Capítulo 13:       AYUDAR A UN AMIGO

por Sandra Hernández Martín


          El domingo dejó de ser día de descanso para Matsuyama Hikaru. El reloj despertador sonó a las seis y media de la mañana, recordando a Matsuyama con su molesto pitido que había decidido comenzar a entrenar desde aquel mismo día. Su mano se disparó inmediatamente y golpeó el botón de apagado para que el reloj no continuara gritando y despertase a toda la planta de la residencia. En la litera de arriba, se oyó un suspiro aliviado.
  - Ya era hora -murmuró Oda, o al menos eso creyó entender Hikaru, porque su amigo estaba dormido y no se le entendía demasiado bien.
          Matsuyama se incorporó con cuidado de no pegarse en la cabeza con la barra de la cama en la que dormía Oda. Ninguna luz entraba por las ventanas, puesto que fuera todavía era de noche, y aquello le hizo sentir pereza. Sin embargo se frotó un ojo con una mano mientras encendía la luz de la mesilla y se incorporaba buscando el pantalón del chándal y el resto de su ropa. En un momento estaba vestido y, después de ir al baño para meter la cabeza debajo del grifo del agua fría con el fin de terminar de despertarse, regresó a la habitación para recoger las zapatillas de deporte. 
  - ¿Dónde vas? -preguntó Oda, mirándole con los ojos todavía cerrados.
          En realidad sonó algo así como "únde vah", pero Hikaru lo entendió.
  - A correr, ya te lo dije ayer -respondio Matsuyama con un bostezo-. ¿Te vienes? -quiso saber. Por toda respuesta, Oda se dio media vuelta y se tapó la cabeza con las sábanas. Un momento después se oían ronquidos.
          Matsuyama se encogió de hombros, se calzó las zapatillas y salió de la habitación. Como siempre, bajó a la planta baja andando, pues no había utilizado el ascensor nada más que el día en que llegó cargado de maletas; y salió a la calle.
          El cielo debería empezar a clarear a aquella hora, pero seguía encapotado desde el día anterior. Olía a tierra húmeda y a ozono, pues había estado lloviendo durante toda la noche, y el aire estaba limpio y frío. El aliento de Matsuyama se condensaba en la atmósfera mientras comenzaba a calentar antes de empezar a correr, a la par que empezaba a pensar el camino que iba a seguir. Todavía no conocía bien el distrito Musashino, pero había observado que las calles que conducían al barrio de Misugi, Yamanote, eran
empinadas, lo que le vendría muy bien para hacer piernas y aumentar la resistencia, así que finalmente decidió que iría por allí. Lo malo era que terminara perdiéndose, cosa que no sería de extrañar dado el mal sentido de la dirección que tenía en las grandes ciudades (todo le parecía igual). 
  - Todo se andará -dijo finalmente. Puso en marcha el cronómetro de su reloj de pulsera y echó a correr.

           El día siguiente comenzó para Matsuyama a la misma hora que el anterior, una constante que iba a repetirse de entonces en adelante. Hikaru se tiró cerca de una hora corriendo, y volvió a la residencia sobre las siete y media. Subió a su habitación, se duchó, se puso el uniforme del colegio (con la odiada corbata) y se reunió con sus amigos a las ocho en el comedor de la residencia, dispuesto a terminar con todo lo que hubiera de desayuno. 
          Estaba hambriento.
  - Desde luego, no se puede contar con vosotros -les dijo a Oda y a Soda en cuanto se sentó a su lado. Los dos tuvieron la decencia de sonrojarse ligeramente.
          Oda le había dicho la noche anterior que le despertase para ir a correr con él, pero llegado el momento de la verdad había hecho lo mismo que el domingo: darse media vuelta y taparse la cara con las mantas. Soda también había mostrado interés en entrenar con Matsuyama, pero Hikaru se había dejado los nudillos aporreando su puerta para despertarle aquella mañana sin ningún resultado. Al final había tenido que correr solo.
  - Un par de cobardes, eso es lo que sois -continuó picándoles mientras vaciaba un par de yogures de manzana en un bol de cereales que había llenado hasta arriba.
  - Es que sales muy temprano, Hikaru -dijo Oda.
  - Y hace mucho frío a esas horas... -se defendió Soda.
  - Y aún no ha amanecido... -continuó Kazumasa.
  - Y está oscuro -dijo Soda finalmente, como remate. No perdía detalle de lo que estaba haciendo Matsuyama con sus cereales. Había usado la cuchara para remover el contenido hasta que todos los cereales estuvieron cubiertos de yogurt y tuvieron el aspecto de una papilla. Soda encogió la nariz en un 
gesto de asco-. Parecen gachas -dijo, señalando el desayuno de su compañero-, ¿de verdad te lo vas a comer?
  - Está bueno -dijo Matsuyama, encogiéndose de hombros.
  - Los cereales se toman con leche. Eso parece papilla de bebé -dijo Soda.
  - ¡Que va! Está crujiente, ¡pruébalo! -le dijo a Soda, pasándole el bol. Soda lo rechazó-. No te va a matar, Soda. Pruébalo.
          Soda metió una cuchara en los cereales y la sacó a medio llenar. Luego, con gesto de asco, se lo metió en la boca ante la mirada divertida de sus dos compañeros. Cualquiera diría que le estuvieran torturando. Sin embargo, su cara fue cambiando poco a poco, hasta que terminó tomando otro poco. Si Matsuyama no llega a quitarle el recipiente de delante, seguramente Soda hubiera acabado con su contenido.
  - ¡Oye! -protestó Matsuyama.
  - Pues es verdad que está bueno -dijo Soda finalmente.
  - Los chicos de ciudad no tenéis ni idea de comer -dijo Oda.
  - Puede que tengas razón. Lo que es por mí, desayunaría Coca-Cola... 
          Ahora les tocó el turno a los chicos de Furano de poner cara de asco.

