Capítulo 3:      ¡FURANO!

por Sandra Hernández Martín


         
Hacia una tarde fabulosa. El cielo estaba limpio de nubes y el sol brillaba con fuerza, pero sin calentar, como era habitual en el mes de septiembre en Furano; el fresco aire de la montaña se ocupaba de eso. Era un día perfecto para un partido de fútbol. 
          Los capitanes de ambos equipos se reunieron en el círculo central, donde ya estaba preparada Machiko Machida, la mánager del Furano que iba a actuar de árbitro en la contienda. 
  - Caballeros, salúdense -ordenó la chica, con voz autoritaria. 
          Matsuyama sonrió ante la seriedad de Machiko, e inclinó el tronco hacia Soyo Machida, capitán del Oshiemasu, que hizo otro tanto. Las dos escuelas se relacionaban en un ambiente de sana rivalidad, y lo mismo ocurría con sus equipos de fútbol, que competían entre ellos siempre que podían. El Furano había perdido muy pocas veces, por no decir ninguna, pero aún así el Oshiemasu lo seguía intentando. 
          Así que, cuando Machiko llamó a su primo Soyo para que los dos equipos volvieran a jugar en un partido de despedida de los jugadores del Furano, el capitán de la escuela rival no lo dudó un instante.
  - Gracias por venir, Machida-kun -dijo Hikaru mientras estrechaba la mano de Soyo. 
  - Es una lástima que el Furano vaya a perder su último partido -fanfarroneó Soyo, tan seguro de sí mismo como siempre-. Aunque mi equipo lo tendrá bastante difícil, ya que el árbitro pertenece al equipo contrario...
  - El árbitro es tu prima, Machida-kun -le recordó Matsuyama con ironía.
  - Caballeros, una sola insinuación más sobre la parcialidad del árbitro y sus equipos se enfrentarán con tan sólo diez jugadores, ¿me he explicado? -dijo Machiko, que se había tomado su labor muy en serio. Los dos chicos asintieron divertidos-. Bien. -La árbitro sacó una moneda y se la enseñó a ambos capitanes-. Cara habla Machida-san, cruz habla Matsuyama-san -explicó escuetamente.
  - Se supone que eso debemos pedirlo nosotros -protestó su primo.
  - Quien manda aquí soy yo, así que punto en boca -replicó la muchacha lanzando la moneda al aire. La recogió en la palma de una mano y la volteó sobre el dorso de la otra-. Cruz. Le toca a usted, Matsuyama-san -indicó Machiko, decidida a mantener el trato de cortesía hasta el final, tal y como pensaba haría un árbitro verdadero. Lo cierto era que se lo estaba pasando en grande. Ahora que poseía toda la autoridad iba a aprovecharse de veras. 
  - El Furano pide campo: defenderemos la portería sur -decidió Hikaru, señalando el medio campo en el que terminaba de calentar su equipo. 
          La árbitro reprimió una sonrisa, porque se esperaba aquellas palabras. Siempre que el Furano había jugado en aquel campo, había comezado atacando la portería norte, porque Oda había convencido a todos de que era la portería donde marcaban más goles. En el segundo tiempo, el Furano defendía la portería norte, porque decía que era donde menos tantos encajaban. En definitiva, el equipo al completo creía a pies juntillas que el marco norte era la portería de la suerte, aunque eso no estaba en absoluto comprobado.
  - El Oshiemasu hará el primer saque, entonces -dijo Machiko. Guardó la moneda, se ajustó las gafas al puente de la nariz y le tendió la mano a su primo-. Suerte y que gane el mejor -les deseó a ambos. Tras estrechar la mano de Soyo, hizo lo propio con el capitán del Furano.
          Después ambos chicos se saludaron de nuevo y se reunieron con sus respectivos equipos, donde comenzaron a repartir órdenes y a colocar a la gente. 
