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Las Águilas contra las Chivas



"El América es el villano del futbol nacional. Es el equipo que todos aman odiar, al contrario del favorito: las Chivas Rayadas del Guadalajara, que son como el tequila o Pedro Infante o la Virgen de Guadalupe. En el imaginario popular, el América es el niño rico, presuntuoso, comprador de árbitros e incapaz, sin embargo, de derrotar siempre al niño pobre pero carismático y honrado, que son las Chivas.
El América, sin embargo, tiene seguidores que le dan un sello distintivo: es el único equipo del mundo cuyos seguidores son vergonzantes. Pocas cosas hay en México peor recibidas que la confesión -pues a confesión equivale- de alguien que en una fiesta o comida o rueda de amigos dice irle al América. Es peor que confesar que se ha votado por el PRI. El caricaturista Eduardo del Río, Rius, no cesaba de aventurar su hipótesis: en México la gente se interesaba por el futbol porque al menos ahí -a diferencia de la política y el PRI, perdía el América" Luis Miguel Aguilar.
El domingo 31 de marzo de 2002 se disputó en el coloso de Santa Úrsula (el estadio Azteca, sede del América) el clásico del futbol mexicano. ¿Cómo iba yo a perderme un evento como este? ¿Cómo iba a desperdiciar la oportunidad de tomar lecciones in situ de cultura mexicana? Ni modo. De lo que allí observé, escuché y sentí versa el siguiente acontecido.





    Cinco horas antes de la hora prevista para el inicio del choque, que son las cuatro de la tarde, me encuentro en los alrededores del Estadio Azteca, donde se distribuyen los chiringuitos que ofrecen los típicos productos con los que l@s aficionad@s se proveen para asistir a estos eventos: banderolas, camisolas, gorras, trompetas... También hay quien ofrece sus servicios para pintarnos el pelo o maquillarnos la cara con los colores del equipo al que le vamos. El azul y el crema, colores del América, predominan en las inmediaciones del estadio de manera casi uniforme, aunque esta uniformidad se trastoca en ocasiones por el rojo y blanco rayado de l@s aficionad@s tapatí@s. El primero de los accesos al estadio está cerrado y la bola se impacienta. "¡Órale cabrones! ¡Pinches putos pendejos! ¡O abren o nos vamos, nos vamos a brincar!" son algunos de los mensajes que partiendo de la bola llegan hasta los oídos de sus destinatari@s, las fuerzas del orden. Para los uniformados a caballo alguien lanza una pregunta: "¿quién de los dos es el animal?"
    Un cuate bastante osado aparece en escena vestido con la playera del Cruz Azul (otro de los equipos del DF) y logra que seguidores de Águilas y Chivas se pongan por un instante de acuerdo para mentarle la madre al seguidor del equipo cementero. Pinche loco.
    Yo aprovecho la larga espera para platicar con mi compañero de fila, un chavo de unos dieciséis años que, a juzgar por la enorme bandera que se coloca por encima de los hombros, le va al América. Platicamos sobre futbol, cómo no. Yo aprovecho para rescatar de mi memoria conocimientos pasados sobre el deporte del balompié en "la madre patria" y el chavo me cuenta con todo detalle las particularidades del futbol mexicano. Platicamos amigablemente en medio de un calor sofocante del que nos protegemos con nuestras gorritas para evitar una segura insolación.
    A las 13:00 horas fornidos porteros, quién dijo que los mexicanos eran chaparritos, se deciden a checar nuestros boletos para permitirnos, después de atravesar un sistema de tornos metálicos, acercarnos a las puertas del estadio. Una vez superado el primer control comienzan las carreras, quién dijo que l@s hinchas no hacen deporte. El chiste está en que uno tiene que buscar la rampa de acceso a su localidad, la cual figura en su boleto. Mi chavo y yo, que sin necesidad de decir nada hemos decidido ver el partido juntos, corremos como los demás en busca de nuestra rampa, la número cuatro. Nuevo control de "seguridad". Entrecomillo lo de seguridad porque en ninguno de los dos puestos de control que hemos atravesado me han pedido que muestre lo que llevo en el interior de mi mochila. Aunque, todo hay que decirlo, a otros cuates los han cacheado hasta los...
    Finalmente accedemos a las gradas y nos colocamos en un lugar privilegiado. El aspecto del estadio, prácticamente vacío inicialmente, impresiona. ¿Cómo será cuando cien mil aficionad@s lo abarroten?
    Para entretener la espera del respetable hay programado un partido previo, el cual se está jugando en este momento. Yo, que todavía no me he familiarizado con la distancia desde la que estamos obligados a presenciar el juego, le pregunto a mi carnal si se trata de un partidillo de veteranos. Es un partido de las Fuerzas Básicas me reporta Alexis. ¿Mande? Por la explicación que me ofrece entiendo que se trata de los equipos juveniles, en este caso de América y de Chivas, quienes se baten el cobre en la cancha. Creo que debería ir a checar la graduación de mis lentes...
    Poquito a poco, mientras los casi imberbes muchachos a los que tomé por pensionados se disputan el honor en el campo de batalla, perdón, de juego, el ambiente se va animando. Las porras (grupos de aficionad@s más o menos organizados) de jaliscos y chilangos, unos frente a otros pero con toda la cancha entre medio, comienzan a lanzarse piropos. Una mentada a la madre por aquí, un calificativo "cariñoso" por allí... pero eso sí, en perfecta armonía. Y por si acaso, ahí está el chingo de uniformados, provistos de toletes, para "serenar los ánimos" de l@s jóvenes muchach@s que no dejan un solo instante de brincar y cantar.
    Cuando el partido está a punto de comenzar el estadio ya está repleto, el griterío es ensordecedor y las pasiones se desatan. Anuncian por las bocinas que antes de comenzar el partido se van a rendir honores a la bandera mexicana. Sobre el césped aparece un abanderado o abanderada y Aida Gómez, intérprete de música popular mexicana, quien con voz grave pero al mismo tiempo dulce, se arranca con el himno nacional mexicano coreado por tod@s l@s presentes puestos en pie.
    "Mexicanos al grito de guerra", el espectáculo es precioso. "El acero aprestad y el bridón", cien mil gentes, que hasta ese momento se mentaban mutuamente sus madres, hacen un receso en sus hostilidades para cantar con una sola voz. "Y retiemble en sus centros la tierra", ¿me creerán ustedes si les digo que me emocioné? "Al sonoro rugir del cañón", y yo que pensaba que mi "patria" era aquel país artificial que se encuentra a ambos lados de los Pirineos...
    Terminada la interpretación del himno comienza el partido. Y sobre éste, qué quieren que les cuente. Que fue uno de los mejores clásicos de los últimos años, que hubo de todo: cinco goles, cuatro penales, jalones, empujones, sudores, nervios, jugadas polémicas, broncas y bronquitas. Que las Chivas del Guadalajara se impusieron por tres goles a dos a las Águilas del América. Que será uno de esos partidos que se recordarán por muchos años. Que yo tuve la fortuna de estar allí. Y que no sé bien cómo ni por qué, en varios momentos del encuentro, me puse a cantar con mi cuate Alexis esa tonadilla de "Vamos, vamos América. Que esta tarde, tenemos que ganar"



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