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Viajar en Metro



Metro     Día tras día, hora tras hora, las galerías de la ciudad subterránea registran el caminar acelerado de millones de hormiguitas que, huyendo de los atascos del tráfico de superficie, optan por utilizar este medio de transporte rápido, seguro, limpio y barato.
    A cambio de los dos pesitos que cuesta el pasaje un@ recibe dentro del mismo paquete: transporte, sauna y masaje.
    Rostros inexpresivos y morenos pueblan los anaranjados vagones. Pudiera parecer a veces que quienes utilizan este medio de transporte se transforman en seres mutantes cuando traspasan la línea divisoria existente entre la superficie y el subsuelo, como si la internación en ese nuevo territorio exigiese un nuevo código de comportamiento.
    Viajando en Metro uno adopta un rictus serio, como de duelo. A ciencia cierta nadie sabe quién era el difunto pero casi todo nos indica que estamos en las primeras horas de un velorio.
    En el Metro se lee el primer periódico de la mañana o una novela, se echa una ojeada a los apuntes escolares o se recurre a la música intra-orejosa para aislarse del entorno. Pero, sobre todo, en el Metro se duerme. Se concilia el sueño atrasado adoptando posturas inverosímiles y conectando ese extraño despertador interno que le alerta a un@ de cuándo su trayecto está próximo a finalizar.
    El Metro es la ciudad subterránea y como toda ciudad que se precie cuenta con sus pobladores, sus personajes, sus comercios, sus vendedores ambulantes, sus artistas, sus policías y su propio código de urbanidad.
    En las horas de mayor afluencia y en determinadas estaciones se habilitan vagones a los que se permite la entrada únicamente a damas y niñ@s.
    Cuando viajo en Metro por el subsuelo de la ciudad de México recuerdo el estribillo de la canción: Guadalajara en un llano, México en una laguna... Y, por momentos, no sé si estoy viajando a bordo de un submarino o en un vagón de tren porque el subsuelo de la ciudad está integrado en un 80% por agua. Conozco el ingenio innato del habitante de esta ciudad para sortear problemas grandes y pequeños pero nunca deja de asombrarme, y algunas veces preocuparme, el hecho de que para la construcción de la obra civil y arquitectónica más grande y compleja de la ciudad, un moderno Mesías tuviera que ordenar a las aguas que se separasen para construir los túneles que dieran paso a vagones arrastrados por locomotoras.
    El 4 de septiembre de 1969 se inauguró el primer tramo de la red de Metro. Corría entre Insurgentes y Zaragoza. Hoy esa red dispone de 11 líneas, 167 estaciones y 200 kilómetros de vías. En días laborables casi cinco millones de usuari@s abordan el Metro para desplazarse hasta los centros de trabajo o de estudio principalmente. Pero el Metro es mucho más que un conjunto de líneas, vagones, estaciones y usuari@s.
    El Metro también es un espacio para la cultura donde podemos encontrar un Túnel de la Ciencia, los restos de un adoratorio mexica dedicado a Ehécatl (dios del viento), los huesos fósiles de un mamut, reproducciones de piezas prehispánicas, murales, el corredor de los libros, exposiciones temporales y conferencias.
    La identificación de las estaciones que componen la red del Metro es un reflejo de la mezcla de culturas que siempre está presente en este país. La cultura prehispánica contribuye bautizando estaciones con nombres como: Mixcoac, Tezozómoc, Mixihuca. La otra cultura, la que a sangre y fuego impusieron los conquistadores, también se deja notar bautizando estaciones con nombres como Isabel la Católica o Villa de Cortés.
    Hay nombres académicos (Universidad, Politécnico, Tecnológico), religiosos (Ermita, Basílica), militares (General Anaya, Escuadrón 201) y revolucionarios (Insurgentes, División del Norte, Zapata). Otros en honor de los grandes héroes nacionales (Hidalgo, Juárez). Pero a mí los que más me gustan, con diferencia, son: Bondojito, Talismán, Chilpancingo y Nativitas.
    Otra de las particularidades de la red de Metro de la ciudad de México es que cada estación cuenta con su propio logotipo, de modo que no es necesario saber leer para conocer el lugar en el que nos hallamos. Basta con identificar y recordar el dibujito asociado a cada una de las estaciones.
    El Metro también se presta a que la imaginación popular aporte historias de fantasmas, de lamentos que se escuchan en plena madrugada, de almas en pena que reclaman la paz que les fue arrebatada cuando se exhumaron algunos cadáveres que encontraron en su camino los constructores de la red.
    Yo aconsejo a quienes visiten esta ciudad que no dejen pasar la oportunidad de viajar en Metro porque, además de trasladarles de un lugar a otro, les permitirá acercarse un poquito más a la idiosincrasia de esta maravillosa ciudad.



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