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Somos chav@s de la calle, no delincuentes



La de l@s chav@s de la calle es una realidad bastante dura de la ciudad de México. Yo l@s veía diariamente charoleando, inhalando su activo y durmiendo en cualquier lado.
Un día me acerqué hasta una organización que trabajaba con esta realidad. A esa primera visita siguieron otras más. Recuerdo que era el día lunes cuando me acercaba hasta ese centro y allí compartía la mañana con los educadores y los chavos. Jugábamos futbol en las canchas de Tlatelolco y realizábamos diversas actividades en el centro de día.
Yo aprendi muchas cosas compartiendo una parte de mi tiempo con esos chavitos. El relato que viene a continuación es fruto de ese aprendizaje.





    Somos chav@s de la calle. La gente nos mira con una mezcla de repugnancia y curiosidad. Algun@s con compasión. Formamos parte del paisaje de la ciudad de México. Al igual que sus jardines, sus palacios y sus vialidades. Toda la ciudad es nuestra casa, todos los jardines sirven para que, llegada la noche, descansen nuestros pequeños cuerpos mientras l@s ciudadan@s honorables se encierran en sus departamentos o en sus casas habitación.
    Nos vestimos con las ropas que alguien desechó porque ya estaban gastadas. Olemos mal pero nosotros ya no nos damos cuenta de ello, pues el olor del activo, el disolvente que inhalamos para hacer más llevaderas nuestras vidas, es tan fuerte que llega a tapar nuestro olor corporal.
    Somos niños y niñas que pronto tuvimos que hacernos grandes para poder sobrevivir en la jungla del asfalto. Las niñas, aunque son menos numerosas, se llevan la peor parte en esta historia. Porque a veces se quedan preñadas muy jovencitas y como desean traer al mundo a sus chamacos, pues donde antes había una niña de la calle, pronto hay dos.
    No nos resulta fácil sacarnos el jornal diario aunque nuestras necesidades no son exageradas: la dosis de activo, algún chesco y algo que calme el ansia de nuestros estómagos.
    De cuando en vez alguien se interesa por nosotr@s. A veces vienen lobos con piel de cordero al lugar donde nos quedamos. Otras, gentes en nombre de un señor con varios alias: Jesús, Jehová... Sólo en una ocasión ha llegado hasta nosotr@s alguien por el puro deseo de conocernos, de saber algo de nuestras vidas y compartir un ratito con nosotr@s. Pero posteriormente supimos que se trataba de un director de cine que quería encumbrarse relatando nuestra miseria. No te extrañe entonces si cuando te acercas a nosotr@s lo único que recibas por nuestra parte sea cantidades ingentes de desconfianza y de indeferencia.
    L@s chav@s de la calle nos protegemos mutuamente. A veces, cuando dormimos, parecemos una camada de cachorros acurrucados unos junto a otros para darnos calorcito.
    A l@s chav@s de la calle nos gusta mirar los escaparates de las pastelerías y ver la tele en esos grandes centros comerciales que exponen sus pantallas gigantes de última generación. Pero nuestra ilusión dura poco porque pronto vienen l@s seguratas y nos corren con el pretexto de que espantamos a su clientela.
    L@s chav@s de la calle también soñamos. Aunque, nuestros sueños son en blanco y negro. Sólo cuando nos ponemos bien pachecos con el activo o con la piedra, vemos el mundo de color de rosa. Entonces no sentimos ni hambre, ni dolor, ni nada.
    Algun@s de nosotr@s vamos a los llamados centros de día, unas casas especiales en las que intentan dizque reeducarnos. Aunque en esos lugares nos obligan a asearnos y a limpiar nuestras ropas, también nos dan de comer caliente. Es lo mejor de estos lugares. Bueno, de vez en cuando también nos cae alguna paleta, algún chesquito... A veces en los centros se empeñan en que participemos en las actividades que preparan para nosotr@s y se enojan si nos quedamos dormid@s en el suelo. Tampoco les gusta que nos peleemos. Nosotr@s les seguimos un poco la corriente pero tampoco nos gusta que nos anden chingando a cada rato. Pasamos casi todo el día en el centro pero a las cinco de la tarde podemos regresar a nuestro hogar, dulce hogar.
    A veces en los centros nos llevan al cine o a algún lugar de diversiones. Éstas son las mejores actividades porque no debemos quedarnos en la puerta viendo cómo la pasan de bien otr@s niñ@s sino que también podemos hacerlo igual que ell@s, aunque a veces no se quieran montar con nosotr@s en las atracciones. Además esos días nuestros monitores y monitoras están más relajad@s.
    Sin embargo, algun@s de nosotr@s nos negamos a acudir a esos centros porque no nos gusta que nos digan lo que tenemos que hacer. Tenemos que estar bien chingad@s para admitir su comida, sus paletas y sus chescos@ Nuestra libertad vale más que todo eso.
    L@s chav@s de la calle no queremos tu compasión, pero si nos regalas un varo estará chido. Yo vivo a un lado de la Alameda Central, en la Plaza de la Solidaridad (qué bonito nombre). Frente a nuestro campamento están levantando un gran monstruo de fierro, el Sheraton Gran Hotel. Dicen que cuando el hotel abra sus puertas nosotr@s deberemos abandonar este lugar. Por eso, porque el monstruo cada día está tomando más cuerpo, decidimos colocar en nuestro campamento unas mantas como forma de protesta. La mía es aquella del fondo y si te acercas podrás leer lo que escribi: Somos chav@s de la calle, no delincuentes.



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