Capítulo 4:      TOKYO

por Sandra Hernández Martín


          La Estación Central de Tokyo estaba bastante despejada cuando los dos amigos bajaron del tren, cargados cada uno con dos maletas repletas. Debían ser las cinco y pico de la tarde. Habían pasado cerca de ocho horas en un tren. Bueno, a decir verdad, en dos trenes, ya que habían tenido que hacer transbordo en Sapporo para coger la línea que les llevaría a Tokyo. Desde luego, hubiera sido más cómodo y rápido viajar en avión, pero había que vigilar la economía, sobre todo teniendo en cuenta que aquel verano habían viajado a Tokyo otra vez para hacer el examen de ingreso en el Colegio Musashino. 
          Dada la familiaridad que tenían con aquella estación y lo relativamente reciente de aquel viaje, ambos muchachos sabían dónde tenían que dirigirse a continuación. Debían coger otro tren, un urbano, para desplazarse hasta el distrito Musashino, en la zona oeste de Tokyo, donde se levantaba el colegio homónimo.
  - Era por allí, ¿verdad? -preguntó Oda de todas formas, para asegurarse, mientras señalaba una puerta de salida. 
          Hikaru asintió a la par que se colocaba bien la mochila que llevaba a la espalda. Después agarró las otras dos maletas y se dirigió hacia el lugar que había señalado su amigo, que le seguía a corta distancia. Los dos chicos se detuvieron en la taquilla para sacar los billetes del tren urbano y después buscaron el andén correspondiente. Se acordaban bastante bien de dónde estaba, pero, aún si no hubiera sido así lo hubieran encontrado fácilmente siguiendo a otros jóvenes de una edad similar a la suya que andaban por la estación cargados de maletas.
  - Parece que todos hemos elegido el mismo día... -comentó Oda mientras dejaba las maletas en el suelo del andén. Le dolían los brazos a causa del descomunal peso-. Todos hemos apurado hasta el último día para venir a Tokyo. 
  - ¿Cuántos de ellos irán al Musashino? -preguntó Hikaru observando a su alrededor con disimulo. Sabía que en el distrito Musashino, el más rico de Tokyo, había muchos colegios privados además del suyo.
  - Ni idea -respondió Oda, oteando la vía por si venía el tren-. Oye, ¿tienes pensado ir a ver a Misugi cuando dejemos las maletas?
  - Sí -dijo Hikaru asintiendo con aire ausente. 
          Los dos amigos habían ido a ver a Jun Misugi justo después de reunirse tras el examen de ingreso. El joven líbero de la selección japonesa había sido operado a mediados de junio y, tras una convalecencia de casi medio mes en la que no había tenido ninguna complicación seria, había sido dado de alta. Cuando  Hikaru y Oda le visitaron, Misugi ya llevaba quince días en su casa. Continuaba en reposo relativo y era vigilado continuamente tanto por sus padres como por su novia, Aoba Yayoi, pero al menos dormía en su casa y comía comida decente, según les había dicho. Además, había comenzado a hacer ejercicios de rehabilitación ligera, para ir acostumbrando a su remodelado corazón a los esfuerzos de la vida cotidiana. Eran cosas insignificantes para cualquier otra persona, pero para Jun andar por el pasillo o subir escaleras requería un gran trabajo en esos momentos.
          En aquella ocasión habían encontrado a Misugi cansado, muy pálido y bastante más delgado que de costumbre, pero de un excelente humor y con un gran estado de ánimo. La operación había salido muy bien y los médicos le habían dado grandes esperanzas de poder volver a jugar al fútbol en un futuro no demasiado lejano. Para ello tendría que hacer rehabilitación durante todo el año, pero esperaba estar en forma para el siguiente. Además, se alegró sobremanera cuando los chicos del Furano le contaron de dónde venían, y estuvo todo el tiempo fantaseando sobre lo estupendo que sería que los dos se incorporasen a la disciplina del Musashi. Tanto era así que casi se alegró más que los propios interesados cuando Hikaru le llamó dos semanas después para anunciarle que habían entrado en el colegio Musashino. 
  - Además, le llamé diciendo que veníamos hoy, y casi me ordenó que pasásemos a visitarle -añadió Matsuyama, con una media sonrisa.
  - Pues no nos queda más remedio -dijo Oda-. Viene el tren -anunció, recogiendo de nuevo las maletas con un gruñido.

          El Colegio Musashino era un edificio moderno, bien iluminado y de aspecto muy funcional. Lo mismo ocurría con su residencia de estudiantes, que era mixta y estaba equipada con todo lujo de detalles y adaptada a todas las necesidades de sus variados residentes. Lo único que podía censurársele al colegio era que estuviera tan lejos de la estación de tren que le correspondía, o al menos de eso se quejaban todos los estudiantes que llegaron aquel día cargados de maletas al hall de la Residencia Musashino.
