Capítulo 2:      LA RESPUESTA

por Sandra Hernández Martin


         
Habían pasado ya dos semanas desde que Matsuyama y Oda habían vuelto de Tokyo de realizar el examen de ingreso en el Colegio Superior Musashino. Los dos chicos se habían preparado a conciencia durante la todo el mes de julio y la primera mitad del de agosto, y la verdad era que habían salido muy
satisfechos de la prueba de acceso. Pero las dudas iban acudiendo a su mente a medida que pasaba el tiempo y no recibían noticias. 
          Matsuyama había terminado pidiendo a su hermana Meiko que le escondiera los libros para evitar así seguir comprobando las respuestas del examen, porque cuanto más miraba, más fallos descubría en sus ejercicios. Él, al que todo el mundo consideraba un tipo tranquilo, estaba hecho un manojo de nervios.
          Por suerte, cada semana le llegaba una carta de Yoshiko, y eso le ayudaba a pasar el mal trago mejor que cualquier otra cosa. Era bueno saber que le iba bien en los Estados Unidos. Por su parte también él escribía cada semana. Últimamente tenía mucho que contarle, mucho que compartir con ella, principalmente que estaba deseando poner en una carta "al fin te escribo desde Tokyo..."
          Fue en la última semana de agosto cuando Matsuyama se encontró con una carta del Colegio Musashino en el buzón. Era un sobre exactamente igual al que había recibido a mediados de julio.
          A Hikaru Matsuyama los nervios le traicionaban en muy pocas ocasiones. Había tirado en la tanda de penaltis del mundial de Francia, donde se jugaban su clasificación para la final, y había anotado. Había marcado a grandes jugadores. Durante la mayor parte de su corta vida había llevado sobre la espalda la responsabilidad de todo un equipo de fútbol, sin sentir presión.
          Ahora las manos le temblaban y se veía incapaz de abrir un simple sobre.   
          En aquella carta estaba su futuro. Si le aceptaban, las puertas se abrirían, y no sólo por dos años. El alto nivel académico del Musashino prácticamente garantizaba el éxito en las pruebas de acceso a las universidades. Y conseguir una carrera era una de sus grandes metas extradeportivas. Pero si el Colegio Musashino le rechazaba, las cosas se iban a poner difíciles.
          Con la carta todavía en las manos, atravesó el pequeño jardín en dirección a su casa. Entró y se sentó en el escalón de madera del recibidor para calzarse las deportivas.
  - ¡Me voy! -anunció a gritos mientras tanto.
  - ¿Dónde? -preguntó su madre, también a voces. Estaba en la planta alta.
  - ¡Voy a salir un rato! 
  - Anda, sí. Hazme ese favor -oyó decir a Meiko a su espalda. Hikaru se giró un poco y se encontró con su hermana, que se había peinado su media melena negra en un par de trenzas que le daban un aspecto bastante infantil-. Puede que así te tranquilices un poco y no me des más la vara -añadió con expresión burlona.
  - Dentro de un par de años estarás en mi misma situación, Meiko. Y entonces te acordarás de mí -dijo Hikaru adoptando la misma expresión que su hermana. 
  - Tu deber como hijo primogénito es ayudar a tus pobres hermanos en todo lo que puedas -le dijo la muchacha, sin dejar de bromear-. Así que ya lo sabes, hermanito. 
          Según tenía entendido Hikaru, Meiko tenía a media Escuela Furano suspirando por ella. Era una chica alta, delgada y bastante popular, en gran parte por su hermano, pero también debido a que jugaba en el equipo de voleibol (los hermanos Matsuyama parecían ser deportistas natos). Hikaru reconocía a 
regañadientes (y nunca delante de la interesada) que no era fea. Pero no acababa de entender por qué la mayoría de los chicos de su escuela estaban colados por ella. La chica tenía un carácter de mucho cuidado, era gruñona, protestona y siempre tenía que decir la última palabra. Hikaru resopló y se puso de pie. Sacó la lengua a su hermana, un gesto que mantenían desde críos, y salió por la puerta, sin darle tiempo a decir nada.
