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San Salvador Atenco



San Salvador Atenco es la cabecera municipal del municipio de Atenco, una zona rural cercana a la ciudad de México.
El 21 de octubre de 2001 el Gobierno Federal decide la expropiación de una gran extensión de tierras pertenecientes a este municipio para la construcción de un aeropuerto, con la irrisoria indemnización de siete pesos por metro cuadrado.
A raíz de la publicación del decreto expropiatorio los campesinos comienzan a movilizarse. Se quejan de que a ellos nadie del gobierno se ha dirigido. Ellos se han enterado de todo esto por la prensa.
Los campesinos realizan numerosas acciones en defensa de sus tierras: conciertos, marchas y denuncias se suceden a lo largo del año 2002. El machete, su herramienta de trabajo, se convierte en el símbolo de la resistencia.
De forma paralela, interponen amparos ante la Suprema Corte de Justicia de la Nación y logran detener temporalmente el proceso de expropiación hasta que se produzca un pronunciamiento de la Corte.
El 11 de julio de 2002, durante una gira de trabajo del gobernador del estado de México por el municipio de Acolman, un lugar cercano a Atenco, un grupo de campesinos acude para denunciar el proyecto que afecta a sus tierras. Son reprimidos por la policía estatal y hay varios heridos y detenidos.
Los campesinos acuden al Palacio de Justicia de Texcoco, municipio colindante con Atenco, agarran a una docena de funcionarios de diferente rango en el escalafón y se los llevan a Atenco en calidad de rehenes para ser intercambiados por los campesinos detenidos.
Policías y tropas del Ejército se sitúan en las inmediaciones de San Salvador Atenco. Algunas personas de la ciudad marchan a Atenco para interponerse entre los campesinos y la policía. Al final, el gobierno libera a los detenidos y los campesinos a sus rehenes.
El 24 de julio de 2002 muere José Enrique Espinoza, habitante de San Salvador Atenco que resultó lesionado en el enfrentamiento entre ejidatarios y policías estatales ocurrido el 11 de julio.
El 1 de agosto de 2002 el Gobierno Federal determina cancelar el decreto expropiatorio y, por consiguiente, el proyecto de construcción del nuevo aeropuerto.
Esta es la historia resumida de ese proyecto frustrado. Yo estuve visitando San Salvador Atenco en el mes de febrero de 2002 y de lo que allí pude observar y escuchar versa el siguiente relato.





