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Roberto Clemente, su vida... 
II
SUELDO DE CLEMENTE DE UN CENTAVO DIARIO

Roberto y Vera

SUELDO DE CLEMENTE DE UN CENTAVO DIARIO

            “El racismo en Puerto Rico es peor que en Estados Unidos, porque es hipócrita, con una cara falsa de integración. En Estados Unidos es abierto”... LUIS RODRÍGUEZ MAYORAL, narrador puertorriqueño de béisbol.-

            Cuando aún no lo aceptaban en la escuelita del pueblo, porque era muy niño, ya Roberto Clemente había salido a la calle a jugar con los demás muchachos.  

            “Jugábamos todo el día, y ni nos acordábamos de ir a la casa a comer” solía recordar él.  “y jugábamos hasta que ya no podíamos ver la pelota... Lo único que me interesaba era jugar pelota. Y no me importaba si era de goma maciza, o de esas con las cuales juegan tenis, o de papel y trapos. Más de una vez las hice rellenando una media con periódicos y revistas viejos”.  

            Pero una vez Roberto quiso algo más que jugar pelota, porque se enamoró de una bicicleta.

            “Bueno, tendrás que trabajar para comprarla”, le dijo su papá Melchor, “porque ni tu mamá ni yo tenemos dinero para eso...Además, ya lo sabes, quiero que seas un hombre de bien, y para eso tienes que aprender a trabajar, es la única manera”.  

            El muchacho encontró pronto el trabajo sugerido. Un vecino le encomendó traer todos los días una cantara de leche, desde el centro de Carolina hasta su casa, por lo cual pagaba un centavo diario. Ese fue el primer sueldo de su vida. Tres años después, Roberto pudo montar en una bicicleta usada, la cual necesitó de algunas reparaciones que él mismo hizo con pedazos de alambre y otros repuestos caseros.  

            Pero no dejaba de jugar pelota. A los ocho años de edad, ya de especial estatura y mejores habilidades, sus compañeros en esa acción eran muchachos de 10 y 12 años. Bruce Markusen en su obra “Roberto Clemente: The Great One”, dice que él mismo preparaba su bate con ramas que cortaba de los árboles de guayaba, y que durante años estuvo usando un guante hecho igualmente por él, con un saco de los que llenan con café en granos.

            Así fue como una tarde, en uno de los terrenos del barrio San Antón, lo vio jugar un maestro de escuela, amante del béisbol y el softbol, llamado Roberto Marín, quien solía viajar por todo Puerto Rico, como vendedor de arroz Sello Rojo.            

            “Solía pararme a ver jugar a los muchachos en todas partes” contó Marín una vez en entrevista con el autor, “pero nunca me había topado con alguien que hiciera todo tan bien como aquel morenito delgado, de piernas muy rápidas y potente brazo. Me dije...: ‘A ese me lo llevo para mi equipo’. Era Clemente”.

            Pero el equipo de Marín, patrocinado por Sello Rojo, era de softbol.

            “A mi en realidad no me gustaba jugar softbol” comentaba Clemente años después, “pero no lo dije, porque formar parte de ese club era como en la escuela, pasar al grado superior. Y yo sabía, que tarde o temprano terminaría jugando béisbol”.  

            “Pensé que la mejor posición para nuestro jugador era la de shorstop, y así lo alineamos” recordaba Marín “y lo pusimos de octavo bate, porque él solo había cumplido catorce años, y los demás muchachos eran todos mayores de dieciséis. La diferencia de tamaño entre los jovencitos de esas edades es notable, como se sabe”.  

            Las jugadas de Roberto Clemente, especialmente recogiendo los roletazos de lado y lado, sus fuertes y precisos tiros a primera base, y sus batazos generalmente sólidos, lo llevaron a ser elegido el mejor de la posición en la liga había asombrado a todos cuantos le vieron jugar. Pero más aun cuando se enteraron que solamente había cumplido catorce años de edad.

            Clemente siguió jugando softbol en los equipos de Marín. Dos años después, cuando ya estaba en sus 16, apareció otro muchacho con condiciones para jugar como shorstop. Así fue como Roberto fue cambiado al outfield.

            En este proceso. Luisa, la mamá de Clemente, estuvo enojada cierto tiempo, por la pasión de su hijo por el juego. Y una vez intentó quemarle el bate. ¡El primer bate que había conseguido el joven!.

            Afortunadamente, más fuerte fue la madera de fresno, que las llamas de la señora. Y se salvó el bate.

            Dos días después Clemente tuvo juego y logró sencillo, triple y jonrón en cuatro turnos, con el bate un poco ahumado. Al regresar fue riendo de felicidad donde Luisa y le dijo...            

            “Mamá, por favor, trata de quemarme otra vez “el bate”.  

            Y Luisa también rió mientras preguntaba...:  

            “Pero, ¿y porqué muchacho, como que te has vuelto loco?.

Ver también: Roberto Clemente (Biografía)   
                          
Roberto Clemente W. "El Angel Pirata"
                           Puerto Rico Perfil: Roberto Clemente
                    Roberto Clemente, un pirata especial

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