          Matsuyama y Oda fueron destinados a una de las habitaciones de la tercera planta de la residencia, un cuarto doble y muy espacioso. Habían tenido la gran suerte de que la habitación estuviera situada al final del pasillo, ya que esa circunstancia hacía que tuviera dos ventanas en distintas direcciones, lo que iba a hacer que la habitación estuviera siempre muy bien iluminada. 
          Delante de cada uno de los ventanales se situaba un escritorio, uno de los escasos muebles que decoraban el cuarto. Además de aquellas mesas de estudio, los compañeros disponían de unas literas anchas pegadas a una pared y una larga estantería. Los armarios, uno para cada uno, estaban empotrados en la pared, para ahorrar todo el espacio posible. Los dos amigos se alegraron sobremanera de disponer de baño propio (habían estado en unos cuantos hoteles donde sólo había uno por planta), aunque fuera pequeño y funcional como aquel, ya que no tenía bañera (aunque sí ducha). Si querían tomar un baño debían utilizar las instalaciones que estaban disponibles para todos los estudiantes, una en cada planta.
  - No está mal -comentó Oda con las manos en jarras mientras examinaba con ojo crítico su nuevo cuarto.
          Matsuyama se dirigió directamente a las ventanas. Al abrir los cristales le llegó una brisa bastante fresca cargada del olor de los árboles del jardín que rodeaba a la residencia y, por un momento, le recordó un poco a su casa y le hizo olvidar que se encontraban al oeste de una de las ciudades más grandes del mundo.
  - Creo que las ventanas estarán abiertas mucho tiempo -dijo Matsuyama, sacando la cabeza por una de ellas. A su espalda, Oda asintió-. Parece un sitio bastante tranquilo para ser Tokyo, ¿no crees? 
  - Ya me dio esa impresión cuando vinimos a hacer el examen. No hay tanto tráfico ni tanto ruido -dijo Oda, que estaba echando un vistazo al baño.
  - Hasta se oyen los pájaros... -dijo Hikaru aguzando el oído-. No está del todo mal -sentenció apartándose de la ventana, que daba al oeste-. Bueno, ¿qué cama te pides? -preguntó después, mirando la litera.
        Oda salió del baño y sonrió socarrón.
  - La de arriba -dijo sin dudarlo un instante.
  - Lo imaginaba -replicó Hikaru con un suspiro-. Yo cojo ese escritorio -dijo, señalando el que estaba más cerca de la estantería-. Así no tendré que moverme tanto para coger los libros.
  - Entonces yo elijo ese armario -dijo Oda señalando a uno en particular-. Y con esto, ya está todo repartido. ¿Qué hacemos ahora? -quiso saber-. ¿Deshacemos las maletas?
  - Mejor lo dejamos para luego y nos vamos a ver a Misugi -propuso Hikaru mirándose el reloj-. Son las seis y media, y tenemos que estar aquí para la cena, que según parece es a las ocho y media. Así que mejor nos vamos ya.
          Los dos amigos dejaron las llaves de la habitación en recepción y salieron a la calle. En el jardín ya había bastante gente disfrutando de la agradable temperatura y la calma de aquel lugar, bien para serenarse después del viaje desde su casa o bien para reunirse con antiguos compañeros de clase tras la separación forzosa del verano. Llevaban menos de media hora en la residencia y era algo pronto para juzgar, pero mientras dejaban atrás los jardines y el colegio, los compañeros coincidieron en que se respiraba buen ambiente en aquel lugar.
          Las calles del distrito Musashino eran anchas y estaban bien cuidadas y bastante limpias. Casi todas eran empinadas, pues el distrito era el más elevado de Tokyo, y se iban inclinando más según se acercaban al barrio más oriental, que recibía el nombre de Yamanote y albergaba zonas residenciales de lujo. Allí era donde vivía Misugi Jun y, aunque quedaba a casi cuatro kilómetros del Colegio Musashino, los chicos de Furano decidieron recorrer el camino a pie.
          Tardaron menos de media hora en encontrar la enorme mansión, más que nada porque Hikaru, que era el que iba guiando, se equivocó al doblar una esquina y tuvieron que desandar un buen trecho. La Casa Misugi tenía todo el aspecto de una mansión inglesa antigua, con tres plantas y levantada a base de madera y ladrillo. Por tener, tenía hasta las típicas enredaderas en una de las paredes, aunque aquella planta trepadora no crecía libremente, sino que estaba cuidadosamente podada para que extendiera por donde los dueños querían.
          Encontraron la verja del jardín abierta, así que entraron hasta el porche donde estaba la puerta principal y llamaron al timbre. La sorpresa fue mayúscula cuando les abrió la puerta el mismo Misugi Jun, ataviado con un cómodo chándal. 