Atenco     Una de las polémicas más gruesas que se está viviendo durante estos días en esta ciudad es la construcción de un nuevo aeropuerto. Algunos dicen que el actual, el Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México, se quedó chico y ven necesario un nuevo espacio para que los aviones acerquen a sus pasajeros hasta esta pintoresca ciudad. Otros dicen que bastaría con añadir una nueva pista al actual aeropuerto para solucionar el problema. Estos últimos son de la opinión de que el único propósito de la nueva instalación es crear una gran terminal de carga que sirva para los propósitos de expansión y desarrollo económico del gobierno de don Vicente Fox.
    La mayoría de l@s mexican@s no tiene posibilidades económicas de salir de su país. Eso de viajar al extranjero queda reservado para un@s poc@s potentad@s y para aquell@s que se ven obligad@s a emigrar a los Estados Unidos de América huyendo de la miseria y atraíd@s por el "sueño americano". Es por ello que poc@s se sienten favorecid@s por la nueva construcción.
    El proyecto del nuevo aeropuerto no es algo de estos días. Al parecer, durante el sexenio del presidente Zedillo, ya existía. Sólo que, don Ernesto no se atrevió o no consiguió la financiación necesaria para acometer el proyecto.
    El lugar elegido para colocar esta obra faraónica es la zona alrededor del municipio de Atenco, al noreste de la ciudad de México pero ya fuera del Distrito Federal, en el estado de México.
    Los campesinos de Atenco se han caracterizado por la unidad que han mantenido en su lucha contra el proyecto de construcción del nuevo aeropuerto en sus tierras. Han protagonizado marchas hasta la ciudad de México, a las que acudían blandiendo sus machetes, sus instrumentos de trabajo. Pero no sólo los portaban sino que, al mismo tiempo que caminaban los iban afilando, como símbolo de resistencia y de decirles a las autoridades que quien quiera entrar en sus tierras, lo correrán a machetazos. Y es que al parecer, la intención del Gobierno, que según dicen en ningún momento se ha dirigido directamente a ellos, es expropiar las tierras a cambio de siete pesos por metro cuadrado (aproximadamente 0,90 euros o 150 pesetas). Esta cantidad dicen que es insignificante a cambio de renunciar a trabajar la tierra en que nacieron y de la que actualmente obtienen su sustento. En la actualidad, los ejidatarios se encuentran en situación de supuesto amparo por parte de la autoridad judicial, aunque nadie sabe a ciencia cierta por cuánto tiempo.
    Interesado por la historia me acerqué una mañana hasta San Salvador Atenco. Hice como dos horas en total para llegar hasta allí. Teniendo en cuenta que tuve que agarrar tres vehículos diferentes (un micro, una combi y un camión), yo mismo quedé asombrado de la celeridad con que llegué.
    Al llegar a San Salvador Atenco hice lo que acostumbro hacer cuando estoy aquí en México: platicar y esperar. Para quienes no conozcan este país les diré que aquí la prisa es el principal enemigo para quien desee acercarse a l@s mexican@s y saborear lentamente las relaciones humanas.
    Llego a una tiendita de esas que hay en los pueblos y que venden desde un rollo de papel higiénico hasta un chupete para el bebé. Agarro una coca fresquita del refri y pregunto dónde están los terrenos en los que pretenden construir el nuevo aeropuerto. Me indican que como a una hora caminando los encontraré, aunque también tengo la posibilidad de agarrar un bici-taxi que me acerque hasta el mero lugar. Animado por el día tan soleado que tenemos, acabo de tomarme mi coca y dirijo mis pasos en la dirección que me han indicado. Cuando llevo algo así como veinte minutos caminando por unos parajes en los que no se ve ser humano alguno y mientras pienso eso de ¿qué coño hago aquí?, escucho ruido de caballería a mis espaldas. Un señor ya grande, de unos cincuenta años, viene montado en su carreta tirada por una yegua y un burro. Dado que el lugar no está precisamente muy transitado, decido que este es mi hombre. Y, efectivamente, lo fue.
    En esto que le pregunto al señor grande si estas son las tierras que el mal gobierno les quiere expropiar. Él me responde que ya mero, ya mero y me invita a subir a su carreta. Comenzamos a platicar. Me hace las preguntas de rigor (de dónde eres, qué haces aquí, eres periodista...) Está bien gruesa esta vida del viajero independiente. Él me dice que va a su chamba pero que de camino me va a mostrar todas las tierras afectadas por las expropiaciones del gobierno. Viendo la superficie que me indica, que además no constituye la totalidad de lo que desean expropiar, tengo la impresión de que aquí, más que un aeropuerto, pretenden construir la madre de todos los aeropuertos.
    Don Javier me cuenta que una hectárea de sus tierras se ve afectada por el proyecto, que la tierra en su día la heredó de su papá, éste a su vez de su abuelito y así de generación en generación. También me dice que él ya está grande para aprender un nuevo oficio y que el mal gobierno pretende, una vez robadas las tierras, emplearlo recogiendo la basura del aeropuerto. Y eso sí que no.
    Llegamos hasta un pedazo de tierra, una zona de regadío en la que ahora está recogiendo la alfalfa con la que alimentar sus vacas, su yegua, su caballo y su burro. Tiene como una docena de montoncitos de alfalfa desperdigados. En el carro trae dos tridentes. Este don Javier parece que esperaba compañía en el día de hoy... Sin que me diga nada agarro uno de los tridentes y comienzo a cargar la alfalfa en el carro. Él tampoco dice nada pero agarra el otro. El lugar y la situación me traen recuerdos de un pasado lejano, cuando siendo todavía un chavito, mis papás me mandaban en el verano al pueblo a ayudar en "las hierbas". Se acercan unos compadres de don Javier hasta nosotros. Uno se remanga y echa una mano, el otro se recarga en el carro y parece más interesado en observar el estilo tan fino que tengo yo acarreando la alfalfa. Cuando terminamos de cargar el carro, saco mi paquete de Alas y les ofrezco un cigarrillo a mis cuates. Dicen que normalmente no fuman pero agarran el "papelillo que echa humo" y lo prenden. Platicamos un ratito. Me dicen que no los van a correr de sus tierras, que tendrán que pasar por encima de sus cadáveres (y en este caso me temo que no es un farol), que no quieren que sus tierras sirvan para hacer más ricos a los ricos y más pobres a los pobres. Me dicen que aunque aparentemente no lo parezca, ell@s están en la lucha. Que por las noches organizan patrullas por si el mal gobierno se decide a enviar las máquinas. Que durante el día, aunque parezca que nadie vigila, una sola voz haría movilizar a todo el municipio de Atenco.
    Nos despedimos de sus compadres y nos regresamos don Javier y yo al "centro de la ciudad" con la yegua, el burrito y la carreta llena de alfalfa, que proporciona un mullido colchón para mis huesos (hoy me siento Flex). De regreso platicamos de futbol, de toros, de mujeres, puros temas de hombres pues. Don Javier me lleva a su casa. En un pequeño establo abierto tiene media docena de vacas lecheras, un caballo, un choto, un pato, unos guajolotes, un pollito y alguna especie más que no logro identificar. En el mismo patio está un rincón donde guarda don Javier sus aperos de labranza. Nos lavamos las manos en un pequeño pocillo y me invita a pasar a la cocina de su casa. Allá está su señora, a quien me presenta como un español a quien le gustan los frijoles. Enseguida la señora saca la cazuela de frijolitos, una salsa picosísima como guarnición y un vasito de refresco.
    Quieren que coma de todo. Yo, por supuesto, no me niego pero les pido sólo un tantito, para probar nomás. Después del frijol vienen unas tortitas de papa y queso, sabrosísimas, y finalmente un caldo de nopal y elotitos.
    Dice la señora de don Javier que ellos son pobres pero se alimentan bien, que los alimentos que se llevan a la boca tienen asegurada la trazabilidad porque son ell@s únicamente quienes intervienen en el proceso de cultivo de las plantas y en la alimentación del ganado.
    Allá los dejo a don Javier y su señora cuando creo que ha llegado el momento de marcharme. Les doy las gracias por la comida con que me han obsequiado y ya en la puerta me dice don Javier que vuelva el domingo por San Salvador de Atenco, que vuelva y que vuelva. Yo le contesto que lo pensaré, que lo intentaré.
    Yo no sé en qué acabará todo esto, si el dichoso aeropuerto se llegará a construir algún día, si los campesinos podrán mantenerse con la dignidad con que lo están haciendo hasta el momento. Lo que sí pude ver fue la imagen de don Javier reflejada en el acero de su machete. Y en su boca observé una amplia sonrisa y un gesto de asombrosa serenidad.



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