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Un paseo por los parques de la ciudad



Francisco Hinojosa se queja de la sobrealimentación que reciben los patos y palomas que habitan en los parques de la ciudad de México.
Los restos de comida que quedan sobre el pasto o sobre las aguas de los estanques una vez que patos y palomas llegaron al hartazgo, junto con los excrementos caninos, hacen que uno deba vigilar bien dónde pisa o se sienta cuando se entrega al saludable ejercicio de disfrutar de los parques de la ciudad.





    "En lo que a la humanidad se refiere es tan lamentable la desnutrición y el hambre, como lo es la sobrealimentación. Y no me refiero aquí a las orgías romanas ni a los dos o tres amigos que huelen a suadero permanentemente sino, ya en el reino animal, a los abundantes banquetes que disfrutan ciertas aves en la ciudad de México. Hablaré específicamente de los patos y las palomas que nadan y sobrevuelan el parque al que suelo ir en busca de un poco de smog fresco. Todos los días, en especial los sábados y los domingos, uno puede admirar el tierno espectáculo de los infantes que, impulsados por quienes ostentamos una paternidad responsable, arrojan cuanto se les ocurre a las aves: pan duro o blando, churritos, chicharrones, chiclosos y chamois; también pedazos de torta, pizza o helado de guanábana, o bien un poco de sopa de coditos. (Aunque perro no coma perro, las palomas sí le entran a las palomitas, en sus versiones natural, con queso manchego o enchiladas, así como los patos le tupen a los gansitos). A fuerza de los golpes que da la vida, las aves han olvidado su ancestral avicultura gourmet -gusanos rebosados en tierra, moscas al ozono- y comen de todo, lo mismo restos de hot dog que tacos al pastor previamente masticados.
    Sin embargo, satisfechos a alguna hora del día, los palmípedos y las colómbidas se refugian para dormir su sagrada siesta, mientras el piso y el agua se siguen tapizando de bocadillos, a la par que suben de volumen los llantos de los escuincles que se frustran porque, justo el día en que deciden expiar sus culpas (el gato ahogado de la vecina, los ratones en el microondas), nadie los pela.
    No se crean que estoy muy preocupado por la alimentación balanceada de esos pobres seres (que por desgracia no están en peligro de extinción, aunque el pato laqueado me encante), sino por la basura que día a día se acumula y le da chamba a los psicoanalistas de los niños frustrados ("las pinches hormigas se llevaron en hombros mi primer acercamiento a la naturaleza").
    Es por ello, y por otras cosas, que he decidido escribirle una carta a: Estimado Superanimal: si bien su indumentaria resulta un tanto ajena a mis gustos, acudo a usted (que ha librado ese puente nietzscheano entre el animal y el superanimal) para manifestarle lo siguiente:
    Primo: aunque soy un declarado hombre que detesta a varias especies animales (entre otros, a los grillos, los dinosaurios de lentes oscuros, las tortugas del Registro Público de la Propiedad, el perro que defendió nuestra moneda y una araña que vivía en el piso de abajo de mi casa), le pido que interceda por los patos y las palomas de nuestros parques, pese a que ello signifique restringir los derechos de otra subespecie: los chiquillos que acribillan con alimentos y desperdicios a las aves.
    Secundo: su actuación en nuestra sociedad se está quedando a la zaga. Vea usted cuántas modelos se han encuerado para defender los cueros de las nutrias y los minks de otras partes del mundo. Con todo respeto, se le está yendo el tren. Existen en nuestro país muchas modelos que, aunque ni les vengan ni les vayan las pieles de los animales, posarían fácilmente por tan noble causa. Hay que saber convocar.
    Tertio: reconozco que la vida de cada perro es invaluable. Pero, ¿acaso no ha tenido usted el desatino de pisar una caca? Si llegara a transitar por mi parque, le aseguro que más de una vez tendría que arrastrar sus botas sobre el césped para limpiarse los excrementos que, por lo general, los mortales no queremos transportar a nuestras casas. En este punto permítame abundar un poco: reconozco que por limitaciones no me es fácil comprender a la gente que se dedica a ciertas tareas. No me imagino pasar un día entero con la fresa en la mano oyendo los quejidos de los carientos. Tampoco puedo imaginarme distinguiendo qué cifras corresponden a la columna llamada pasivo y cuáles a la activo. Pero lo que menos puedo concebir es verme algún día recibiendo un frasquito en cuyo interior haya materias que, por lo general, evito ver, ya no digamos oler. Por eso quiero aprovechar esta carta para expresar mi agradecimiento a quienes han ayudado desde hace cuarenta años a mis médicos a prescribirme Flanax cuando las muestras que les dejo indican tratamiento urgente. Viene esto al cuento porque, además de los citados patólogos, hay otros seres humanos que se ganan los bisteces cotidianamente con las heces que, a falta de sanitarios caninos, los perros depositan por toneladas día a día. Estos invaluables seres conforman un ejército contratado por el ayuntamiento de Madrid para descaquizar sus calles. A bordo de modernas y bien equipadas motocicletas (conocidas por todos como "motocacas") recorren las vías madrileñas con una aspiradora que borra lo que otros obraron. ¡Que vivan los canes!, lo respaldo, pero que ya dejen de depositar sus muestras en los parques donde nuestros padres jugaban a la pelota sin preocuparse por ver en dónde pisaban. Afortunadamente mis quejas se refieren solamente a los perros, ya que hace casi un año hubieran tenido también que ver con los equinos, pues la policía montada, consciente de su alta responsabilidad, trabajaba de sol a sol alquilándose para pasear niños por el parque. A su paso, por supuesto, dejaban su camino de oz, de es, de heces.
    En justa retribución a las gestiones que tenga a bien hacer por estas causas, le ofrezco encargarme yo de otras especies de mis simpatías, ejemplares a los que hay que ir a cazar en la Feria del Libro de Minería: un par de monos gramáticos, un tigre de Lizalde o una foca de Campbell"
Francisco Hinojosa



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