          Soyo Machida y un compañero del Oshiemasu estaban preparados ya en el círculo central para comenzar el partido. Machiko se llevó el silbato a los labios y emitió un agudo pitido, la señal que esperaban todos para ponerse en acción. Machida tocó para su compañero y este retrasó a la defensa mientras los jugadores tomaban sus verdaderas posiciones dentro del campo. 
           El Oshiemasu se lanzó al ataque por medio de un centro largo dirigido hacia su capitán, que Matsuyama interceptó con el pecho sin demasiados problemas. Había recuperado su posición más natural, la de centrocampista, y como tal recogió el balón y avanzó al ataque, dispuesto a lograr el primer tanto del 
partido. 
           Hacía mucho tiempo que no marcaba un gol.

           Aquella tarde le cayeron doce goles al Oshiemasu, seis de ellos obra de Matsuyama, de muy distintas formas. Oda metió cinco y el resto de los goles fueron obra de Tsuobuchi, el compañero de Kazumasa en el ataque del Furano. 
          El Oshiemasu, por su parte, había marcado sólo un gol, merced a un penalti que la árbitro había regalado a su primo, según confesó después, porque le daba mucha pena que se fuera a casa así después de haber accedido a jugar aquel partido. Evidentemente a Katoo, el portero del Furano, no le hizo ninguna
gracia, pues había jugado un gran partido y se había esforzado al máximo para conseguir dejar su portería a cero. Claro que en eso también tuvo gran parte de culpa Matsuyama, cuyo acierto en defensa había hecho que muy pocos balones llegaran al área defendida por su equipo. El capitán del Furano se había empleado a fondo a pesar de ser un partido amistoso, y el Oshiemasu era muy consciente de ello. 
  - No nos habéis dado ninguna oportunidad -comentó Soyo, no demasiado triste, al final del partido-. Por un momento temí que nos metierais más de quince goles.
  - Habéis mejorado en defensa -le dijo Matsuyama, lo cual era una gran verdad. 
  - No lo suficiente, pero seguiremos trabajando -dijo Soyo. Después suspiró-. Pese a todo, echaré mucho de menos estos partidos. -Hikaru sonrió, no sin cierta tristeza-. ¿Sabes? Me ilusioné mucho cuando me dijeron que Oda y tú ibais a estudiar este año en mi colegio. Llegué a ver al Oshiemasu en una final del Campeonato Nacional -añadió entre risas.
  - No hubiera estado mal -dijo Matsuyama. 
  - Pero no pudo ser -dijo Soyo encogiéndose de hombros-. Bueno, cuando uno tiene una oferta del Colegio Musashino como la vuestra no se lo puede pensar demasiado, ¿verdad? -preguntó. Hikaru asintió-. ¿Cuándo os vais?
  - Mañana por la mañana -informó Hikaru.
  - Bueno, os deseo toda la suerte del mundo, en mi nombre y en el de mi equipo -dijo el primo de Machiko-. Procuraré estar enterado de vuestros progresos por mi prima, ¿eh?
  - Gracias, Machida-kun -le dijo Hikaru. Por segunda vez en la misma tarde, los chicos se estrecharon la mano. 
          Después, el equipo completo del Oshiemasu abandonó el campo, dejando al Furano solos en el terreno de juego. Comenzaba a anochecer, y el equipo al completo, que había recuperado a su mánager después de su breve lapso de tiempo como árbitro, estaba reunido y sentado cómodamente sobre el césped mientras reían, charlaban, hacían gansadas y se gastaban bromas. 
          Hikaru los miró desde aquella distancia, y no pudo evitar entristecerse. Toda aquella camaradería quedaría atrás aquella misma noche. Volverían a reunirse en ocasiones, y harían lo posible por jugar de nuevo juntos, pero ya no sería lo mismo. Cada uno seguía su propio camino, y eran caminos muy distintos. 