          Salió disparado hacia la casa de Oda Kazumasa, dos calles más adelante. Se estaba preguntando si su amigo habría recibido la carta cuando lo vio aparecer al frente, corriendo hacia él. Cuando Oda le avistó agitó un sobre blanco en el aire.
  -¿Tú también la has recibido? -le preguntó, cuando los dos chicos llegaron a la misma altura. Matsuyama asintió-. No he podido abrirla.
  - Ni yo -reconoció Hikaru.
          Sin hablar, ambos jóvenes se dirigieron al campo de fútbol. Se había construido hacía mucho tiempo al pie de la colina en la que se levantaba la escuela de Furano, una colina alta que acababa formando parte de la cercana cordillera del monte Asashi. El terreno original estaba en cuesta, y había tenido que ser igualado para que quedase totalmente plano. En los desniveles que habían quedado alrededor del campo como resultado de las obras de acondicionamiento del terreno, se habían levantado gradas de cemento que consistían en gruesos escalones que rodeaban el césped.
          A pesar de que en un principio el terreno pertenecía a la escuela, el campo no estaba vallado, pues se consideraba público. Allí iba la gente a entrenar, a practicar algún deporte o solamente a jugar y divertirse. Aquella mañana de finales de agosto el campo estaba ocupado por un grupo de niños que jugaban al fútbol. Los dos amigos reconocieron a la mayoría como los infantiles del Furano; el resto posiblemente deseara entrar en el equipo ese mismo año, o bien ya pertenecían al equipo de la escuela Oshiemasu.
  - Cada vez hay más niños que juegan al fútbol -comentó Matsuyama distraidamente sin dejar de caminar.
  - Sobre todo desde que cierto tipo que conozco es campeón del mundo -añadió Oda-. ¡Hikaru!, ¿te has puesto rojo? -le preguntó a su amigo con malicia después, al notar cierto rubor en las mejillas de Matsuyama-. Ultimamente estás de lo más vergonzoso...
  - ¿Yo? Que va... -respondió Hikaru, volviendo la cara para intentar disimular-. No creo que jueguen al fútbol por eso, Oda-kun.
  - Pues yo creo que tiene mucho que ver...
  - Da igual lo que les motive -atajó Matsuyama-- Lo importante es que ya han empezado...
  - Y que son más de once -añadió Oda con una sonrisa que no tardó en contagiarse a su compañero. Cuando ellos empezaron a jugar eran once justos en el equipo y continuaron así por mucho tiempo-. Bueno, aquí estamos.
          Habían llegado a las gradas que se levantaban detrás de la portería norte. Oda siempre había dicho que aquellos tres palos les traían suerte e, inconscientemente, el resto del equipo había adoptado como verdadera aquella afirmación. 
  - Ha llegado el momento -dijo Oda. Le tendió su sobre a Hikaru-. Abre tú el mío y yo leeré el tuyo.
  - Que tontería -comenzó a protestar Matsuyama, pero aún así cogió la carta de su amigo-. Parecemos idiotas. ¡Sólo es el resultado de un examen! -intentó tranquilizarse en voz alta.
  - Tú léelo y calla.
          Matsuyama asintió y se sentó en la grada, para evitar que Oda notase que al tranquilo capitán del Furano le temblaban las rodillas. Rasgó un lateral del sobre y, tras una profunda inhalación, sacó la carta y la desdobló. Sus ojos oscuros volaron sobre las palabras hasta que encontró el dato que buscaba.  "Habiendo realizado las pruebas pertinentes para el acceso a este centro escolar y, tras la corrección de las mismas, debemos comunicarle que ha superado..." 
 
- ¡Estás dentro! -gritó apenas terminó de leer aquella última palabra, si bien se apresuró a completar la frase para asegurarse del todo. Si, no había duda. Oda había superado los exámenes-. ¡Lo has logrado!
  - ¡Lo hemos logrado! -gritó Oda a su vez, poniendo mucho énfasis en el hemos-. ¡Has aprobado!  
          Intercambiaron otra vez las cartas y volvieron a leerlas. Hasta que no comprobaron por cuarta vez que no había ninguna clase de error no se permitieron creérselo.
  - ¡Estamos en el Musashi! -gritaron casi al unísono, y acto seguido rompieron a reír, aliviando así gran parte de la tensión que habían acumulado durante las últimas semanas. 

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