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La pirámide de Tenayuca



Tenayuca Yo vivi cerquita de una pirámide, la pirámide de Tenayuca. En la ciudad de México existen muchos lugares en los que se encuentran huellas arqueológicas de una cultura que fue arrasada con la llegada de los conquistadores españoles.
Para mí era algo mágico pasar cada mañana camino de mi chamba por delante de una pirámide. Con el tiempo decidi que la pirámide de Tenayuca merecía que le dedicase uno de mis acontecidos. Y esto es lo que surgió.





    Yo soy la pirámide de Tenayuca, que en la lengua suya de ustedes viene a significar algo así como "lugar amurallado". Han pasado ya muchos soles y muchas lunas desde que aquellos primeros hombres, con gran esfuerzo y sacrificio por su parte, lograron superponer las piedras que dieron forma finalmente a mi cuerpo.
    El territorio que me circunda fue a finales del siglo XI y principios del XII capital del imperio chichimeca. Aquellos aguerridos chichimecas vestían pieles, usaban el arco y la flecha, vivían en cuevas y chozas de paja y hablaban una lengua muy parecida al náhuatl, aquella en la que se expresaban los más primeros pobladores de estas tierras y que hoy es objeto de estudio para investigadores, lengua madre para un@s poc@s y capricho lingüístico para nostálgic@s del pasado.
    Los primeros reyes de los chichimecas fueron: Xólotl, Nopaltzin y Tlotzin, los cuales residieron en Tenayuca, gobernando sabiamente a su pueblo; pero el cuarto rey, de nombre Quinatzin, trasladó la capital a Texcoco, lo que hizo que Tenayuca pasara a un segundo término.
    Me imagino que les resultará harto complicado a ustedes pronunciar todos estos nombres pero con un poco de paciencia por su parte, quizás lleguen a disfrutar de la sonoridad que transmiten.
    La actual colonia de San Bartolo Tenayuca está construida sobre los restos de la antigua capital de aquellos chichimecas. Quiso la mano de los planificadores modernos de la ciudad de México ubicarme en el municipio de Tlalnepantla de Baz, estado de México, aunque si cruzan la vía denominada Acueducto de Tenayuca, a unos metros de donde me encuentro, se hallarán en el Distrito Federal, concretamente en la delegación Gustavo A. Madero.
    A la altura de mi cabeza hay dos templos divinos dedicados a Tláloc, el Dios del agua, y Huitzilopochtli, el de la guerra. Yo fui la primera que fue diseñada con características específicas para el culto a dos deidades en una misma estructura, de lo cual me siento muy orgullosa ya que, aún a riesgo de que me tomen por pretenciosa, he de contarles que los mexicas adoptaron posteriormente esta idea para la construcción del Templo Mayor, ese lugar situado al noreste de la Plaza de la Constitución o Zócalo al que casi todos los visitantes de la ciudad de México acuden.
    De todas formas, esos templos que se encuentran en la parte alta de mi estructura, se los tendrán que imaginar porque no está permitido ascender hasta ellos. Se tendrán que conformar con admirar la doble escalinata de acceso, cada una con sus alfardas, que guiaban en el pasado los pasos de mis visitantes. Hoy mis peldaños están tan desgastados que hacen desaconsejable su utilización, lo cual es una suerte para mí, pues he soportado durante cientos de años las pisadas de las gentes. Algunas ascendían por mi cuerpo respetuosamente, pidiéndome permiso con anterioridad, pero últimamente eran más l@s que, cual si estuvieran en una competición deportiva, subían impetuosamente, sin la consideración y respeto debidos. Y aunque a veces yo llegué a mentarles la madre, ell@s hacían oídos sordos.
    Una de las cosas que más llama la atención de las personas que se detienen a contemplarme son las serpientes de piedra que, con cabezas de diferentes tamaños, se extienden a lo largo de mi cintura formando una muralla alrededor. Las del lado sur, que son las que el sol ilumina la mayor parte del año, están pintadas de azul aguamarina con las escamas delineadas en negro, asociadas directamente con Tláloc, el dios de la lluvia; en tanto que las del norte están pintadas de negro con lunares o manchas blancas, relacionadas con Huitzilopochtli, el dios de la guerra, de la fuerza y, en cierto modo, de la oscuridad.
    Mi vida transcurre apaciblemente. En las mañanas temprano, observo cómo la gente pasa apresurada camino de su chamba. Ni siquiera tienen tiempo para lanzarme una simple mirada. Durante el día algunas personas ociosas se sientan en las bancas de la Plaza Wichita, que está a un costado de mí, y que es el lugar más cuidado de la colonia. Los teporochitos también son asiduos de la plaza y aprovechan el pasto para tumbarse y curarse la cruda antes de que abran nuevamente la cantina. En la tarde, cuando oscurece, quienes regresan de su chamba pasan nuevamente camino de sus hogares y algunas parejitas aprovechan la oscuridad para susurrarse cosas en la oreja y más cosas que me ruborizaría si tuviera que contarlas.
    Los domingos colocan en la plaza unos juegos hinchables para l@s chamac@s y el lugar se anima bastante. Son siempre los mismos hinchables pero a l@s niñ@s no parece importarles demasiado porque se la pasan muy bien.
    En ocasiones instalan una carpa en la plaza para celebrar algún evento. El último fue la Feria del Zapato. En esos días es cuando más gente se concentra y, como consecuencia, más desperdicios hay para recoger en la mañana siguiente.
    Los jueves en la noche un grupo de personas de diferentes edades se concentra a un costado de la plaza alrededor de un tambor y baila imitando los ritmos de los antiguos mexicas. A mí me hace mucha gracia observar sus movimientos y el empeño que ponen en aprender esas danzas.
    No me gustaría olvidarme de don José, el señor que se preocupa de mi cuidado. Todos los días temprano lo pueden ver con su carretilla dando la vuelta de reconocimiento y recogiendo los desperdicios que llegan hasta mí. Él se preocupa de cuidar las plantas y flores que crecen alrededor mía, de regar y cortar el pasto y de darme una manita de gato de cuando en cuando. También le toca recibir a las personas que quieren traspasar la barda y acercarse un poco más. Yo pienso que esa es la parte que menos le agrada de su trabajo. Yo me río mucho cuando lo veo refunfuñar ante la llegada de algún visitante. En el fondo, yo creo que es un problema de celos el que tiene don José.
    Hoy en la mañana llegó un güerito con lentes que además de tomarme un montón de fotografías me pidió que le contara mi historia porque él la quería enviar dizque hasta un lugar muy lejano, donde no conocen las pirámides. Yo no suelo acostumbrar a charlar con extraños pero el tipo me pareció buena onda y como necesitaba desahogarme con alguien, accedi a contarle algunos retazos de mi vida, la vida de la pirámide de Tenayuca.



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