          Que Yoshiko se hubiese ido a los Estados Unidos sólo había sido el comienzo del fin. Tsuobuchi, por ejemplo, estaba ya viviendo en Asahikawa, la ciudad donde se había mudado por cuestiones de trabajo de sus padres. Sólo gracias a que iba a dormir en casa de Oda sus progenitores le habían dejado venir a jugar el partido, había sido buena suerte. Había compañeros que permanecerían en la Escuela Furano un año más, bien porque eran un año menor o porque habían repetido curso. Algunos, como Yamamuro, iban a ingresar en una escuela de enseñanza profesional y otros se cambiarían a la Escuela Oshiemasu para continuar sus estudios, como era el caso de Machiko y Katoo. Nakagawa, por su parte, había dejado el colegio para ayudar a su familia a llevar la granja, cosa por la que siempre había tenido problemas para poder jugar al fútbol. Y, por último, estaban Kazumasa y él mismo, que se iban a Tokyo al día siguiente.
  - Hemos jugado bien, ¿verdad, chicos? -dijo, a pesar de todo, mientras palmeaba el hombro de Katoo. Por su expresión satisfecha, nadie adivinaría la tristeza que se escondía en su interior. 
          Le resultaba muy difícil aceptar que el equipo donde había encontrado los mejores amigos que uno se podía encontrar estuviera deshecho, pero no le quedaba otro remedio. Así que el capitán Matsuyama se tragó su pena y se sentó junto a Katoo, dispuesto a disfrutar aquellos momentos de camaradería que sabía
echaría mucho de menos en el futuro. 
  - Hubiera estado mejor si cierta persona no hubiera pitado un penalti inexistente -dijo Katoo, mirando fijamente a Machiko con el ceño fruncido.
  - Ya te he pedido disculpas antes -dijo la chica, sentada en el suelo al estilo indio entre los chicos, sin ningún tipo de vergüenza. Siempre había sido muy extrovertida, y eso le había venido bien al equipo para organizar partidos y demás.
  - Nuestro último partido y no he podido dejar la portería a cero... -siguió diciendo el portero, enfadado.
  - No digas esas cosas -le regañó Machiko rápidamente-. Este no es nuestro último partido. Nos reuniremos más veces en el futuro, y volveremos a jugar juntos... -dijo la chica, con una leve nota desesperada en la voz. 
  - A mí me va a ser muy difícil -dijo Tsuobuchi con voz apagada-. Ashahikawa está lejos...
  - Y aún más lejos aún está Tokyo -dijo Nakagawa, sin mirar a nadie, aunque todos supieron por qué lo decía. 
  - Volveremos a jugar -replicó Matsuyama sin dudarlo. 
           Su tono seguro hizo que todos levantasen la cabeza. Consiguió, como siempre, levantarles el ánimo. Era el capitán de aquel equipo, llevaran o no las mismas camisetas de siempre, corrieran o no detrás de un balón de fútbol. El Furano era un grupo de amigos, y Matsuyama siempre había sido su líder. Y seguiría siéndolo a pesar de todo. Nadie lo había decidido, pero todos lo sabían. 
  - No será lo mismo, claro -continuó Matsuyama, expresando en palabras lo que sabía que pensaban todos-. No nos veremos en clase todos los días ni entrenaremos juntos... Pero yo os aseguro que volveremos a jugar. Os conozco desde que éramos así -dijo, levantando la mano apenas un metro del suelo-, hemos sido amigos desde entonces. Eso es lo más importante, lo que siempre tendremos y lo único que necesitamos. Volveremos a jugar -dijo por tercera vez, con pleno convencimiento. En los ojos de sus compañeros no vio ningún resto de duda. Y, aunque aún quedaba algo de tristeza, cosa que era inevitable, observó sonrisas satisfechas y hasta confiadas. Lo que era más importante, también él se sintió reconfortado.
  - Matsuyama-san siempre encuentra las palabras que necesitamos oír -dijo Machiko con una de sus pícaras sonrisas. Hikaru se puso algo colorado-. Echaré de menos eso. 
