La lírica del siglo XVI...

Las primeras manifestaciones de la poesía lírica en la Nueva España aparecen en los años de la Conquista y en boca de los soldados de Cortés, buenos conocedores de romances, o en los villancicos intercalados en el Auto de la caída de Adán y Eva, una de las primeras representaciones del siglo XVI. Pronto llegaron a la Colonia poetas españoles pertenecientes a la escuela "italoclásica" sevillana, cuyo maestro fue Fernando de Herrera, el Divino, y florecen alrededor de las Universidad y los colegios. Algunos, como Gutierre de Cetina (muerto en Puebla hacia 1554), eran ya famosos antes de llegar a América. Se dice que Cetina, el autor del célebre madrigal Ojos claros, serenos..., escribió en México un libro de comedias morales, en prosa, y otro de comedias profanas, en verso. Las poesías conocidas de Cetina se encuentran en el Cancionero titulado Flores de Varia Poesía, compilado en México por autor anónimo en 1577. Este manuscrito, existente en la Biblioteca Nacional de Madrid, consigna 31 poetas y contiene 359 composiciones, de las cuales 117 son anónimas. Cetina está representado con mayor número de composiciones que los otros poetas: 71 sonetos, 2 madrigales, 3 octavas, 2 estancias, 1 elegía, 2 canciones y 3 epístolas. Este documento, junto con las noticias de gran número de poetas que participaban en los certámenes que son diferentes motivos se celebraban en la Nueva España, es muestra elocuente del auge de la poesía desde los albores coloniales.

Juan de la Cueva, también sevillano (1543-1610), hermano del acerdiano de Guadalajara, vivió en México de 1574 a 1577. A su vuelta a España sobresalió como dramaturgo de 1579 a 1581. Parte de sus versos aparecen en el Cancionero Flores de Varia Pesía. Para nuestra historia son importantes la Epístola V, al licenciado Sánchez de Obregón, primer Corregidor de México, en la que "describe el asiento de la ciudad, el trato y las costumbres de la tierra y condiciones naturales della". Se interesa por la variedad de frutos, por el carácter de la gente, por el extraño acento de su lengua. En la Epístola VI, al maestro Girón, presenta la vida de México como un gran deleite que se comparte "entre gente quieta y convenible".

Eugenio Salazar de Alarcón, madrileño (1530?-1605), permaneció en la Nueva España más tiempo que los otros dos. Había sido gobernador de las Canarias, Oidor en Santo Domingo y Fiscal en Guatemala. Se doctoró en la Universidad de México, ocupó aquí el cargo de Oidor y fue llamado al Consejo de las Indias. En su Epístola en tercetos dirigida a Fernando de Herrera, se refiere al estado cultural de la ciudad de México y se apunta "el fin de cada una de las artes liberales y ciencias y la propiedad de todas las especies de poesía". La descripción en octavas reales de la Laguna de Tenuxtitlán, no rehúye el uso de los nombres indígenas; se sitúa en un medio ambiente cargado de "olor local americano" y muestra la influencia de su realidad nueva que matiza la temática de estos priemeros poetas novohispanos y hace aflorar su emoción en alusiones históricas o descriptivas.

Pedro de Trejo, nacido en Plasencia (1534-?), residió en Morelia, Zacatecas y Lagos. Fue sentenciado por la Inquisición a cuatro años de galeras y a no escribir coplas. Su cancionero muestra la diversidad de géneros que cultivó.

Muchos nombres se han exhumado del olvido en los últimos años. Al lado de Trejo aparecen otros, como el de Diego Mexía, José Arránzola, Pedro de Hortigoza, Córdoba y Bocanegra, poeta religioso, etc., que por su número justifican la frase descriptiva de González de Eslava: "Hay más poetas que estiércol". Entre ellos se destacan los de aquellos escritores cuya personalidad poética no tiene discusión por la madurez y calidad, o porque su obra explica las corrientes literarias de su tiempo y prepara la aparición de las grandes figuras de la literatura colonial.

