De nuevo otro paralelismo con la Espondilitis Anquilosante, ninguna de las dos tienen un tratamiento curativo.
De hecho ambas enfermedades suelen emplear fármacos comunes. Además ambas suponen cambiar hábitos de vida que
en personas normales no suponen mayor perjucio y que en estas patologías pueden comprometer la calidad de vida futura.
Se emplean con frecuencia los corticoides,
que mejoran la calidad de vida y permiten un buen funcionalismo. También
suelen emplearse fármacos modificadores de la enfermedad, que son aquellos
que, sin curar la enfermedad, pueden frenar su avance y hacer que la evolución
sea más favorable. En este grupo se incluyen el metotrexato,
sulfasalacina,
D-Penicilamina y fármacos inmunosupresores como azatioprina y ciclofosfamida
para los casos que respondan peor a otros tratamientos. Estos tratamientos serán controlados por su médico y
requieren su colaboración, pues en la mayor parte de las ocasiones sus efectos no son inmediatos y se necesitan
unas cuantas semanas para que hagan su efecto completo. En los últimos tiempos están proliferando los fármacos
anti-tnf, anti factor de necrosis tumoral alfa, empleados primero
en Artritis Reumatoide y que están comenzando a ser aplicados con éxito en los casos de Espondilitis Anquilosante
que no responden bien a otros tratamientos.
En ocasiones es necesaria la infiltración de la articulación cuando ésta presenta una cantidad de líquido
que debe ser drenada al exterior para que no siga dañando las estructuras.
En cuanto al tratamiento quirúrgico, no existen ninguna técnica que cure la enfermedad y lo que se haga estará
destinado a restituir articulaciones que se han dañado mucho (elevada inflamación durante un largo período de tiempo) y cuyo funcionalismo es subsidiario de reparación (colocación
de prótesis), siendo
rodillas y caderas las que más frecuentemente son sometidas a cirugía, que en estos pacientes hará que mejore su
calidad de vida.