  - Pues yo lo que echaré mucho de menos serán los viajes del equipo, las concentraciones -dijo Matsuyama rápidamente, para que la conversación no volviera a derivar hacia un tema triste-. ¿Recordáis la primera?
          Todos asintieron con nostalgia, todos menos Machiko, que por aquel entonces iba a la escuela Oshiemasu y no estaba en el equipo. 
  - ¡Menuda lió Katoo la primera noche! -continuó Hikaru, que rompió a reír inmediatamente.
  - ¿Yo? -dijo Katoo con aire incocente-. Fuiste tú -acusó señalando a Hikaru.
  - ¡Qué cara más dura! -protestó éste-. ¡Comenzaste tú!
          Los chicos estallaron en carcajadas.
  - ¿Pero qué pasó? -preguntó Machiko, que no había oído aquella historia nunca. Los chicos le habían contado algunas anécdotas, pero que ella recordara no habían mencionado aquella-. ¡Contádmelo! ¿O es que no se puede?
  - Verás, resulta que por aquel entonces sólo éramos once, y era la primera vez que estábamos tan lejos de casa. ¡Y nosotros solos! -empezó a narrar Matsuyama-. Tú trata de imaginártelo: once chicos de... ¿cuántos años teníamos?
  - Creo que yo tenía doce -dijo Katoo. El resto asintió.
  - Pues imagínatelo, once chicos de doce años que nunca habían salido de Hokkaido, que viajan a Tokyo y a los que dejan solos en sus cuartos. Estabamos repartidos en dos habitaciones, seis y cinco en cada...
  - ¿No estábamos en tres? -preguntó Nakagawa.
  - No, eso fue el año siguiente. Estábamos en dos, y sin nadie que nos vigilase, pero teníamos toda la intención de portarnos bien. Todo el mundo estaba ya durmiendo -narraba Matsuyama, con la sonrisa bailándole en los labios-, todos menos Katoo-kun, que no podía porque estaba de los nervios. A la mañana siguiente se celebraba el sorteo de emparejamientos para la liga de clasificación, y nuestro portero ya no tenía uñas de tanto comérselas...
  - Eso no es cierto... -comenzó a defenderse Katoo.
  - Si que lo es -intervino Oda-. De hecho, se empezó a comer los dedos y se pegó un mordisco, ¿os acordáis? -les preguntó a los demás, que comenzaron a reírse. Katoo se puso rojo como un tomate y, pasada la algarabía general, Matsuyama siguió hablando.
  - El caso es que mientras nosotros estábamos dormidos tranquilamente, Katoo no podía pegar ojo, así que decidió que si él no podía dormir, nadie podría. Agarró una almohada...
  - ¡Y se la estampó con todas sus ganas al capitán en la cara! -se adelantó Tsuobuchi, riéndose a carcajada limpia. El delantero relevó a Hikaru en la narración del relato-. Yo no se con qué estaba soñando Matsuyama-kun, pero se levantó gritando y nos despertó a todos los de la habitación -contó, imitando la supuesta reacción de Hikaru mediante gestos exagerados, lo que hizo reír a su público-. Cuando descubrió lo que había pasado se puso rojo como un tomate...
  - ¡Jamás le he visto de un color semejante! -dijo Oda, riéndose-. ¡Y le conozco desde que teníamos tres años! -Las carcajadas de Oda eran contagiosas.
  - A mí me dio por reír, y Matsuyama-kun se enfadó y me tiró su almohada. Me pilló con la boca abierta y casi me ahogo, te lo juro -le dijo a Machiko.
  - Qué exagerado -protestó Hikaru.
  - El caso es que te cortó la risa de golpe, ¿eh? -dijo Oda.
  - Ya lo creo, y el que empezó a reírse fue el capitán. Yo me cabreé y le tiré la almohada con todas mis fuerzas.