          El entrenamiento de Matsuyama no se limitó simplemente a correr por las mañanas. Sus prácticas no terminaron aquella tarde a la misma hora que la del resto de sus compañeros. Cuando la totalidad del equipo ya se había marchado a casa, Matsuyama seguía en el campo de entrenamiento, sentado, esperando cerca de la cancha de voleibol hasta que vio salir a Hideoki Akemi, acompañada de sus compañeras, que ya se dirigía de vuelta a la residencia.
  - Hideoki-san -la llamó. La chica se volvió extrañada pero cuando descubrió quién era la persona que la llamaba sonrió. Se volvió a sus compañeras.
  - Perdonad un momento, chicas -les dijo. Luego se volvió hacia el chico, que se había levantado del sitio-. Matsuyama-kun, ¿qué haces todavía aquí?
  - Te esperaba -dijo Hikaru, sin andarse por las ramas. Akemi frunció el ceño sin comprender-. Estuviste el sábado viendo el partido, ¿verdad? -Ella asintió-. Por lo tanto, sabes que me falta salto. -Akemi asintió otra vez-. Por mi hermana se que eres una de las mejores saltadoras de la liga de voleibol, por eso te pido ayuda. Me gustaría que me entrenases y me ayudases a saltar más -le pidió a la muchacha. La seriedad con la que se lo pidió hizo entender a Akemi que Matsuyama raramente pedía un favor, que era algo importante para él.
  - Chicas, si quereis podéis iros -les dijo a sus compañeras-. Yo me quedaré a ayudar a un amigo.
          Matsuyama sonrió, agradecido.
          La cancha de voleibol estaba abierta así que ambos chicos aprovecharon para entrenar dentro. Akemi se metió en el vestuario y salió con un par de pesas para las tobillos que entregó a Matsuyama. Cuando Hikaru las cogió calculó que debían pesar cada una cerca de dos kilos.
  - No te las pongas aún. Ven conmigo -le dijo a Matsuyama. 
          Le llevó a un lateral de la pista. Adosado a la pared había una cinta métrica de color verde, que señalaba los cinco metros. 
  - Primero tenemos que saber cuánto saltas ahora -le dijo-. Esto es lo que tienes que hacer. 
          La chica se colocó de lado a la cinta métrica, estiró el brazo que tenía más pegado a la pared, con el que señaló cerca de dos metros y quince centímetros. Acto seguido flexionó las piernas y, sin tomar carrerilla, saltó con el mismo brazo estirado, golpeando a una altura de tres metros y pico. Se levantaba del suelo mucho más de medio metro sin tomar impulso.
  - Impresionante -murmuró Matsuyama. Akemi sonrió al oírle.
  - Ahora tú.
          Matsuyama repitió la operación y, a pesar de medir lo mismo que ella y ser más fuerte físicamente hablando, se quedó en los dos metros con ochenta centímetros. Muy poco.
  - Vale, trabajaremos con esta referencia -dijo Akemi-. Ahora ponte las pesas, una en cada pie, y vuelve a saltar. 
          Matsuyama obedeció sin decir nada, Akemi parecía muy segura de lo que hacía. No sólo se redujo considerablemente la altura de su salto, sino que además a punto estuvo de acabar con sus huesos en el suelo. Saltar con las pesas en los tobillos causaba la misma sensación que si alguien le hubiera atado una cuerda a los pies y se dedicara a tirar en cuanto el jugador se despegaba del suelo. 
  - Es una sensación rara, ¿verdad? -dijo Akemi, ayudándole a mantener el equilibrio. Matsuyama asintió-. Te acostumbrarás, no te preocupes, y al final serás capaz de saltar hasta dos ochenta con las pesas... ¡imagínate lo que podrás hacer sin ellas! Por ahora esas pesas se convertirán en tus nuevos calcetines de entreamiento, Matsuyama-kun, y tú tendrás que seguir todas mis instrucciones...
  - Muy bien.
  - Empezando por la siguiente: ponte estos pantalones -dijo la chica, enseñándole uno de los diminutos pantalones del equipo femenino de voleibol del Musashi. Matsuyama palideció sólo de pensarlo-. ¡Es broma, Matsuyama! -se apresuró a decir ella, rompiendo a reir ante la reacción del chico-. ¡Vaya cara has puesto! 
          Desde luego, no se iba a aburrir entrenando con Akemi.

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