Sin embargo, no sirvió de nada, y el balón acabó en el fondo de las mallas.
          Los pocos aficionados del Toho que quedaban en el campo (pues la lluvia estaba arreciando por momentos), celebraron el gol con su equipo, mientras al Musashi se le venía el alma encima.
  - ¿Aún crees que no hemos ganado? -le preguntó Hyuga a Matsuyama un segundo después de meter el gol. 
          Hikaru no le miró, ni contestó a la provocación. ¡Otra vez había sido por su culpa! Apretó tantos los puños que los nudillos se le pusieron blancos. ¡Estaba quedando como un auténtico aficionado!
  - Maldita sea, ¡aún quedan treinta minutos! -dijo, en voz lo suficientemente alta como para que todo su equipo lo oyera. 


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