  - Pero el muy imbécil se agachó y me pegó a mí en toda la cabeza, que todavía no me había acabado de despertar -añadió Oda, que continuaba riendo-. Y todo el mundo venga a reír, y así comenzó la guerra de almohadas en nuestro cuarto, que era el de cinco. Un poco después apareció Nakagawa-kun, que estaba en la otra habitación, preocupado por los gritos y las voces. Y fue abrir la puerta y encontrarse con seis almohadas en la cara. Y así la guerra se extendió a la habitación de al lado.
  - Y ahí nos tenías, a todo el Furano liándose a almohadonazos unos contra otros, gritando, riendo y todo lo demás -explicaba ahora Matsuyama a Machiko, que seguía la historia con una sonrisa divertida de oreja a oreja, contagiada por la alegría con que la contaba Hikaru-. Y al capitán del equipo que dormía al lado, el Aruki, creo, se le ocurrió entrar sin llamar para ver que pasaba, y lo que le pasó fue lo mismo que a Nakagawa-kun. Y la guerra se extendió a otras habitaciones, y a otros equipos... 
          El capitán del Furano hizo una pausa para controlar la risa y poder seguir hablando.
  - En pocos minutos estábamos todos los equipos de aquella planta metidos en plena guerra de almohadas. Oda se peleaba en el baño con un jugador del Aruki, Katoo corría que se las pelaba por le pasillo... No sé vosotros, pero yo acabé en una de las habitaciones del Kimigayo esquivando calcetines del portero, y tenía buena puntería, el tío. Me pegó en pleno ojo, ¡menos mal que estaban limpios!
          De nuevo estallaron en carcajadas.
  - ¿Y no se dio cuenta nadie? -preguntó Machiko cuando pudo dejar de reír.
  - No. Pasado un rato uno de los jugadores del Aruki, creo que era, avisó que había oído pasos y voces de entrenadores.
  - De gente mayor -apuntó Oda. Matsuyama asintió.
  - Eso, de gente mayor, dijo. ¡Fue increíble lo poco que tardamos en recogerlo todo y regresar a nuestras habitaciones! -recordó Hikaru-. Nos encontraron a todos durmiendo apaciblemente, como si nada hubiera pasado. Claro, que en distintas habitaciones de las que nos correspondían. Yo por ejemplo, terminé 
haciéndome el dormido en una de las habitaciones del Kimigayo, pero no se dieron cuenta del detalle. Se fueron extrañados, por supuesto, pero no encontraron pruebas de nada. Cinco minutos después de que los entrenadores se hubieran ido volvimos a nuestras habitaciones, y un poco después entró el capitán del Aruki. "Oíd, chicos", dijo, "Nos lo hemos pasado muy bien. ¿Qué tal si lo repetimos mañana?" Y todos estuvimos de acuerdo.
  - ¿Y lo repetísteis? -preguntó Machiko.
  - ¡Al día siguiente no podíamos con nuestras almas! -intervino Oda-. Entre que no habíamos dormido mucho y que todos los equipos jugaron su primer partido, no había quien se moviese. Además, algunos conjuntos habían perdido y no estaban de humor... 
  - Fue una lástima -dijo Matsuyama-. Nos quedamos con las ganas, pero jamás volvimos a repetirlo.
  - Al menos no a tan gran escala -añadió Oda-. Hemos montado pequeñas guerras, pero en nuestras habitaciones. 
  - ¿Y a ti por qué te dio por tirar aquella primera almohada? -preguntó Machiko a Katoo.
  - ¿Yo? -preguntó el portero, con el mismo aire inocente que al principio-. Yo no tiré ninguna almohada. Fue Matsuyama-kun, que se levantó gritando y lo lió todo -dijo con sonrisa traviesa.
  - No me lo creo -dijo Machiko-. El capitán no sería capaz...
  - Por aquel entonces, aquí donde le ves, el capitán era un camorrista de mucho cuidado. Ya el primer día del campeonato tuvo un encuentro con Hyuga Kojiro, ¿sabes?
          Machiko interrogó a Matsuyama con la mirada.