  - ¡Hola, chicos! -saludó el líbero de la selección, con una sonrisa de oreja a oreja. Se echó a un lado de la puerta y les invitó a pasar con un gesto.
  - Hola, Misugi-kun -saludó Oda mientras cruzaba el umbral-. ¿Qué tal estás? 
  - Bien, gracias. ¿Qué tal vosotros? ¿Habéis tenido buen viaje?
          Mientras los dos amigos le contaban brevemente su experiencia en el tren, Jun les guió hasta el inmenso cuarto de estar de la casa. Estaba vacío y el televisor de pantalla grande, que estaba puesto, sintonizaba un partido de fútbol de alguna liga europea. Misugi agarró el mando a distancia y apagó la  televisión, a la par que invitaba a sus amigos a que se sentasen.
  - Tienes buen aspecto, Misugi-kun -dijo Matsuyama. Y lo tenía de veras. Seguía estando delgado, pero la piel había recuperado todo su color y no se le veía tan cansado-. ¿Qué tal lo llevas?
  - Con paciencia -respondió Misugi con una media sonrisa resignada-. Llevo tres semanas de rehabilitación "oficial". Al principio nada serio, ejercicios suaves, paseos cortos; pero la cosa se endurece poco a poco. Los fisioterapeutas están encantados, dicen que progreso bastante rápido -les explicó-, aunque a mi no me lo parece. Me gustaría ir aún más rápido, pero no quiero precipitarme.
  - Tómatelo con calma -le dijo Hikaru.
  - Pues yo creo que vas a jugar este mismo año -intervino Oda-. Tengo esa impresión, no me preguntes por qué. 
  - Entonces hazle caso, Misugi-kun -dijo Hikaru-. Las corazonadas de Oda raramente van mal encaminadas -le aseguró.
  - ¡Eso espero! -deseó Misugi con una mirada ensoñadora. 
  - ¿Estás solo en tu casa? -preguntó Matsuyama de repente, cayendo en la cuenta. 
          Era extraño que sus padres le hubieran dejado solo en casa. Resultaba evidente que estaba bien, pero los Misugi eran superprotectores con su único hijo (lo que no era de extrañar dado su historial médico). Sin embargo, lo más extraño era que Aoba Yayoi no estuviera con él. Ya resultaba raro ver a Jun Misugi sin la compañía de Yayoi. 
  - Yamato está en casa -dijo Jun, refiriéndose al mayordomo-. Pero por lo demás, si que estoy solo. He convencido a mis padres para que se vayan a cenar fuera por primera vez desde que me operaron, aunque ya me han llamado un par de veces para ver como me encuentro -añadió con un suspiro resignado-. Y Yayoi-chan tenía cosas que hacer en casa antes de ir mañana a clase. Así que aquí me tenéis, viendo la 
tele. He intentado sintonizar algún partido brasileño, para ver si veía a Tsubasa jugando con el Sao Paulo, pero me ha sido imposible...
  - ¿Tsubasa entró en el Sao Paulo al final? -preguntó Matsuyama, que no tenía ni idea. Misugi asintió.
  - Está muy contento, esforzándose y aprendiendo cada día cosas nuevas. Bueno, ya le conoces -dijo Misugi-. No creo que tarde en hacerse con el brazalete de capitán, estoy seguro. 
  - Si, no hay duda -coincidió Matsuyama-. ¿Cómo estás tan enterado?
  - Yayoi-chan es muy amiga de Tsubasa, y habla a menudo con su madre y con su novia... y me lo cuenta a mi -dijo Misugi-. Al final me he tenido que coformar con ver un partido de la Bundesliga mientras os esperaba, aunque por un momento pensé que no íbais a venir, la verdad. Ya tenía preparada una buena regañina para cuando os viera mañana en el colegio...
  - Ah, pero, ¿vas a ir mañana a clase? -preguntó Oda con asombro. Jun asintió.
  - Los médicos dicen que es conveniente que rehaga mi vida cuanto antes y, como me encuentro bien, no hay problema con que vaya a clase. No podré hacer gimnasia, desde luego, pero estaré por el colegio -explicó-. Además, he pensado entrar en el equipo como ayudante técnico -anunció.
  - ¡Lo sabía! -exclamó Matsuyama-. ¿Te lo dije o no te lo dije? -le preguntó a Oda, que asintió-. Sabía que, si no podías jugar, entrarías como entrenador del Musashi. ¡Estaba seguro!
  - Me conoces mejor de lo que creía -dijo Misugi, divertido ante la reacción de su ex-compañero de cuarto-. Desde luego que voy a intentarlo. Aunque, a parte de vosotros, no tengo ni idea de si hay nuevos fichajes o no... Tendré que ponerme al día para elaborar una estrategia... 


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