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Ay virgencita



Virgencita     Ay virgencita, durante dos domingos consecutivos te he visitado. Han sido dos domingos de pararme temprano, agarrar la línea 3 del Metro, hacer trasbordo en la estación Deportivo 18 de Marzo y de ahí agarrar la línea 6 dirección Martín Carrera para descender en La Villa-Basílica.
    Y en cuanto me bajaba del vagón me sumaba al grueso del pelotón que invariablemente se dirigía hacia la calzada que lleva tu nombre y de ahí, todo derecho, a la Basílica.
    No tenía una motivación religiosa mi visita pues he de confesarte que a mí esto del culto hacia tu figura no me late demasiado. Te preguntarás entonces, y discúlpame por la expresión, a qué demonios fui yo allí. Pues, sinceramente he de decirte que no lo sé. Bueno, quizás una posible razón podría ser el tiempo que llevo en esta ciudad. Me explico. Cuando yo llegué aquí sabía que tú levantabas grandes pasiones entre l@s mexican@s. Que eras un mito muy enraizado en las costumbres de este país. Por todas partes veía pequeños altares levantados en tu honor: en las centrales camioneras, en las bases de taxis, en las colonias pobres y en las ricas, en las plazas y en los parques, en los mercados, en los garajes y qué sé yo en cuántos lugares más.
    Todo esto me hizo pensar que, para alguien como yo que está intentando descubrir y comprender un poco de la idiosincrasia de l@s habitantes de esta gigantesca metrópolis, era deseable acercarme hasta ti y observar todo lo que se mueve a tu alrededor.
    Voy a compartir contigo las impresiones que tuve durante esas dos jornadas de visita. Espero que no te ofendas con mis comentarios pues prometo ser respetuoso.
    Nada más salir del Metro y dirigirme hacia tu casa, comencé a caminar por el estrecho pasillo que dejaban los mercaderes de artículos religiosos apostados a ambos lados de la calzada de Guadalupe. Obligado a ralentizar mi paso, aproveché para reparar un poco en los artículos que allí se ofertaban. Sinceramente, no vi nada novedoso. Crucifijos, medallas, veladoras, estampitas... En mi modesta opinión es necesario dar un impulso a este sector y adoptar políticas más ingeniosas y agresivas (comercialmente hablando) pues está el mercado un poco flojo y corre el riesgo de estancarse.
    Una vez superado el corredor comercial pude llegar a la puerta enrejada que da acceso a tu "humilde" morada. Entonces comprendí por qué le dicen La Villa.
    Lo primero que llamó mi atención fue esa enorme explanada que con capacidad para 70000 personas es el cuarto de estar más amplio que yo conozco. Reparé en un gran reloj ubicado al fondo de la estancia. Me acerqué a él y para mi sorpresa pude comprobar que lo que allí había era algo más que un único reloj. En realidad eran cuatro relojes, cuatro formas diferentes que tenemos los humanos para medir el tiempo. Un reloj analógico, uno astronómico, uno solar y finalmente un calendario azteca. Mientras estaba entretenido intentando descifrar el funcionamiento de aquellas maquinarias, de repente, me di cuenta de que algun@s de l@s visitantes caminaban arrodillad@s en dirección a una de las recámaras, la que parecía de más reciente construcción. Sorprendido, me acerqué discretamente hasta algunas de esas personas y reflexioné sobre el motivo que les empujaba a comportarse de aquel modo. No encontré una explicación razonable.
    Posteriormente me senté a la entrada de la recámara de reciente construcción y me quedé mirando a los grupos de personas que se acercaban y penetraban en su interior. Y lo que vi desfilar ante mis ojos fue una muestra muy completa de l@s habitantes de la ciudad y por extensión, del país. Te felicito por tu capacidad para atraer hasta ti una amalgama de gente tan variopinta.
    Después caminé hasta un rinconcito donde l@s visitantes prendían veladoras en tu honor y las depositaban en unas oquedades practicadas en el muro donde se habían construido una especie de gradas para albergar las veladoras. Justo al lado una imagen tuya protegida por una mampara de plástico transparente servía de reclamo para que las personas se acercasen hasta allí, tocasen con sus manos o con algún objeto aquella mampara y a continuación se frotasen diferentes partes de sus cuerpos. Y yo seguía sin comprender nada.
    Después de visitar algunas otras recámaras de La Villa decidí subir al ático a través de las escaleritas habilitadas para ello. Dicen que no se debe comenzar a construir la casa por el tejado pero si nos atenemos a la historia guadalupana, la capilla que se encuentra en lo alto del cerrito fue la primera construcción del futuro complejo urbanístico. Una vez allí tuve oportunidad de admirar una vista muy padre de la ciudad de México. Era un día gris y se hacía difícil identificar los lugares más representativos de la ciudad. Pero estando allí hubo un instante en que el cielo se aclaró y por un momento pude contemplar la gran metrópolis en toda su magnitud.
    Esto lo interpreté como un gesto tuyo virgencita y como agradecimiento prometo realizarte alguna otra visita y esforzarme una vez más por comprender algo de todo este fenómeno que te rodea.



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