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La ciudad que se camina



Callejeando     La ciudad de México también es la ciudad que se camina. Aparente contradicción en una ciudad invadida por grandes avenidas, contaminación, tráfico incesante y distancias kilométricas. Sin embargo, es posible buscarle alternativas a todo ello y disfrutar de la ciudad de México recorriéndola sin prisa, disfrutando de todas las cosas que vamos descubriendo a nuestro paso.
    Recuerdo que en cierta ocasión, escuchando al gran conocedor de esta ciudad, Armando Jiménez, confesaba que la mejor manera de descubrir esta ciudad era caminándola. Él contaba que cuando platicaba con los taxistas, éstos se autoproclamaban como los mejores conocedores de la ciudad de México pero don Armando les rebatía diciéndoles que quizás ellos fueran capaces de trasladarse en sus unidades de un lugar a otro de la ciudad por el camino más corto posible pero que conocer la ciudad era otra cosa. Porque para conocer la ciudad es necesario mirar hacia arriba, detenerse en algunos lugares, y a veces, el camino más corto nos impide conocer cosas que también son importantes.
    Cuando recorrí por primera vez algunos tramos de la avenida Insurgentes pensé que quizás estaba en un error en mi propósito de caminar la ciudad de México. El ruido, el tráfico y una atmósfera a veces irrespirable, le invitaban a uno a alejarse de allí y recurrir a los medios de transporte. Sin embargo, al mismo tiempo reparé en mi punto fuerte: la disponibilidad de tiempo. En una ciudad en la que todo mundo corre de un lado para otro buscando quién sabe qué, suponía para mí un pequeño placer el poder caminar sin prisa, deteniéndome a contemplar aquéllo que llamaba mi atención y sin tener la sensación de estar "perdiendo el tiempo".
    A lo largo de mis paseos por la ciudad llegué a una conclusión que, a pesar de obvia, no deja de ser fundamental para comprender un poco la idiosincrasia del Distrito Federal: la ciudad de México no existe como tal. Es como esas muñecas rusas que contienen varias más. Hay muchas ciudades dentro de esta ciudad. La mayoría de las personas se queda con la imagen de la muñeca más grandota, la más superficial. Se privan de descubrir las otras muñecas, que son tan importantes como la primera.
    Hubo un elemento que me resultó de gran utilidad en mis paseos por la ciudad de México: la guía Roji. Se trata de un libro con planos detallados de la ciudad y de la zona conurbada o metropolitana. En ella uno encuentra lo necesario para moverse por la gran urbe. Yo siempre la cargaba conmigo y, a pesar de que mis amig@s chilang@s a menudo se burlaban de mí, yo les decía que con mi guía era capaz de llegar a cualquier rincón de la ciudad. Con mi morral y mi guía atada a él parecía el Labordeta de "Un país en la mochila". Sólo me faltaba la cachaba, claro que en los escenarios en los que yo me movía se hacía innecesaria.
    El hecho de cargar con la guía Roji tampoco implicaba que me aferrase a ella de tal modo que no me saliese un ápice del itinerario previamente establecido. Afortunadamente, mi pésimo sentido de la orientación provocaba que en muchas ocasiones anduviese perdido, que cuando era necesario tomar una determinación, las más de las veces yo tomase la equivocada. Ante este tipo de situaciones uno puede dar reversa e intentar volver al inicio de sus errores o simplemente dejarse llevar, olvidarse de los planos y los nombres de las calles y disfrutar de la sensación de perder el control de sus pasos. Ésto me proporcionó buenas experiencias.
    ¿Y cuáles son los lugares por los que acostumbraba caminar? Sería difícil dar una respuesta pues nunca tuve prejuicios para moverme por ningún lugar. Siempre he valorado mucho la posibilidad de caminar por cualquier lugar. Cuando se hace con respeto y consideración hacia las personas y las cosas que hallamos en nuestro camino, no debemos tener inconveniente alguno. La discreción y el sentido común también ayudan bastante.
    Para quienes no dispongan de la cantidad de tiempo de la que yo dispuse les recomendaría caminar cuando menos el Centro Histórico de la ciudad. Una de mis mejores experiencias ha sido levantarme temprano en la mañana, "cuando todavía no han puesto los árboles ni las calles", dirigirme al centro de la ciudad y pasear por él antes de que toda su maquinaria se ponga en marcha, cuando los vendedores ambulantes todavía no ocupan las banquetas y aún es posible admirar los edificios y sentir la soledad de sus calles. Al amanecer me unía a algún grupo que se concentraba alrededor del vendedor de atole y sentía el atole calentito en mi estómago. Después continuaba caminando, pero esta vez buscaba escenarios más amplios.
    No cabe ninguna duda que callejear por la ciudad de México ha sido uno de los mayores placeres de los que he disfrutado durante mi estancia en ella. Por eso decidí incorporarlo a mis doce citas ineludibles.



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