Francisco de Terrazas (1525?-1600) es el primero poeta nacido en México. Su padre participó en la Conquista; fue mayordomo de Cortés y dueño de extensas tierras. Terrazas fue poeta bien conocido en su tiempo, dentro y fuera de México. Moya de Contreras lo señala como "gran poeta"; y Cervantes lo elogia en La Galatea; Dorantes de Carranza lo declara "excelentísimo poeta toscano, latino y castellano". Su primeras obras conocidas fueron los cinco sonetos que fituran en las Flores de Varia Poesía. A éstos se agregaron una epístola y cuatro sonetos procedentes de un Cancionero encontrado en España, diez décimas halladas en un expediente de la Inquisición y fragmentos de un poema épico. Sus nueve sonetos a la manera de Herrera y Cetina, a quien bien pudo haber conocido, siguen los modelos petrarquistas que cantan al amor lejano, loan la belleza femenina y se quejan contra la crueldad de la amada. Su obra más complida es el soneto Dejad las hebras de oro ensortijado..., versión de un poema de Camoens. La habilidad y frescura con que está tratado el asunto, evidencian al poeta dueño de sus recursos. Quizá bajo la influencia de Ercilla, Terrazas tuvo la idea de escribir un largo poema con el asunto de la Conquista, en el que trabajó sin mucho entusiasmo toda la vida y que finalmente quedó inconcluso. Se inaugura con este poema: Nuevo mundo y conquista, el ciclo cortesiano. Como l amayoría de las epopeyas de la Conquista, buscaba el fin práctico de pedir el favor real para los hijos de los conquistadores que se consideraban con derechos en las tierras ganadas pro sus ascendientes para la corona. Coloca en primer término la relación histórica; hace hincapié en la participación del destino y pide para él la inmortalidad. Aunque no carece de interés, no puede decirse que tenga el vigor y la fuerza peculiares de la poesía épica. El pasaje de mayor atractivo es el de Quetzal y Huitzel, válido por su interés dramático al describir los amores del hijo del rey de Campeche y la princesa de Tabasco, prisioneros de los castelladnos. Aquí Terrazas aprovecha la oportunidad para condenar "la mucha crueldad y la poca justicia" de los conquistadores.

El humanista Francisco Cervantes de Salazar, distinguido cronista de las Indias y erudito cultivador de la prosa literaria, se inclinó también por la poesía. Describió en el Túmulo Imperial... del invictísimo César Carlos V (1560) sus honras, en México, como manifestación de fidelidad y amor a su rey. Forman el Túmulo composiciones de diversos autores además de Cervantes.

Entre los variados testimonios históricos o literarios sobre la vida americana del siglo XVI, abundan los de carácter solemne, erudito o hiperbólico que alaban la belleza de la ciudad, la bondad del clima, la abundancia de productos naturales, la actividad reinante, las instituciones de enseñanza, etc., pero no es frecuente encontrar la otra cara de la medalla, alusiones a la menguada y mezquina población indígena, sujeta a las arguas faenas de la construcción, el cultivo del campo o la explotación de las minas. Más difícil resulta la crítica abierta a la propensión dominante de la descendencia conquistadora por abonar su abolengo y blasones; al minucioso recuento de peligros con que se enfrentaron en las batallas, consignados por los cronistas oficiales para justificar las desmedidas peticiones a la Corona; al relajamiento de las costumbres...

Entre los líricos de acendrado misticismo, dos poetas se distinguen especialmente: Francisco de Córdoba y Bocanegra y Fray Miguel de Guevara. El primero nació en México (1565) y murió en Puebla (1589); fue destacado alumno de los jesuitas y se ejercitó en las versiones de los clásicos; conoció de música y pintura y fue excelente poeta en castellano y latín. Ingresó en la orden de San Francisco y dedicó su vida a ayudar a los demás. Se conservan sus estancias Al amor divino y Al nombre de Jesús.

Fray Miguel de Guevara (1586-1646?). Criollo agustino, docto en lenguas indígenas, cuya tarea evangelizadora dio sus frutos en la provincia de Michoacán. Se le ha considerado autor de un hermoso soneto universalmente celebrado: No me mueve, mi Dios, para quererte. Apareció este poema en el manuscrito de Guevara Arte doctrinal... matlatzinga, fechado en 1638, junto con otros suyos: Levántame, Señor, que estoy caído... Poner al hijo en Cruz... y El tiempo y la cuenta..., que tienen inspiración semejante. El famoso soneto atribuido también a místicos españoles como san Francisco Javier, santa Teresa, san Ignacio o fray Pedro de los Reyes, es, según otros estudios, uno de tantos poemas anónimos de entonces. Hay unanimidad, sin embargo, al considerarlo como una "manifestación excelsa de la lírica religiosa" y El tiempo y la cuenta..., como un preludio de la poesía conceptista.

Dentro del orden cronológico, el historiador Fernando de Alva Ixtlilxóchitl tiene su lugar dentro de la poesía lírica de la Nueva España. En el mismo afán de acercar a la cultura occidental las mejores muestras de la de sus antepasados, traduce y parafrasea infinidad de composiciones prihispánicas. Son notables las versiones que dejó de los poemas atribuidos a Nezahualcóyotl por la afinidad de preocupaciones en el orden humano con poetas latinos y españoles, aunque es también fácil advertir características de inspiración indígena tanto en el espírutu nostáligoco, como en el tono y en las imágenes.

Un soplo de eternidad

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Literatura mexicana

José C. Martínez Nava
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