  - No fue culpa mía -dijo el otro simplemente. Por la mirada asombrada de la chica, supo que no era esa la respuesta que esperaba-. Además, yo no le hice nada, y él me pegó. Iba a defenderme, pero los aquí presentes y el Nankatsu al completo me sujetaron.
  - Si no lo hubiéramos hecho te habría metido una paliza de cuidado -dijo Katoo.
  - Me sacaba algo más de una cabeza -recordó Hikaru con una media sonrisa-. El tío me hubiera pegado la paliza de mi vida -reconoció-. Claro que yo no lo veía así por aquel entonces.
  - Estuvo enfadado con él todo el campeonato, desando venganza -le explicó Oda a Machiko.
  - Caray. No me esperaba eso de ti, sinceramente -le dijo Machiko al capitán del Furano-. Con lo responsable que eres...
  - Era sólo un crío -dijo Matsuyama, encogiéndose de hombros para restarle importancia-. Ya está superado -aseguró con un ademán.
          Por un largo momento, el silencio se adueñó del campo de fútbol. Nadie habló ni se movió del sitio, sumidos en sus propios pensamientos. 
  - Pero -interrumpió Hikaru al cabo de un momento-, ¿tenía que ser precisamente él quien nos eliminase del campeonato? -preguntó con resentimiento.
          Su tono era el mismo que hubiera usado aquel impulsivo Matsuyama de doce años que no podía ver a Hyuga ni en pintura, como si el tiempo no hubiera pasado. Aquellas mismas palabras las había pronunciado al finalizar el partido contra el Meiwa, exactamente en el mismo tono, lo que hizo que, una vez más, todos comenzasen a reír, incluyendo el propio Hikaru.
  - ¡Caray! ¡Si son las ocho! -exclamó Machiko mirándose el reloj de repente. 
  - ¡¿Las ocho?! -exclamó Nakagawa, poniéndose en pie como un resorte-. ¡Mi madre me matará si vuelvo a llegar tarde para la cena! -dijo con aire preocupado. Todos conocían lo suficiente a la madre del chico como para saber que le esperaba un buen tirón de orejas si se retrasaba-. Tengo que irme.
  - Yo también -admitió Oda-. Aún me quedan cosas por recoger. 
  - Creo que todos deberíamos irnos -dijo finalmente Matsuyama, levantándose. Los demás asintieron con tristeza-. Venga, ¡todo el mundo arriba! -comenzó Hikaru, dando un par de palmadas, a la vista de que nadie quería moverse del sitio-. ¡Vamos! Hay que despedirse, chicos.
          En un par de minutos, los tuvo a todos en pie. Sin abrir la boca, se puso justo en el centro del grupo y alargó el brazo derecho, con la palma de la mano hacia abajo. Luego miró al resto de sus compañeros. Estos entendieron perfectamente el gesto y, uno por uno, colocaron sus manos encima de la de su capitán, imitando su postura, hasta que formaron un apretado círculo en torno al montón de manos. Era algo que habían hecho muchas veces antes de empezar un partido, solo que esta vez, Machiko Machida no se quedó al margen. Su pequeña mano copó lo más alto de la torre.
  - Ha sido fantástico jugar con vosotros -dijo Matsuyama, mirando a todos y cada uno de sus amigos. Él era el que siempre pronunciaba la arenga en aquellas situaciones, y más en aquella, porque era el único capaz de hablar en aquel preciso instante-. Siempre será fantástico jugar con vosotros. Que el recuerdo de hoy perdure hasta la próxima vez que volvamos a reunirnos, porque siempre seremos un equipo -dijo. Acto seguido, empezó a mover su mano, en la base de la torre, de arriba a abajo, y el movimiento fue seguido por el resto del equipo-. Uno... Dos... ¡TRES! -terminó, alzando la voz.
          Un único grito de respuesta se oyó en el campo, coreado por doce jóvenes voces, mientras el apretado círculo se rompía.
   - ¡FURANO!

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